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Miércoles, 27 de enero de 2010
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A los 83 años, murió la actriz y directora Inda Ledesma

Grande arriba y abajo del escenario

Alumna de Cunill Cabanellas, apasionada de Bertolt Brecht, participante de innumerables puestas y con carrera también en el cine y la TV, Ledesma fue además una luchadora por los derechos de la gente de teatro, lo que le valió el reconocimiento de sus pares.

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“Soy una abrecaminos, y no lo fui más porque me los cerraron en diferentes oportunidades.”

Con Inda Ledesma se fue una fracción de la historia del teatro argentino. No es exagerado decirlo. Queda entonces la leyenda. A los 83 años, la actriz y directora falleció ayer por la mañana a causa de un paro cardiorrespiratorio, en la clínica geriátrica porteña en la que vivía. Sus restos, velados ayer en Thames 1164, serán inhumados hoy a las 10 en el Panteón de Actores del cementerio de la Chacarita.

Ledesma nació el 29 de marzo de 1926. Actriz y directora, su carrera no se circunscribió al teatro. Aunque con menos énfasis, fue dueña de una labor reconocida también en cine y televisión. “La gente que no me conoce piensa que soy una actriz tradicional por edad. No es así. Soy una abrecaminos, y no lo fui más porque me los cerraron en diferentes oportunidades”, se definió en una oportunidad. Dentro de su trayectoria, fue memorable la dupla que armó con Ernesto Bianco, con quien compartió el éxito de Mi querido mentiroso. En teatro también se atrevió a la dirección de títulos como De puerto en puerto, El último padre y Tres hermanas.

Alumna del mítico Antonio Cunill Cabanellas en el Conservatorio de Arte Escénico (hoy IUNA), fue introducida por su maestro en la Comedia Nacional en el Teatro Nacional Cervantes. A partir de su debut con El avaro, de Molière, Ledesma iniciaría una fructífera carrera, teñida de talento y de responsabilidad social. En 1951 comenzaron los reconocimientos a su trayectoria. Ese año recibió una distinción de la crítica peruana por El mercader de Venecia, de William Shakespeare, a la que se sumaron sus primeros premios municipales porteños, de la Asociación de Críticos, del entonces Instituto Nacional de Cinematografía –por Todo sea para bien y Sin salida– y de publicaciones especializadas.

“Los actores debemos esclarecernos, comprender que nuestros privilegios tienen que volver a quienes nos los han dado, creernos menos excepcionales. Por supuesto, debemos tener mayor conciencia social”, expresó una vez. Pero Ledesma no se quedó en la teoría, y en ese sentido fue un ejemplo. En el escenario desplegó todo su histrionismo, y en la vida, una activa militancia por los derechos de sus pares. Dirigente de la Asociación Argentina de Actores (AAA) en los ’60, en 1964 asumió la dirección artística del Teatro Argentino de la calle Bartolomé Mitre, donde encaró proyectos de gran importancia. Apasionada de Bertolt Brecht, produjo El señor Puntila y su chofer; La muerte de un viajante, de Arthur Miller y Llegan los artistas, de Jacobo Langsner, que protagonizó junto a Lautaro Murúa, Nelly Prono y Nora Cullen.

En los ’70 viajó por el mundo con notables unipersonales: Andar por los aires, Andar por los fuegos y Andar por la gente. En los años de plomo le esquivó a la censura con seminarios privados sobre la obra de Brecht, de alto contenido político. Si se pudiera destacar un momento cumbre de su carrera, tal vez habría que mencionar la fama que adquirió con su versión de Israfel, de Abelardo Castillo, con la actuación de Alfredo Alcón; y su adaptación de Medea, de Eurípides, en la que encarnó al personaje principal. Por su participación en Orinoco, de Osvaldo Carballido, la Asociación de Críticos e Investigadores Teatrales de la Argentina la premió como mejor actriz. Además, el María Guerrero fue suyo gracias a su dirección e interpretación de El zoo de cristal, de Tennessee Williams.

Evidentemente la televisión no era el espacio en el que mejor se sentía, pero fue capaz de mostrar su talento dentro del ciclo Alta comedia, junto a un elenco de lujo integrado por China Zorrilla, Narciso Ibáñez Menta y Pepe Soriano. También se la vio en Compromiso, Nosotros y los miedos, Situación límite, Hombres de ley y Cuentos para ver. En cuanto al cine, entre 1946 y 2000 actuó en unas veinte películas. En principio cumplió un pequeño papel en Viaje sin regreso, de Pierre Chenal. Le siguieron El hombre de las sorpresas, Mi hermano Esopo, Hoy cumple años mamá, Historia de una carta, Sección desaparecidos, El último piso, A puerta cerrada, El perseguidor, Los días que me diste, Los orilleros, Seis pasajes al infierno, Los días de junio, Flop, Hasta donde lleguen tus ojos y Años rebeldes. La despedida de la pantalla grande fue en 2000 con Un amor de Borges, de Javier Torre, donde interpretaba a Leonor Acevedo, madre del escritor.

“Fue una de nuestras actrices más exquisitas, una mujer consecuente con su pensamiento y, para hacerlo materia, trabajó sin descanso”, manifestó el Consejo Integral de la AAA en un comunicado al conocer el fallecimiento. La entidad recordó las palabras de la actriz cuando recibió el premio Podestá en 1995, cuando dijo: “‘A la trayectoria honorable’, dice aquí. Entonces creo que me lo merezco, porque siempre fui leal a mis compañeros, y nunca incumplí con mi sindicato. Muchas gracias”.

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