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Sábado, 16 de agosto de 2008
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Hugo Midón y las ideas de su nueva obra, La trup sin fin

“Quise zambullirme en lo imaginario”

Veterano de la escena infantil, miembro de una fértil sociedad con el compositor Carlos Gianni, Midón afirma que el trabajo con los actores resulta fundamental: “El libro es el punto de partida, pero el espectáculo nos pertenece a todos”.

Por Vanina Redondi
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En La trup sin fin desfilan La Cenicienta, Popeye y Olivia, Aladino, el Gordo y el Flaco, Pinocho y Charles Chaplin.

Seis aventuras, mucha música y unos cuantos personajes entrañables. Nada más ni nada menos promete el nuevo espectáculo –¿infantil?– de Hugo Midón. El actor, director y dramaturgo juega un juego de adultos para una audiencia de niños. Desde 1970, cuando estrenó La vuelta manzana, no deja de crecer en el mundo del teatro para chicos. Presentó infinidad de obras, muchas de las cuales permanecieron en cartelera durante varios años, pero ahora vuelve con una historia que entremezcla el ir y venir de algunos de los seres que ya habitaron sus antiguas creaciones. La Cenicienta, Popeye y Olivia, Aladino, el Gordo y el Flaco, Pinocho y Chaplin vuelven a cobrar vida en La trup sin fin. Aquí, una compañía de artistas ambulantes recorre los caminos del mundo mientras retrata a personajes del cine, las historietas y los cuentos de hadas. “La acción se desarrolla en una especie de set de cine de los años ’20. Un grupo de artistas trashumantes va de un lado a otro, creando un espacio un poco circense que sirve de base para presentar sus aventuras. Ellos están constantemente en movimiento, continúan y continúan como el cuento de nunca acabar. Eso es La trup sin fin, una puesta muy onírica sobre un conjunto de personas que narran historias”, explica Midón a PáginaI12.

Los personajes que aparecen en la obra no fueron elegidos al azar. Con muy pocas excepciones, ya estuvieron sobre el escenario en espectáculos escritos y dirigidos por Midón. En esta ocasión, se suceden unos a otros en una serie de relatos que están vinculados, aunque no forman una unidad argumental estricta. “Cuando empecé a armar esta pieza, quise juntar a varios seres de la literatura clásica y del cine mudo para crear algo que los incluyera a todos”, explica. “Mi estilo se caracteriza, cada día más, por contar varios cuentos y no uno solo. Simplemente me sale así, como una especie de flash con historias muy libres entre sí. Encuentro en estos personajes una actitud frente a la vida que yo comparto. Ellos juegan permanentemente, mantienen su capacidad de fantasear y de relacionarse con la realidad desde lo lúdico. El humor es una de las cosas que más me gustan, y creo que junto con la emoción siempre debería estar en el teatro para chicos. Yo encuentro todos estos rasgos en figuras como Carlitos Chaplin, que va directo al corazón”.

La trup sin fin retoma parte de la esencia de Vivitos y coleando, una saga que empezó como un programa de televisión, se presentó en tres versiones para teatro y siguió como una recopilación de escenas en Locos ReCuerdos. “En Vivitos..., todas las historias que se nos ocurrieron transcurrían en una buhardilla. En esta nueva obra hay algo de eso: una compañía que presenta los relatos en forma de situaciones breves, pero también personajes básicos a través de los cuales se da vida a situaciones que podrían estar ocurriendo hoy. Estos seres me interesan porque tanto sus conflictos como su humor y su juego siguen vigentes. La Cenicienta es como Shakespeare: siempre está”, dice Midón.

–Sus obras siempre tuvieron un contenido social y un mensaje dirigido tanto a los niños como a los adultos. ¿Este rasgo se mantiene en La trup sin fin?

–Sí, totalmente, pero ahora tal vez un poco menos. Creo que este espectáculo lo pensé en contrapartida a Derechos torcidos y Huesito Caracú, dos obras que hice cuando estaba metido hasta el fondo con la preocupación por lo social. Ahora preferí zambullirme en el mundo de lo imaginario, en ese universo de siglos que incluye a los cuentos, el cine, la acción, los gags y todos esos elementos que me encantan. Hoy en día siguen existiendo las mismas injusticias y mis preocupaciones están presentes, pero supongo que cambió mi punto de vista y el lugar desde el cual me ubico. Creo que como dramaturgo y director estoy en un lugar diferente de cuando hice Vivitos.... Igualmente, aunque traté por mi propia decisión de aislarme de lo directamente social, estas cuestiones siempre aparecen.

–¿Qué ejemplo de personaje clásico encuentra que tiene mucha actualidad?

–La Cenicienta, por mencionar uno de los tantos. Mi intención no es simplemente volver a presentar lo mismo sino trabajar con ella en la medida en que hay ciertos aspectos y vivencias que perduran en las mujeres de hoy. El espíritu de Cenicienta está presente en ese sueño de querer lo imposible y de buscar algo perfecto en lo amoroso, aunque después la realidad muestre que no es como uno creía. Ella es una chica que prácticamente está sola. Su madre murió cuando era niña, su padre ausente se la pasa viajando, y la madrastra y las hermanastras la tratan muy mal. Sin embargo, en ella está el impulso de desear lo mejor y de ir contra viento y marea para conseguir lo que se propone. Esta fuerza es la que yo destaco en el personaje, no la fábula. En el cuento clásico Cenicienta sale adelante gracias a la ayuda de la magia, pero en mis obras la magia se encuentra en uno mismo. No es nada más ni nada menos que esa capacidad que tenemos todos de salir adelante.

–Desde el teatro, ¿resulta difícil tocar el tema de los problemas sociales con los chicos?

–No, para nada. En mis obras yo siempre traté de que se produjera un diálogo continuo sin que el espectáculo fuera un plomazo. Trabajo con la diversión. Busco que nos emocionemos juntos con las pequeñas cosas que son universales y que compartimos todos los seres humanos. Sigo asegurando que el escenario es una herramienta para hablar con los chicos, pero también representa un medio por el cual los artistas nos encontramos entre nosotros. A veces no valoramos lo suficiente esos momentos, pero creo que lo que uno quiere en la vida cuando hace teatro es justamente encontrarse con el otro. Cuando sucede, cuando hay una verdadera reunión, ahí es cuando más lo disfrutamos. Algunas veces pasa y otras veces no.

–Siempre le dio mucha importancia al trabajo en equipo.

–Totalmente. Me interesa estar al pie del escenario, laburando desde un lugar donde se mezcla el director y el autor. Se me hace bastante difícil preparar una obra con compañías que no conocen este juego recíproco. Por eso me apego a actores como Diego (Reinhold), Omar (Calicchio) y Alejandra (Radano), los protagonistas de La trup sin fin. Trabajé con ellos en otras obras y es muy lindo cuando se pueden armar grupos como éste. Nos respetamos mucho, yo confío en ellos y ellos en mí, y por eso logramos una flexibilidad que realmente me gusta. Vamos armando la obra a través del juego, donde todo el mundo propone y yo, como director, filtro y elijo. A mí no me importa de quién viene una buena idea, es lo mismo si el actor se inspiró en algo que yo dije o si yo pensé algo nuevo gracias a él. El elenco nos permite ir progresando de esta manera. Yo les decía a ellos, hace unos días, que el que va a cobrar los derechos de autor soy yo, pero la obra es de todos.

–¿Es decir que sus obras se van armando a través del juego y el humor?

–Sí. El libro es el punto de partida porque siempre plantea una especie de guión y nos sirve como esqueleto para el trabajo de la puesta en escena. Generalmente, las canciones y sus letras quedan fijas desde el principio, pero el resto de la obra se va armando con los artistas que me acompañan. Creo que tiene que haber un juego incesante entre los actores y el director, donde ellos me siguen a mí y yo a ellos. Como decía antes, no tengo idea de a quién pertenece espectáculo, pero supongo que a todos.

–¿La música ocupa un lugar fundamental?

–Sí, definitivamente. Incluso diría que en los últimos tiempos las canciones son lo primero que surge, porque alrededor de los temas musicales se van armando las situaciones. Además, estoy en escena con (el compositor) Carlos Gianni desde hace cerca de 40 años. Empezamos a compartir el escenario en los ’70 en una comedia musical para chicos, y desde entonces seguimos trabajando juntos con total plasticidad. Siempre tratamos de ser flexibles y encontrarle la vuelta para cambiar la música o la letra según sea necesario. Si tuviera que hacer teatro de otra manera, con más rigidez, la verdad que me aburriría un poco.

–Habiendo tantos personajes clásicos en La trup sin fin, ¿no pasa que a veces los adultos los reconocen más que los chicos?

–A Chaplin o al Gordo y el Flaco seguro que los chicos de hoy no los van a conocer, pero a Popeye y Olivia capaz que sí. En líneas generales, como no están al tanto de quiénes son, los niños se encuentran con un humor que no saben de dónde viene o de cuándo es. Al verlos son muy tajantes: o les gusta o no. Cuando yo presenté Stan y Oliver, el espectáculo basado en los personajes del Gordo y el Flaco, todos los chicos se morían de risa. Además, les encantaban las imágenes de películas que mostrábamos durante la obra. En La trup... también vamos a proyectar secuencias armadas, casi como videoclips, de las historias que protagonizaron Chaplin y Stan Laurel y Oliver Hardy.

–¿Los papás se suelen sorprender con sus obras para niños?

–Sí. Ellos, al igual que los chicos, están muy enchufados con el mundo virtual y la vida cibernética. El humor directo y físico que ven acá los descoloca un poco porque no están acostumbrados. El arte en vivo es algo único porque el actor está justo ahí, enfrente de ellos. En esa intimidad tan grande que produce, el teatro nos permite entrar en la conciencia de los chicos y de todos los espectadores. Por eso se genera una fusión de las almas que queda en el recuerdo por años. No es casual que muchos adultos jamás olviden las obras que vieron décadas atrás, cuando todavía eran niños.

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