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Viernes, 10 de febrero de 2006
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ELENA ROGER Y LA NUEVA VERSION DEL MUSICAL

“No quiero contar esa típica postal de Evita”

Para la actriz y cantante, el tiempo transcurrido y el mayor acceso a la información harán que Andrew Lloyd Webber y Tim Rice le den forma a una versión “modernizada” de la obra que suele despertar las iras peronistas.

Por Julián Gorodischer
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“A los productores les vino bárbaro que fuera una argentina, y que fuera capaz de hacerlo”, dice Roger.

Todavía no aprendió a saludar desde el balcón: subida peligrosamente al bar del Million, petit hotel reciclado como After Office, parece más una acróbata rusa (tal vez por estar recién llegada de una gira moscovita) que un animal político frente a la masa. Si la foto ad hoc se suponía como una brillante excusa para presentarla como la “primera Evita argentina que actuará en Inglaterra”, aquí se luce menos la arenga que un talento extraordinario para extraviar la miradita, que se desvía hacia el atardecer para componer a la heroína de perfil romántico. Elena Roger vivió su propio cuento rosado: cerró con llave su casa de Barracas y se pagó el pasaje rumbo al casting del musical Evita, que comandó el mismísimo Andrew Lloyd Webber (autor junto a su socio Tim Rice), ayudada por “el dato” que le pasó su amiga Ana Moll, empleada en la productora. En la audición, lloró en No llores por mí Argentina, como una chica Almodóvar de Tacones lejanos, dejando deslizar el lagrimón como el melodrama lo necesita.

Ella lo reconoce: a veces queda sobrepasada por su capacidad para emocionarse. Hasta el sonido de la “a” chocando contra su paladar la sensibiliza, una extraña motivación no por ello menos efectiva. “Más que la persona de Eva, me emociona lo que esas pobres almas sintieron por esa mujer: que algo podría cambiar. Por eso es interesante que una argentina vaya. No sé si en Londres se dan cuenta de qué significa luchar por el pan, llorar por no poder subir en tu trabajo, los desaparecidos, los piqueteros.”

Rindió su examen en el living de la casa de Lloyd Webber, un sábado en el que no se sintió inhibida ante la mansión de cuadros carísimos, ajena a cualquier idolatría. Intuyó que se compraba al jurado (Webber, Rice y el director Michael Grandage) desde el vamos: nada más ganchero –supuso– que contar en el elenco del musical más famoso del autor de comedias más famoso en la meca de la comedia (desde el próximo 2 de junio en el teatro Adelphi, en el West End londinense) con una criolla. Igualmente, escuchó los reparos: su inglés mal terminado, cierta pronunciación dudosa. Mostró a Webber el DVD de Mina..., la comedia que protagonizó en la Argentina, como prueba de que podía pronunciar una lengua que no maneja, con extrema facilidad auditiva para reproducir una fonética. “Tenían que asegurarse –recuerda Elena Roger– de qué aguante tenía, cómo manejaba el asunto del inglés; tenía que modular un poco más porque había palabras que se me iban. Si decís una palabra con una ‘a’ adelante y tendría que ser atrás puede cambiar de significado. Pero ¿vos la escuchaste a Madonna, viste cómo decía Buenosh Aides, Rrriou dela Platha? Eso me juega a favor.” ¿Acaso surge un impredecible marketing de la argentinidad? “Les vino bárbaro que fuera una argentina –sigue Roger–, y que fuera capaz de hacerlo. Webber me pidió que cantara No llores por mí... con arreglo de tango, y creo que fue una prueba para ver qué tal quedaba e introducirlo en la puesta.”

–¿Cómo piensa modernizar a su Evita?

–Me va a ayudar que el director, Michael Grandage, sea muy joven... Quiero ahondar en la profundidad de la historia, y no sólo contar esa típica postal de Evita. Respetar el clásico que te llega, te conmueve, pero modernizando la puesta.

–¿Podrá contra el cliché del Perón dictador, la Evita prostituta?

–Ellos lo ven así, como dictador, y también en el pueblo argentino algunos lo aman y otros lo detestan. Por eso hay que encontrar puntos medios en la interpretación: ver qué pasa si se lo representa de otra manera. Yo quiero intentarlo yendo más allá de la Evita prostituta, la trepadora, encontrando el lado humano, inocente, de luchadora. La letra se puede decir de distintas maneras: si fuera una americana que sólo leyó La mujer del látigo, la haría como una dictadora, trepadora y nada más. Doy un ejemplo: el encuentro inicial de Eva y Perón, cuando le dice que va a ser sorprendentemente buena para él, lo puedo actuar desde la malicia o la ternura. Yo elegí la versión naïf, y por suerte el director me dijo: ¡muy buena opción!

–¿Qué hay de ese Che que parece una caricatura?

–Tengo entendido que ahora esa figura se despegará del Che Guevara, y lo ligarán al pueblo argentino, como si fuera un coro pero sin boina ni barba. Me parece un poco más real. No quiero decir que el Che de Antonio Banderas (en el film Evita, de Alan Parker) no me gustó: cantó y reprodujo el acento argentino. No quiero ser crítica de un artista.

–¿Piensa que la comedia nos mira con un dejo de provincianismo?

–Lo dijo el propio Lloyd Webber: en el ’75, cuando se escribió la obra, no tenía el acceso de información que se tiene ahora. Hoy sus saberes son más amplios, tiene acceso a videos sobre nuestra cultura. En ese tiempo había visto un solo documental del ’74 sobre Eva. Ahora existen miles. Espero que, al informarse más, el director pueda destacar más el sufrimiento, componer una obra más profunda, más compleja. Dicen que va a haber hasta arreglos tangueados.

Elena y sus precursoras tienen una relación magnífica: ella es proclive a derrochar halagos, y destaca de Nacha, pionera entre las Evas, “una estampa impactante..., cómo imponía sus ideas, cómo denotaba ese a mí no me pasan por encima..., su luz, ese verla y quedarse pegada”. De otra chica Evita, Esther Goris (protagonista de la Eva dirigida por Juan Carlos Desanzo), tomaría “la guarrada, esa cosa poco fina, bien de pueblo”. Le atrae ver a la heroína convertida en una mujer de barrio en un lugar de poder. ¿Algo de su historia íntima se despliega entonces? Ella misma irá de Barracas hacia el mundo, iniciando una carrera internacional en una obra que demandará la módica cifra de siete millones de dólares para ser producida. La respuesta más esperada, ahora que se sabe que la eligieron justamente por parecerse en su interpretación poco y nada a Madonna, luego de escucharla reírse de esa pronunciación spanglish, llega ahora.

–¿Tomó prestado algún recurso de Madonna?

–Viéndola te das cuenta de que no es argentina, por algo sanguíneo. Fue mi contacto por primera vez con la obra de Webber, y ella me gusta como artista, es interesante verla en ese rol. Se lleva, como Eva, el mundo por delante. No trato de tomar cosas de los demás: mi instrumento no va a sonar igual que el del otro, no hay por qué imitar.

Por estos días, Elena Roger está entregada a la repetición incansable del texto en inglés, hasta dar con el tono exacto requerido. Eso, y cargar con el peso de ser una embajadora de posguerra, encargada de retomar un contacto cultural fluido con Inglaterra, podría desvelarla. Pero es una chica algo ruda, que disfraza el nerviosismo detrás de la risita maníaca, que parece planificar cada paso con esmerada afabilidad. Elena prefiere, antes que enunciar su preocupación, entrenarse compulsivamente con una coach británica. “Tengo que atender a las sensaciones físicas de la ‘a’ golpeando adelante o atrás. Es muy sano contactarse con el referente real: ver videos, documentales. Vi el documental de Leonardo Favio, tomo vivencias, su vínculo con el pueblo. Ella era actriz, y contaba biografías de mujeres importantes de la historia... ¿Discurso político? Todavía no tomé contacto. Pero quiero estudiar el del renunciamiento. Es muy fuerte ese discurso, se estaba muriendo. Venía de Los Toldos, y terminó siendo la mujer del presidente. Nunca se quedó tejiendo la mañanita.”

Hoy que las revistas le piden que se caracterice como Eva y salude desde el balcón (y ella se niega porque “puede salir bien o ser una grasada”), hoy que aparece como la argentina que despega, la que verá la plata, la que se salva, ella asume su flamante condición con grandilocuencia. “Me queda abrir un contacto que después de la guerra quedó trunco. Pero no creo que tengan resentimiento; hablan mal de Maradona porque metió el gol con la mano. ¿Mis expectativas? Ojalá fuera socia para salvarme, pero sigo siendo una empleada. A mí esas ganancias millonarias no me las van a dar. Se me abren las puertas al mundo en lo profesional. Tendré que aprender a vivir lejos de la familia, de mi país que adoro. Justo en un momento en el que estaba pensando en hacer más teatro no musical.”

–¿Miedo al público inglés?

–La primera vez les miré las caras y pensé: estos periodistas me odian. Y después me alentaron, me dijeron que sentían la sangre corriendo por mis venas cuando cantaba. Que no perdiera esa pasión.

–¿Y a la ortodoxia peronista que marchó en contra de Madonna?

–A los peronistas les aclaro que no me dedico a la política, hago arte, y esto es nada más que una obra de teatro. Si no lo pueden entender..., mala suerte.

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