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Sábado, 13 de septiembre de 2008
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DON JUAN DE ACA, EL NUEVO ESPECTACULO DE LOS MACOCOS

Un amante de la revolución

En el espectáculo que presenta en el Salón Dorado del Teatro Cervantes, la “banda de teatro” cruza varias versiones clásicas del Don Juan con la Revolución de Mayo, con músicos en vivo y tres actrices que realzan los pasos de comedia.

Por Hilda Cabrera
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En el universo Macoco cabe tanto el Don Giovanni de Mozart como una rutina de Los Tres Chiflados.

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DON JUAN DE ACA
(el primer vivo)

Por Los Macocos, banda de teatro.
Libro: Los Macocos y Eduardo Fabregat.
Intérpretes: Mónica D’Agostino, Paula Requeijo y Laura Silva.
Músicos: Lucas Ferrara y Pablo Bronzini.
Reemplazos: Andrea Lovera, Lautaro Ostrovsky y Néstor Ballesteros.
Música y letras: Versión de fragmentos de Don Giovanni, de Da Ponte/ Mozart, Macocos, Fabregat y Ferrara.
Dirección de arte: Marta Albertinazzi.
Asistente: Analía Morales.
Diseño de iluminación: Fernando Dopazo.
Coordinación general: Los Macocos.
Asistencia de dirección: Guadalupe Bervih.
Dirección: Julián Howard.
Producción y fotografía TNC: David Hoyo y Gustavo Gorrini.
Salón Dorado del Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815, de jueves a sábado a las 19 y domingo a las 18.30. Localidades: 20 pesos (viernes a domingo) y 15 pesos (jueves). Hasta el domingo 12 de octubre.

Aunque los clásicos inspiran, la marca sigue siendo de Los Macocos, con su característico entramado de géneros teatrales rioplatenses. Ellos son los que reinventan y pintan a este Don Juan de acá; los que juegan con las palabras y fabrican contrapuntos con chistes bobos o inteligentes, ingenuos o subidos de tono. Las bromas tienen algo de la revista y el slapstick, popularizado en otro tiempo por los perdurables Tres Chiflados, cómicos de entreguerras que Los Macocos admiran. Se aclara que esta historia transcurre en los días que anteceden a la Revolución de Mayo. El personaje a rescatar es el arquetipo literario que perfiló Tirso de Molina, seudónimo de fray Gabriel Téllez, ingenioso crítico de la sociedad de su época, como lo expresa en El burlador de Sevilla y convidado de piedra. En la enumeración de clásicos hecha por Los Macocos en el programa de mano cae el Don Juan Tenorio, de José Zorrilla; el Don Juan, de Molière, rebelde ante la hipocresía social; y el Don Giovanni, de la ópera de Da Ponte-Mozart. Seductor de ficción en todas estas creaciones, y no real como el veneciano Casanova, el amante erotizado que reprimía su homosexualidad.

El Don Juan de los Macocos no padece sífilis ni sufre contradicciones de género. Su tarea es embrollar a las mujeres con halagos, sólo que éstas, aun cuando se pliegan a sus deseos, no lo toman en serio. Ellas demuestran que en materia amorosa son mejores comediantes. En este popurrí no falta el sainete ni el circo, enfatizados por Daniel Casablanca, que en el rol de pregonero toma elementos del “augusto de soirée” al que todo le sale mal, en especial sus avances sobre la bella Esperanzina.

Más desordenados que prolijos, los pregoneros conducen esta historia. Ellos son Ronesto (Casablanca), Hornesto (Gabriel Wolf, también intérprete del general Don Pedro de las Copas) y Elresto (Martín Salazar, que personifica al donjuán de más allá del río que naufragó, pasó a ser de acá y se transformó en “el primer vivo” de la Buenos Aires colonial). Estos servidores que cantan las horas y propalan asuntos del Virreynato sostienen la condición de guías desde el inicio de la función, cuando irrumpen en el foyer del Teatro Cervantes, saludan al público allí reunido y le señalan el camino hacia el restaurado Salón Dorado. Son también ellos los proveedores de chistes y gags en la presentación de esta historia, que en escena ilustran los músicos intérpretes de guitarra, bandoneón, teclado y bombo.

El director Julian Howard –reconocido maestro de actores que temporadas atrás estrenó en el Cervantes Sombras nada más, de Vicente Zito Lema, sobre el fusilamiento de Manuel Dorrego, Juan José Valle y Darío Santillán– perfecciona la proverbial habilidad de Los Macocos para no demorarse en un tema, situación ni estado emocional. En esta adaptación libre pergeñada por Casablanca, Wolf, Salazar y el periodista Eduardo Fabregat, la venganza parece no estar alimentada por una filosofía del rigor. El Don Pedro borrachín e infartado tiene tiempo para acomodarse sobre una mesa antes de ser inmortalizado en estatua (otra versión del Convidado) y cumplir el fatídico mandato. Y esto porque lo que prevalece es el jolgorio, estridente a veces y sosegado otras, como en los pasos de comedia que rescatan el enamoramiento y la conformación de parejas.

En este nuevo espectáculo, el trabajo de Los Macocos se complementa con el de tres destacables actrices: Mónica D’Agostino, en el papel de la Esperanzina perseguida por el vulnerable Ronesto (también distribuidor ocasional de los jabones “Vieytes”, fragancia “Revolution”); Paula Requeijo, en el rol de Ida, la abandonada esposa del donjuán que, convertida en fantasmática figura, vaga a orillas del Plata; y Laura Silva, sobresaliente en su cómica personificación de Melba, Casatta y Charlotte; madre, abuela e hija con nombres de postre, más proclives a devorar hombres que a ser devoradas por ellos. Sin duda, otra mirada masculina sobre la tragicomedia del amante serial arrojado a las playas de una Santa María de los Buenos Ayres lista para la revolución.

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