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Sábado, 16 de enero de 2010
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José María Muscari y el estreno de Fuego entre mujeres

“Antes exploraba temáticas, ahora prefiero los vínculos”

Con destreza para moverse en la fina línea entre lo under y lo comercial, Muscari muestra a madre, hija y nieta enredadas en curiosas relaciones, con el fondo musical de Sandro: “Son personajes muy border que se agreden muchísimo, pero a la vez se quieren”.

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“Mi público no es tan clasificable. Hay gente de teatro comercial y alternativo, grande y joven, moderna y clásica.”

Alguien que ve sus espectáculos como cebollas y que se autodefine como “el lugar tangible por el cual circula lo real de la vida antes de volverse arte” no puede sino ofrecer un resultado, al menos, original. Ahora, decir si esa originalidad resulta de la simpleza o de la complejidad sería aventurarse, porque el juego con las oposiciones es parte de lo mismo, y porque José María Muscari está tan lleno de capas como esa gran cebolla que es su obra. No hay terrenos firmes para el actor, director y dramaturgo, que se maneja con destreza en la línea fina que separa lo under y lo comercial, lo freak y lo de todos los días, la realidad y la ficción. Son los componentes de lo que ya se volvió todo un sello de autor, los que vuelven a la carga con Fuego entre mujeres, de jueves a domingo a las 21.30 en el Teatro Tabaris (Av. Corrientes 831), con las actuaciones de Irma Roy, Mónica Salvador y Dalma Maradona.

Se trata de la reescritura de una pieza que Muscari estrenó cinco años atrás en el Teatro del Pueblo, bajo el nombre de Piel de chancho y con María Aurelia Bisutti en el rol de protagonista. Roy, Salvador y Maradona son madre, hija y nieta con una relación tormentosa que oscila entre el amor y el odio, todas ellas con historias personales conflictivas. La madre es una pirómana a la espera de un trasplante de piel de chancho por haberse prendido fuego con un calentador, la hija es una adicta al vodka que no asume su lesbianismo y la nieta es una adolescente con trastornos alimentarios obsesionada con ser como Fairuz. La intimidad que ofrece la sala petit del Tabaris es ideal para llegar a las profundidades del vínculo que hermana y a la vez separa a tres generaciones plagadas de agresividad que encuentran la tranquilidad en un mismo amor: Sandro. A pocos días de su muerte, Muscari no tiene pruritos en poner al Gitano a musicalizar la obra y a formar parte de lo colorinche y gracioso de una escenografía kitsch al extremo.

Contra todas las expectativas, el nuevo departamento de Muscari en San Telmo no abunda en muñecos de hule ni telas que se contradigan entre sí. En un ordenado y cálido ambiente rojo, negro y blanco, adornado con fotos en románticos portarretratos con forma de corazones, el prolífico director que en otra vida quisiera ser fisicoculturista conversa con Página/12 sobre su nuevo trabajo, que obliga a transitar las características de más de 15 años de carrera y 30 espectáculos. De paso, adelanta que a partir del 10 de febrero vuelve Escoria, los viernes y sábados a las 21 en el Teatro del Pueblo (Av. Roque Sáenz Peña 943).

–¿Qué es lo que quiso contar con Fuego entre mujeres?

–En general, mis obras no son algo que yo quiero contar. Son más bien mundos a explorar. En este caso, los lazos de la famosa familia disfuncional, en una casa en la que no hay hombres y los límites están subvertidos. No se sabe quién es la hija, la madre, la abuela. Son personajes muy border que se agreden muchísimo pero que a la vez se quieren. Y el humor es la única forma de digerir algunas cosas muy agresivas, logra una fuerte identificación con el público.

–¿Cree que su eje como director se posó ahora en la cuestión de las relaciones humanas?

–Sí. Creo que antes me interesaba mucho más explorar universos temáticos: la moda, la televisión, la fama, el cuerpo. Desde hace un tiempo me volqué más a los vínculos, algo que apareció muy claramente en Fetiche, en En la cama y en Cash. Creo que lo vincular refleja al otro, es una posibilidad más grande de que quien vea uno de mis espectáculos se vea a sí mismo sobre el escenario.

–¿Y qué es lo que le interesa explorar de los vínculos?

–Me parece que soy un buen capturador de las esencias cotidianas. Sin darme cuenta, tengo como una especie de antena parada que escucha e incorpora cosas que va escuchando: de mi familia, de otras, de la calle, del colectivo, del subte, incluso de los actores cuando hacen mis obras. Entonces, más que una voluntad de contar cosas eso tiene que ver con mi percepción.

–¿Por qué la inclusión de Sandro en la historia?

–Por supuesto que la idea surgió antes de su muerte, empezamos hace más de tres meses. El espectáculo fue pensado como un homenaje en vida. Me parecía bueno que un artista popular y de su talento fuera recibido por mi público, en general más cercano a mi edad. También que estuviera un artista que antecede a ese público y que tiene que ver con el vínculo entre mi mamá y mi papá, por ejemplo.

–No obstante, Sandro está presente pero por debajo.

–Exactamente. Y me parece que eso le da una emotividad muy fuerte al espectáculo, porque si fuera neurálgico podría hasta ser leído como un aprovechamiento del momento. Pero la forma en que entra, tangencialmente, implica un respeto hacia él como artista y también una cotidianidad del tema. La obra tiene sus valores por fuera de Sandro, por eso no tuve contradicciones a la hora de estrenarla el mismo día del velorio. Creo que lo que me vuelve muy impune y muy sensible a la vez es la seguridad de que hago un espectáculo de calidad y con trabajo e intelecto detrás, no soy un improvisado que sale a hacer una obra con una canción de Sandro.

–¿Y no cree que lo que puede ocurrir es el encuentro con un público mayor que usted?

–La verdad es que mi público está cada día más mezclado, porque si bien hay uno de culto que me sigue, también hay otro de teatro comercial que quiere ver a estas actrices en escena. Mi público no es tan clasificable. Hay gente de teatro comercial y alternativo, grande y joven, moderna y clásica. Gente que nunca fue al teatro y que escuchó que lo que hago es raro, diferente, trasgresor. Creo que cada espectáculo va configurando su público. Y la verdad es que no pienso en un tipo espectador a la hora de encarar una obra: mi espectador ideal soy yo.

–Fuego entre mujeres presenta varias rupturas: monólogos repentinos, contacto visual con el público, canciones que interrumpen textos. ¿Lo que busca es salirse del clásico principio-medio-fin?

–Creo que mis obras no trabajan sobre una estructura fija. Si bien podríamos decir que Fuego entre mujeres cuenta una historia con ciertos tiempos cronológicos tiene, como dice, muchas rupturas, que son lo que encuentro para lograr comprensión y complicidad del público con mi obra. Cuando los personajes hablan con la gente es un deseo de inclusión del que está mirando. Lo que yo quiero es acercar al público a esa dureza de la obra. Y, por ejemplo, eso de que el actor ya esté actuando cuando el público llega lo hago en muchos espectáculos. Es un momento que funda un lenguaje, en el que después uno sigue surfeando durante toda la obra.

–Otra particularidad es que se borran los límites entre persona y personaje. Por momentos Luisa se parece mucho a Dalma y Naná a Irma.

–Mis obras siempre juegan con esos límites, me interesan porque así el espectáculo se vuelve más ambiguo y difuso. Claro que en Escoria eso era más obvio porque los actores hacían de ellos mismos. Acá juego con muchas cosas de las actrices. De pronto, no sabés si están actuando el rol o el rol las está actuando a ellas. De hecho, gran parte de la dramaturgia fue reescrita pensando en ellas, buscando cosas suyas de lo cotidiano. Hay muchas cosas que dice el personaje de Irma que se las escuché en algún momento y me gustó cómo le quedaban, por ejemplo: “Tiene rasgos enanoides”. Tengo como una especie de grabadora continua.

–¿No le teme a lo que pueda generar en su público más culto la inclusión de personajes más ligados a la farándula, como Dalma Maradona?

–No, soy muy cuidadoso con lo que hago. Si Dalma Maradona actúa es porque me gusta cómo lo hace y no sólo por lo que significa comercialmente. Por supuesto que el hecho de que sea ella tiene un plus, pero los actores no están en mi obra por ser conocidos.

–Como conocedor del circuito alternativo y del comercial, ¿qué les aprueba y qué les critica?

–Del circuito alternativo destaco su gran libertad de expresión y el deseo como única voluntad puesta en juego. Lo que le critico es que a veces está demasiado enfrascado en autoproclamarse elite cultural del campo teatral. No me parece que el valor agregado de estar en el circuito alternativo sea lo que le da calidad a un espectáculo. Y el circuito comercial lo que tiene a favor es que es un trabajo y se vuelve una prioridad, porque nadie tiene que ver cómo generar dinero de otra manera. Lo que le critico es la búsqueda de la inmediatez, que es demasiado exigente, como el hecho de tener que vender enseguida cierta cantidad de entradas porque si no el espectáculo no sirve.

–¿Cree que por estos días se vive una revalorización de lo bizarro?

–No sé si una revalorización, sí me parece que a partir de la irrupción de los fenómenos mediáticos de Zulma Lobato y de Ricardo Fort hay un culto por lo bizarro, lo kitsch. Cada uno en su estilo, Lobato desde el bizarrismo más extremo y Fort desde el excentrismo son el paroxismo de algo diferente a lo cotidiano. Y eso puso más en circulación que lo diferente genere mucho consumo. Lo kitsch, lo bizarro, lo camp están relacionados con un culto a lo diferente, y esto se entrelaza con el fenómeno mediático de ellos dos.

–Más allá de la estética, lo bizarro se percibe en su obra desde el traslado de elementos de su contexto original a uno nuevo, en el que adquieren otro valor, como en sus adaptaciones de clásicos, por ejemplo.

–Hay algo de reconfigurar, sí. Me parece que no hay una estrategia ahí, sino que ese lugar en el que pongo las cosas soy yo. Trabajar con Irma no es ponerla a ella en un nuevo lugar, sino que al trabajar conmigo hace algo diferente, porque eso nuevo soy yo con mis ideas y mi obsesión de que se concreten. No soy ingenuo y sé que la posibilidad de ver a Irma toda tapada y haciendo de momia humana es raro, pero no es que trabajo sobre la especulación de esa rareza.

–¿Y cuánto de José María Muscari se imprime en sus obras?

–Mucho. Son mis obsesiones, mis dolores, mis alegrías. Grandes temas de mi vida que extrapolo a mis obras y que exorcizo a través de ellas. Es difícil que me encuentre desafectado de una obra. Siempre estoy ahí.

Entrevista: María Daniela Yaccar.

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