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Sábado, 16 de enero de 2010
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Amargo dulzor, el nuevo espectáculo de Marcelo Katz

El amor en tiempos del clown

El director propone una pieza que combina humor, música en vivo, desparpajo, imaginación y una fuerte interacción de los intérpretes con las sombras que sus cuerpos reflejan en una pantalla. “Si podés reírte de lo que te pasa, corrés con ventaja”, señala.

Por Carolina Prieto
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“Lo revolucionario del clown es que dice la verdad y muestra lo que le pasa, aunque sea algo heroico o vergonzante.”

¿Qué mejor receta para las noches de verano que reírse a carcajadas de los papelones y ridiculeces que, algunos más otros menos, casi todos cometemos en pos del amor? En un escenario montado al aire libre en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), los sábados a las 21.30, cuatro criaturas irreverentes se enredan en situaciones delirantes que giran alrededor de la búsqueda y el encuentro amoroso. Amargo dulzor es la nueva propuesta de Marcelo Katz (uno de los popes del teatro de clown local), esta vez en co-dirección junto a Hernán Carbón: una pieza que combina humor, música en vivo, mucho desparpajo, imaginación y una fuerte interacción de los intérpretes con las sombras que sus cuerpos reflejan en una pantalla. Katz fue uno de los renovadores del circo local de la mano de la compañía La Trup, creó obras para grandes y chicos como Allegro ma non troppo, Elemental, Ilusos y las más recientes Aguas y Aires; además de dirigir y enseñar en su propia escuela de clown a la que asisten cientos de alumnos, desde chicos de cuatro años hasta adultos de ochenta.

En su último trabajo no hay pretensiones intelectuales, pero sí una apuesta directa a la risa con un cuarteto desaforado que prueba distintas estrategias de seducción. Desde un falso gallego (Martín Carzoglio) que da una lección sobre el beso en el reino animal (y que tiene mucho del desenfreno humano) hasta un lungo (Lisandro Penelas) que cree encantar con sus efectos actorales (una serie de golpes y torpezas que ejecuta con proeza y lo vuelven más adorable aún); una chica algo modosita (Virginia Kaufmann), pero igualmente sola, y otra de enormes anteojos (Julieta Carrera) que se gana las risas más estrepitosas. Es que tiene una asombrosa soltura, es pura ocurrencia, improvisa, revolotea la lengua permanentemente de lo desesperada que está, y hasta ella misma se postula como el premio de una rifa con el público. Hay tanta soledad en escena que enternece, y los personajes delinean un espejo extremo, deformado y reconfortante.

–¿Cómo fue el origen del proyecto?

–Konex nos pidió un espectáculo para su proyecto del verano, el “Parador Konex”. A partir de allí empezamos a pensar ideas con Javier Pomposiello. Varios de los integrantes del equipo, compuesto por doce personas entre actores, directores y colaboradores artísticos, tienen en este momento un presente intenso con respecto al amor. Separaciones trágicas, romances de una intensidad feroz, soledades esteparias, reencuentros insólitos, búsquedas frenéticas. Nos pareció que el viejo tema del amor estaba listo otra vez para salir a la palestra. Pensamos primero en los besos, pero finalmente decidimos abrir el tema al amor, que nos pareció más amplio.

–En sus últimos trabajos hay una tendencia a crear la dramaturgia en forma colectiva a partir del trabajo con los actores. ¿En este caso fue también así? ¿Qué puede comentar de esta tendencia?

–Es cierto, estoy prefiriendo crear la dramaturgia en los ensayos a partir de las improvisaciones de los actores. Hubo obras en las que partimos de un texto previo, como La flauta mágica y Guillermo Tell. Sin embargo, me siento más cómodo escribiendo a partir de lo que vamos hilvanando en las improvisaciones. Luego vuelvo a trabajar fuera del ensayo el material que va surgiendo, para llevar nuevos disparadores y buscar nuevas improvisaciones. Y así, como delgadas capas de hojaldre que se ubican unas sobre otras, vamos componiendo la obra. Nosotros tomamos un tema y lo recorremos de un lado a otro durante varios meses, tratando de dejar los prejuicios de lado.

–Los actores no llevan las típicas narices rojas, pero sí un vestuario muy colorido, además de trabajar mucho con las sombras proyectadas en una pantalla. ¿Cómo se dieron estas decisiones de puesta?

–Lo colorido de la ropa tiene que ver con que nos planteamos un vestuario ligado a lo tropical, al bolero romántico; nuestra vestuarista trabajó en esa dirección. Al empezar los ensayos no teníamos claro si usaríamos narices o no. Durante el proceso fuimos notando que nos corríamos del género. Que estábamos más ácidos, más sexuales y eróticos, más mordaces y nocturnos que lo que el género permite y decidimos dejar las narices de lado. Es un espectáculo divertido, erótico y musical, hecho por clowns, pero no un espectáculo de clown. Y con respecto a las sombras chinas, tenía en la cabeza la idea de probar situaciones en donde una pareja se encontrara, y detrás, en sombra, aparecieran sus inconscientes, a partir de un dibujo de Quino que me gusta mucho. La vuelta de tuerca que queríamos darle es que los inconscientes salieran de atrás de la pantalla e interactuaran con el público, e incluso aparecieran luego los inconscientes de los inconscientes.

–¿El clown es catártico?

–Creo que lo revolucionario del clown es que dice la verdad y muestra lo que le pasa, aunque sea algo heroico o vergonzante. Su fuerza está en la verdad y esto impacta en el público porque no estamos acostumbrados a ver quién es el otro de verdad sino la composición que el otro nos muestra de sí mismo. El clown es un cristal con algunas aristas manchadas, percudidas y rotas, pero un cristal al fin, porque lo ves como es. Y el humor es una manera de llevar mejor la vida. Si podés reírte de lo que te pasa y no tomarte las cosas tan en serio, corrés con ventaja.

–¿Qué puede anticipar de Tempo, el espectáculo que estrenará en abril en el Centro Cultural de la Cooperación?

–Tempo permite reencontrarse desde una perspectiva lúdica con relojes, metrónomos, calendarios, péndulos, almanaques, apuros, retrasos, ansiedades, latidos, el presente, la historia y con nuestra percepción subjetiva del tiempo. El espectáculo se teje con dos conceptos complementarios: el “kronos”, el tiempo cronológico tal como lo comprendemos hoy; y el “kaleidos”, que no ha llegado con fuerza a nuestra cotidianidad, pero era un concepto concreto en la antigua Grecia, relacionado con el buen momento para que algo (el amor, la guerra o la siembra) pase o deje de pasar. El espectáculo danza entre estos dos conceptos, entre el “tiempo” y el “tempo”. Nos muestra el “tiempo” para luego arrastrarnos hacia el “tempo” que subyace en la música, en la danza, en los colores, en el latir, en las miradas, en la escena. Y nos confronta con el “ahora”, un ahora que solemos posdatar en aras de un futuro que imaginamos mejor, y por el que frecuentemente empeñamos nuestro presente.

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