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Jueves, 4 de febrero de 2010
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Enrique Papatino escribió Amalfi y la dirige en el Teatro del Abasto

Sobre la imposibilidad del regreso

El actor descubrió de casualidad sus vocaciones de dramaturgo y director: no encontraba textos a la medida de los grupos a los que enseñaba. Su última obra arranca cuando un hombre vuelve de la guerra y encuentra a su mujer con otro.

Por Cecilia Hopkins
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A Papatino le gusta cruzar la ficción con personajes verídicos de la historia argentina.

“Esencialmente soy actor”, afirma Enrique Papatino, quien, casi sin proponérselo, desarrolló paralelamente una carrera como dramaturgo y novelista. Intérprete habitual en los últimos proyectos dirigidos por Enrique Dacal (Procedimientos y Cartas de amor a Stalin, entre otras), el actor cuenta con un grupo propio desde 2005, con el cual estrena sus textos. Su obra Amalfi, premiada por el Instituto Nacional del Teatro y el Getea, acaba de subir a escena en el Teatro del Abasto (Humahuaca 3549), con un elenco integrado por Eduardo Leyrado, Mariel Rosciano y Jorge Albella, miembros del grupo que el autor dirige, Caue Canem (en latín, Cuidado con el perro). La situación inicial presenta a un hombre, Ascasubi, quien, al regresar de la guerra, encuentra que Carmela, su mujer, ha decidido rehacer su vida junto a otro. Con una cuota de humor poco convencional, el autor le otorga al trío la posibilidad de rever ciertas cuestiones a partir de una extraña convivencia, hasta que toda forma de comprensión se vuelve imposible. Especialmente para ella, que experimenta un cambio de perspectiva en relación con sus expectativas de vida.

Ligado a la actuación desde la infancia (su padre lo animó a estudiar con Pedro Aleandro, su propio maestro), Papatino continuó su formación con Augusto Fernandes y Raúl Serrano. Pero como autor comenzó a probarse recién cuando tuvo a su cargo cursos de actuación, a raíz de que no encontraba textos dramáticos a la medida de su alumnado. Así, sin darse cuenta, fue descubriendo una vocación que ignoraba que tenía. Como la mayor parte de los nuevos dramaturgos, pasó por los talleres de Mauricio Kartun y de Ricardo Monti, quienes le enseñaron a comprender los mecanismos de la escritura para la escena. “Mi forma de entender la dramaturgia fue cambiando porque me despojé de la presión de escribir bien: ese ‘vicio’ de escribir en forma bella ahora la reservo sólo para las didascalias”, asegura Papatino, consciente de que las acotaciones escénicas no deben ser un imperativo a la hora de la puesta sino una manera de introducir al potencial director de ese texto en un mundo particular, que espera ser apropiado. “Para escribir soy muy argumental porque mis personajes hacen comprensible todo lo que ocurre, aunque hay algunos elementos que siempre quedan oscuros, incluso para mí mismo”, concluye.

Amalfi constituye, para el autor, un punto de inflexión en su carrera de dramaturgo, porque no fue escrita por encargo o por alguna circunstancia especial. Entusiasta cultor de la cruza entre teatro e historia, Papatino aclara que le gusta construir ficción con personajes verídicos. Así concibió En París con aguacero (obra inspirada en los últimos días de San Martín en Francia), De sobornos al olvido (sobre la figura de Castelli) y Lovely revolution, una ópera de cámara que encuentra en Mariano Moreno su protagonista. El interés del actor por la historia se renovó en 2002, cuando volvió de Italia. Entre los rigores del desarraigo y la imposibilidad de establecerse en “un país hostil, en términos de supervivencia”, Papatino resolvió regresar a Buenos Aires. Mientras se desarrollaba la crisis se dedicó a estudiar historia argentina. Fue así que descubrió en Moreno, Belgrano, Castelli y San Martín, “los cuatro pilares de un modelo de país que no llegó a ver la luz”, según define. “Encuentro que la noción de patria ha perdido prestigio y afecto. Es una palabra que no tiene marketing”, asegura hoy, tal vez para justificar su apego por generar ficción a partir de “estas figuras que abonaron la idea de una América latina unida”.

En 2005, mientras estudiaba con Monti, Papatino comenzó a darle forma al texto de Amalfi. Lo primero que surgió fue la imagen de una guerra metafórica que separa a una pareja. “Las imágenes están muy por encima de quien escribe”, sostiene el autor, porque entiende que para abordar una imagen se requiere una gran concentración y una virtual abstención a utilizar el pensamiento racional. Así, la imagen es un punto de partida: “Uno la hace suya por sobre toda explicación; luego vienen las operaciones de la escritura y las audacias constructivas”, detalla el autor. “Entonces, la guerra como primera imagen estaba atravesada por el humor, razón por la cual, en un marco de aparente amabilidad, aparece lo terrible, algo que el espectador, relajado como está, no espera de ningún modo.”

Así como la guerra que se encuentra retratada en la obra no alude a una contienda reconocible, la palabra Amalfi tampoco se refiere a la playa mediterránea: “Se trata de un punto de fuga, un lugar metafórico donde se fue feliz y a donde se quisiera volver”, explica el autor. “Elegí ese nombre porque es un nombre posible para el paraíso”. La nostalgia, el dolor que se siente cuando se piensa en un regreso siempre diferido es uno de los sentimientos que aparecen en todos los personajes de esta pieza. Por eso Papatino elige una cita de La ignorancia, la novela de Milan Kundera, para referirse a su propia obra, para explicar que en ella campea “el dolor por el deseo incumplido de volver”.

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