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Miércoles, 15 de octubre de 2008
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Cariño Yacaré, puro humor y desborde emocional

Brillos y miserias del show

El director Juan Parodi propone en su nuevo espectáculo un comentario sobre “dos mundos opuestos que conviven: la frivolidad de la industria cinematográfica –según describe– y el desamparo en que se encuentran una madre y su hija”.

Por Cecilia Hopkins
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Juan Parodi puede inspirarse en Roland Barthes o en la biografía de Liza Minelli.

Junto a Berta Goldenberg en Fotos de infancias, de Jorge Goldenberg, Juan Parodi ya había experimentado la dirección de un grupo de actores que interpretaba un texto generado a partir de sus propias vivencias. Ahora, junto a las actrices Gimena Riestra (Yo, la peor) y Noralíh Gago (Solita para todo), el director vuelve a realizar en Cariño Yacaré un nuevo trabajo de intercambio artístico, al que suman sus aportes el iluminador Ricardo Sica y la escenógrafa Gabriela A. Fernández. Si bien Parodi se reconoce volcado hacia el humor y el desborde emocional, no acierta a definir una estética propia: “Estoy en una búsqueda constante y esto me ha llevado a abrevar en Roland Barthes como en la biografía no autorizada de Liza Minelli, a inspirarme en Mina como en Ramona Galarza”, afirma en una entrevista con PáginaI12. “Mi creación artística es inestable, como las emociones”, concluye.

A las dos actrices, habituales intérpretes de unipersonales gestados por ellas mismas, el director las conoció durante la larga temporada que cumplió El 3340, un espectáculo de cabaret que condujo en el bar del teatro Anfitrión. Sin pertenecer al mismo género, el nuevo montaje tiene a la música como protagonista, cantada en vivo en algunos casos pero siempre inspirada en temas de décadas pasadas. La obra, que debe su nombre a las palabras dichas por Joan Crawford en la película El suplicio de una madre, cuando su personaje admite que “los yacarés hacen muy bien en comerse a sus crías”, presenta la relación entre una ex actriz de Hollywood y su pequeña hija, alrededor de los años ’50, pero en un tiempo ficcional: ambas sobreviven en un paisaje pantanoso al que llegaron huyendo del bombardeo del que fueron objeto los grandes estudios de Los Angeles. Entre totoras y mosquitos, las dos mujeres sueñan con un golpe de suerte que les cambie la vida. La obra -–que puede verse los viernes en el teatro Payró– sintetiza, según Parodi, “dos mundos opuestos que conviven: el encanto y la frivolidad de la industria cinematográfica, y la situación precaria y desamparada en que se encuentran una madre y su joven hija”.

–¿Cuáles son los aspectos que más le interesan del cabaret?

–Es un género que permite una atractiva hibridación de diversas técnicas o recursos, e incluso una fusión de artistas rica y variada. Me atrae mucho la situación teatral atravesada por la música: en Cariño Yacaré conviven las canciones cantadas en vivo por las actrices junto a la música incidental que remite directamente al metabolismo hollywoodense de la época. El cabaret siempre da la posibilidad de una mirada crítica y actual que lo aleja de cierta aparente frivolidad. Me interesa además conservar cierta pátina de decadencia o cierto esplendor deshilachado que arrastra desde sus orígenes.

–¿Como fue dirigir a dos actrices tan acostumbradas a la autodirección?

–Intento escuchar y compartir, abrir el juego y aceptar al actor como un artista creador de un universo poético que puede aportar y enriquecer el trabajo del director. Juntos tuvimos un proceso de trabajo de un año, sin perder de vista los roles de cada uno, pero discutiendo y compartiendo criterios estéticos.

–¿Cuáles son las referencias cinematográficas y literarias de esta obra?

–El cine hollywoodense, sobre todo el de los ’40 y ’50. La primera película que vimos fue una, de la cual soy fanático: Qué fue de Baby Jane, con Bette Davis y Joan Crawford. También vimos películas como Mañana lloraré, Gilda, El ocaso de una vida o La dama de Shanghai. Releímos a Manuel Puig en The Buenos Aires Affair, Cae la noche tropical y La traición de Rita Hayworth, textos de Henry Miller y Antonio Porchia y hasta definiciones de ciberenciclopedias, que se convirtieron en material dramático.

–Esta obra apuesta al desborde emocional. ¿Que pasa con las emociones en nuestro teatro, en general?

–A mi entender, la emoción es el resultado de un proceso personal e intransferible. Produce una reacción, un movimiento, que agita nuestros sentidos, ideas, recuerdos. El campo teatral hoy es muy diverso, pero en general hay cierto pudor o miedo a manifestar las emociones. Esto ha generado muchas veces un teatro vacío, gélido, o demasiado “minimalista”. Y creo que el teatro, como nuestra existencia, necesita de cierto desborde, sin empañar, claro, las sutilezas vinculadas con las emociones estéticas, auditivas y visuales que consuman el hecho teatral.

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