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Miércoles, 17 de septiembre de 2008
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Pompeyo Audivert y una nueva puesta de Thomas Bernhard

“Bajo la superficie de las cosas, el fascismo lo domina todo”

En Plaza de los Héroes, que se estrena esta noche en el Teatro San Martín, el actor y director se apoya en el texto del genial autor austríaco para contar una historia que se propone indagar “en las ganas de hacerse el desentendido”.

Por Hilda Cabrera
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Pompeyo Audivert trabajó sobre Bernhard en Pater Dixit, Marcos y La fuerza de la costumbre.

Que el dramaturgo, novelista y poeta austríaco Thomas Bernhard haya criticado ferozmente a la sociedad de un país que supo aclamar a Hitler no significa que, pasado el tiempo, los dardos que en vida dirigió a determinados sectores de esa sociedad hayan impedido el reconocimiento formal de su literatura. Los textos de este escritor “incómodo” fueron editados finalmente en Austria y otros países europeos. Sus ataques a políticos, funcionarios, intelectuales y artistas cómplices de gobiernos nefastos hicieron escuela en otros autores, aun cuando –como el mismo Bernhard– fueran aceptados a destiempo. Si bien la producción de este autor nacido en 1931 en Holanda de padres austríacos y formado en Austria, donde falleció en 1989, es en gran parte autobiográfica, su obra Heldenplatz (Plaza de los héroes), que se estrena hoy en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, toca aspectos que trascienden a sus descarnadas experiencias personales. Esta pieza enlaza un hecho de 1938 (el de una multitud vitoreando a Hitler en la vienesa Heldenplatz) con la comprobación, cincuenta años más tarde, de que la ideología que alentó aquella euforia gozaba de buena salud. Esa revelación doblega a un profesor judío que en aquel año de la anexión de Austria a la Alemania nazi emigró a Inglaterra, y al regresar descubre que muchos de los que entonces fomentaron el antisemitismo ocupan puestos de poder. Un ejemplo real y no de fantasía fue el de Kurt Waldheim, presidente de Austria entre 1986 y 1992, y ex secretario general de la ONU.

Entre los personajes fundamentales de esta obra –cuya acción se desarrolla en 1988– se encuentra Robert Schuster, profesor universitario, hermano de ese otro profesor de nombre Josef que a su regreso no logra dominar el asco y se suicida. El actor y director Pompeyo Audivert es quien desempeña en esta puesta de Emilio García Wehbi al Robert herido por ese estado de cosas, pero no al punto de quitarse la vida. De Audivert se recuerdan otros trabajos inspirados en creaciones de Bernhard: Pater Dixit (adaptación de la novela Trastorno, que presentó junto a su grupo, en el Parakultural y el Teatro IFT); la instalación Marcos (sobre fragmentos del libro de poesías Ave Virgilio) y La fuerza de la costumbre, junto a su equipo del Teatro Taller El Cuervo. En Heldenplatz las escenas se suceden luego del entierro de Josef. La pregunta básica es cómo llevar adelante una obra tan austríaca. En diálogo con PáginaI12, Audivert entiende que el director García Wehbi acertó en el enfoque “al hurgar en la condición fascista de los pueblos”.

–¿Cuándo despierta esa condición?

–Como escribe Bernhard, bajo la superficie, el fascismo lo domina todo. Mientras organicemos nuestro mundo en sociedades fetichistas, esa concepción no va a debilitarse. La vemos vinculada a los nacionalismos, a creencias ridículas mezcladas con lo religioso, y en los medios de comunicación masivos, como la televisión, a través de programas en los que la gente es penetrada por los ojos y abducida a no pensar.

–¿Qué papel juegan en este punto las tribus y sus códigos?

–Las tribus se relacionan a veces con actos de resistencia, o con intentos microscópicos de dar nuevo sentido a la identidad. En este aspecto son, simplemente, patéticos estertores de los que no quieren dar el brazo a torcer a las formas masivas de ser, sentir y pensar. Para mí el problema básico es no querer conectarse con el grito histórico que está por detrás de cada circunstancia, de cada una de las situaciones calamitosas en las que hoy estamos metidos.

–¿Y a qué se debe?

–A una actitud egoísta, a las ganas de hacerse el desentendido. Y esto pasa en gente de todas las clases sociales, hasta en las bajas, también muy influidas por los medios. Heldenplatz habla de eso, de los posicionamientos que cada uno tiene en la sociedad, incluidos el artista y el público. En esta puesta, el director rompe la cuarta pared y activa la obra desde un costado interesante: abre la historia y la hace estallar.

–¿Influye el hecho de que se está refiriendo a una adhesión que, desde afuera, puede parecer ciega?

–Hubo muchas plazas como ésas en la historia, pero también otras opuestas y de diferente signo ideológico. La crítica va dirigida a ciertos sectores y no a la sociedad en su conjunto. Bernhard exagera deliberadamente su crítica: en la novela Tala, por ejemplo, se muestra muy antiaustríaco, sin embargo, al final, revela un gran amor por Austria. Es su manera de radicalizar la escritura: él va contra todo sin hacer distingos. Desde esa guerra total puede escribir más radicalmente contra la burguesía, la Iglesia, los políticos, los arquitectos, los intelectuales y los artistas. Y uno puede acordar con todo eso cuando observa a su alrededor y ve cómo avanzan la tontería y la condescendencia, la mentira y el populismo.

–Pero son pocos los que se atreven a la denuncia.

–Sí, pero interiormente uno coincide porque no hay demasiado para valorar y porque entiende que la única posición sana y luminosa es la crítica. El que se arriesga sabe que puede pasar de víctima a victimario. En una sociedad basada en el capitalismo a ultranza y en la que no existe límite para la pobreza ni para la riqueza, como la nuestra, es fácil caer en la trampa del pensamiento fascista. De alguna manera, Heldenplatz revuelve cuestiones que están activas en todo el mundo.

–Asuntos que aquí reaparecen después de una muerte.

–Josef Schuster se suicida por asco. Se tira desde el balcón del piso que la familia había comprado frente a la Heldenplatz, donde los austríacos consagraron a Hitler en 1938. Lo recuerda el ama de llaves, especie de ventrílocuo del muerto.

–¿Qué le aporta esta obra después de haber hecho otros trabajos sobre Bernhard?

–Esta es su última pieza (pudo estrenarla tres meses antes de su muerte). Mi personaje es un viejo al que le falta el aire, que se crispa y anda continuamente con un tubo de oxígeno a cuestas. Hacer una obra como ésta y componer a un viejo es importante para un actor, y sobre todo para mí, que no doy con la edad.

–En La fuerza de la costumbre, su papel era también el de un viejo, Caribaldi, a su manera, un filósofo.

–Los viejos de Bernhard son, en ese sentido, iguales, como los de sus novelas. Ellos son extraños alter ego del abuelo, exacerbaciones del pensamiento de ese abuelo anarquista que lo crió, y de alguna manera exacerbaciones de su propio pensamiento ante la vida.

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