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Domingo, 7 de agosto de 2005
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El futuro de Lavagna

Por Marcelo Zlotogwiazda

El futuro del ministro de Economía depende del Presidente de la Nación. Puesto así suena a obviedad. Si se le agrega “de cómo le vaya”, cobra algún sentido mayor. ¿De cómo le vaya qué? De cómo le vaya a Néstor Kirchner en las elecciones de octubre. De eso depende el futuro de Lavagna. Un futuro que tiene al menos un par de escenarios posibles. Que su figura cobre mayor relevancia aún como miembro imprescindible del Gobierno, o que lo pasen por la picadora de carne, usando una metáfora salvaje que se escucha en pasillos del poder.

La proyección del ministro está inversamente correlacionada con el éxito electoral del Presidente, de acuerdo al análisis de gente cercana a Lavagna. Especulan que si el Gobierno no logra plebiscitar su gestión, el titular de Economía quedará relativamente fortalecido dentro del gabinete y en su relación con Kirchner, lo que seguramente traerá derivaciones políticas a partir de la ilimitada aunque astuta ambición de Lavagna. ¿Lanzamiento a Presidente? Por qué no; pero no necesariamente.

La causalidad anterior es por lo menos discutible. ¿Por qué una performance electoral regular no habría de perjudicar también a la política económica y por ende a su ejecutor? ¿Por qué no habría de apuntársele a las asignaturas pendientes en materia de redistribución del ingreso, disminución de la pobreza y de la desocupación, como factores de descontento? Porque, según Economía, la conclusión sería “menos mal que estaba Lavagna” y “cuánto más importante es de ahora en adelante para sostener la deteriorada imagen del Gobierno”.

Si bien desde despachos del Palacio de Hacienda no se descarta un domingo a la noche triste para la Casa Rosada, por ahora los pronósticos adelantan al menos un triunfo claro para el oficialismo, que podría no alcanzar las diferencias soñadas, pero que mostraría números lo suficientemente holgados como para que Lavagna no quede posicionado como el garante de una gobernabilidad resentida. ¿Y en tal caso?; los fantasmas que recorren el Palacio de Hacienda proyectan una imagen derrotista. Temen que una victoria nítida lo envalentone a Kirchner a deshacerse de alguien a quien no eligió y con quien nunca ha conseguido combinarse químicamente, más allá de las sucesivas treguas por conveniencia mutua. Incluso exhuman aquel viejo planteo de campaña electoral del ahora Presidente, que se ofrecía a la vez como su propio ministro de Economía, capacitado para ejercer ambos cargos en simultáneo. La hipótesis alcanza a cobrar forma: el cargo formal de ministro quedaría en manos de alguien con mucho menos autonomía que Lavagna, entre quienes se menciona al ex duhaldista y actual secretario de Hacienda alineado con el kirchnerismo, Carlos Mosse, y al secretario de la Bolsa de Comercio, Alfredo Mac Loughlin.

En el entorno de Kirchner no dan crédito a ninguna de las suposiciones anteriores que sobrevuelan por Economía. A lo sumo, reconocen que el Presidente tiene pensado realizar cambios en el gabinete después de las elecciones, pero para decidirlos necesita saber cuáles serán los números del 23 de octubre a la noche. “Por ahora, lo único seguro es que la cosa sigue como está hasta ese día”, señaló la fuente.

Paradójicamente, así como el futuro de la relación entre los dos hombres fuertes del Gobierno asoma como problemática y despierta preocupación en ámbitos empresarios, el presente entre ambos es de lo mejor de los últimos tiempos. Y si algo faltaba para despejar el panorama hasta las elecciones de octubre, que la inflación de julio no haya superado el uno por ciento fue una buena noticia que completó el tablero. Como se señaló desde esta columna semanas atrás, las variables macro fundamentales no daban como para agitar la calma tanto como lo hacían varios. Puesto en palabras del último informe del sector de análisis económico del Banco Francés, “en presencia de un superávit fiscal que resta poder de compra al sector privado, junto a un superávit del sector externo que presiona a la baja del tipo de cambio real, de aumentos en la demanda de dinero en pesos y de un Banco Central que emite moneda con respaldo en dólares, es difícil argumentar que existe un desequilibrio en las principales variables macroeconómicas que pueda conducir a alta inflación”.

De todas maneras, un aumento adicional de tres décimas a medio punto porcentual (que habría elevado la inflación al entorno del 1,5 por ciento) hubiera sido compatible con los fundamentales macro y podría haber alimentado expectativas y comportamientos remarcatorios. Pero lo cierto es que los vaticinios agoreros fallaron otra vez y las aguas se aquietaron por un tiempo. En Economía, sin embargo, son extremadamente cautelosos y no le quitan el ojo de encima al tema precios. Dicen que al monstruo hay que tenerlo fuertemente controlado porque si se despierta es muy difícil dominarlo.

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