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Viernes, 13 de febrero de 2009
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Pepito Cibrián, Angel Mahler y su puesta de Otelo, el nuevo musical

“Llegó a sorprendernos a nosotros mismos”

El dúo, que trabaja en conjunto desde hace casi treinta años y ya tiene una considerable lista de éxitos en su haber, señala que “nos interesa tomar personajes de la literatura universal y, a partir de ahí, poder crear y aportar nuestra visión”.

Por Carolina Prieto
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Cibrián, Rodó y Mahler sobre el escenario de El Nacional: “Nos interesó tomar el tema de la traición”.

A pesar de las voces críticas que señalan cierto alejamiento del texto de Shakespeare, Pepito Cibrián y Angel Mahler –dupla creativa con más de veinticinco años de trabajo, convertida en referente indiscutido del musical argentino– rebosan absoluta confianza y hasta cierto orgullo por su última creación. Se trata de Otelo, el nuevo musical, que desembarcó a comienzos del año en la sala El Nacional con una óptima respuesta de público, en tiempos en que el género se explaya con comodidad en la cartelera porteña. Con más de veinte montajes, Pepito aborda por primera vez un texto del gran bardo, pero sin la ansiedad que este debut podría suponer. “Grandes son Shakespeare, pero también Lope de Vega o Calderón. En otras ciudades con tradición teatral, no están tan preocupados por si un director se anima con un autor de otra lengua, sino más bien por ver qué puede hacer con él, qué le puede aportar. Del texto de Shakespeare me interesó mucho tomar el tema de la traición, la incondicionalidad y el honor. Por eso el vínculo entre Otelo y Desdémona es secundario en relación al triángulo Otelo-Yago-Casio”, explica el creador. Y agrega: “En este sentido, Picasso no hubiera podido hacer su versión de Las Meninas de Velázquez. Con Angel nos interesa tomar personajes de la literatura universal y, a partir de ahí, poder crear y aportar nuestra visión. Por eso creo que el espectador tiene que tener una actitud más despojada, sentarse a ver lo que le proponen sin tantos preconceptos. Nosotros mismos nos sorprendemos con algunas lecturas del final de la obra que nunca imaginamos y que resultan muy oportunas”.

La acción transcurre en la corte veneciana. Otelo, príncipe negro, defendió a Chipre y es apreciado por sus méritos militares, además de conquistar el amor de Desdémona, hija de un noble. Todo parece marchar bien; ha formado en el arte de la guerra a los hermanos Yago y Casio; pero, al nombrar lugarteniente al último de éstos, el primero no lo tolera, se siente traicionado y lucubra la tragedia al punto de enloquecer al protagonista, que de ser un hombre sólido pierde toda confianza en sí mismo y es víctima de celos y de un tormento interno descomunal. La realidad se distorsiona y las desgracias se multiplican en forma insospechada. “Es más una obra de hombres que una historia de amor entre un hombre y una mujer. Hasta la muerte de Desdémona es distinta en nuestra versión. La lupa enfoca el trío masculino: esa relación de Otelo casi como un padre con sus dos hijos, que tienen mucho de Caín y Abel”, coinciden los responsables.

–¿Este trabajo tiene un concepto más operístico que los anteriores?

Pepito Cibrián: –No, para nada. Lo que sucede es que en otros montajes había más movimientos de masas.

Angel Mahler: –Pepito trabajó un año en el libro y al leerlo sentí que no hacía falta tocar nada. El resto fue ponerle música.

–Ya son reconocidos como una dupla inseparable. ¿Cómo se conocieron?

A. M.: –De casualidad. Uno trabajaba en Promúsica, vendía pianos. Y un día me lo presentaron a Pepito. Teníamos una amiga en común y él me propuso que le hiciera un arreglo de un tema. En esa época, él estaba haciendo Calígula.

P. C.: –Esa misma noche me lo trajo y me gustó. Así empezamos y no paramos. Van a hacer casi treinta años. Siempre partimos de la intuición, del deseo, sin analizar demasiado... Después pensamos, pero primero está el impulso.

–¿Cómo seguirá este año?

P. C.: –Hacemos cuarenta funciones acá y después a recorrer el interior. Nuestro trabajo en las provincias es muy gratificante. Somos la única compañía de musicales que cada año actúa fuera de Buenos Aires. Es una fuente de trabajo y es un contacto con un público muy importante. Llevamos la misma obra al interior que a Capital, cobramos menos por entrada. Nos satisface mucho poder hacerlo.

A. M.: –Y tenemos pensado estrenar otra cosa, algo mucho más pequeño, una obra para cuatro actores, que además cantarán.

P. C.: –Pensamos estrenar hacia mitad de año. Estoy muy contento con el texto. Se llama Treinta días, y los personajes son una pareja de amigos y sus respectivas madres.

–¿Cómo evalúan la expansión actual del género musical?

P. C.: –Buenos Aires siempre fue una ciudad con una oferta desbordante. Ultimamente ha habido musicales de lo más interesantes, como el de Nacha, Hairspray, Los productores. La primera escuela de formación musical la fundé yo en 1981 y desde entonces seguí dando clases. Ahora hay muchas escuelas, pero en esta ciudad no hay una fuerte cultura del musical, como en Londres o en Nueva York. Por eso, les digo a mis alumnos que se maten para buscar espacios como lo hicimos nosotros. Y que no tiene por qué ser un gran teatro con todos los lujos.

A. M.: –Al contrario, lo importante es el talento. Siempre.

En esta misma sala, Pepe Cibrián padre estrenó Mi bella dama. Pepito tenía sólo 11 años, fue a la función y el cimbronazo fue tal que no se apartó del género, encandilado por la combinación de texto, música, voces, danza y actuación. Su verdadero nombre es José Rafael Cibrián y estaría casi genéticamente marcado por el teatro, la profesión de su padre y de su madre, Ana María Campoy. Su primer éxito fue Aquí no podemos hacerlo, estrenada en 1978 en el hoy desaparecido teatro Embassy, considerada el primer gran musical argentino centrado en un grupo de jóvenes talentosos que, a pesar de las dificultades, intentan estrenar una obra. Después vinieron Melisa, La mamá de Tarzán, La puritana y De aquí no me voy, el musical previo a la asociación artística con Angel Mahler. El debut de la dupla fue en 1983 con Calígula, a partir del cual siguió casi una veintena de espectáculos como George Sand, Mágico Burdel, Divas, Los Borgia, Las Invasiones Inglesas, El Jorobado de París, El fantasma de Canterville, Las mil y una noches y La importancia de llamarse Wilde. Drácula, estrenado en 1991, fue un boom que traspasó las fronteras con más de 800 mil espectadores. Tres décadas más tarde, en el 2011, Cibrián-Mahler y Rodó van a reponerlo. Y seguro habrá sorpresas.

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