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Miércoles, 18 de agosto de 2010
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Tatuaje, de Alfredo Arias, con Sandra Guida y Marcos Montes

Fantasía de un encuentro entre mitos

La obra creada por el dramaturgo, actor y director argentino, radicado en Francia, imagina diferente el cruce –que fue real– entre Eva Perón y Miguel de Molina.

Por Hilda Cabrera
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El tono chispeante marca a Tatuaje, de Alfredo Arias.

En tanto expresión de libertad artística, esta obra de Alfredo Arias explora terrenos complejos partiendo de dos personajes considerados mitos y de un encuentro real que pudo haber sido en su tiempo una anécdota más. Lo cierto es que Tatuaje nació de la lectura de Botín de guerra, autobiografía del español Miguel de Molina, donde este cantante narra su encuentro con Eva Perón. Este personaje no es novedad para Arias, quien en 1970 dirigió en París Eva Perón, corrosiva pieza del argentino Copi que desató fuertes posicionamientos. Entonces, el talento de este artista (Raúl Damonte Taborda) atrajo la furia de un grupo de enmascarados que golpeó a los actores, destrozó los decorados e hizo explotar una bomba. El intérprete de Eva era otro argentino: Facundo Bo. Todos ellos, salvo Copi, afincado desde 1962 en Francia, habían partido de Buenos Aires en 1969, después del evento de corte vanguardista de 1968 en el Instituto Di Tella. La Eva de Tatuaje no es aquélla: es Eva del Sur para el emigrado Miguelito Maravillas, que buscaba un lugar donde vivir sin que lo apalearan por homosexual y necesitaba espacios donde ofrecer sus canciones, lucir sus ropas y enamorarse. En este punto, la Eva que le da asilo interviene como maga que embelesa y lo puede todo, mostrándose altanera, irónica y dueña de gran entereza.

Esta fantasía de Arias no despierta enojos (no, al menos, la noche del estreno); sí, en cambio, una variedad de emociones relacionadas con los percances pintorescos o la desolación que por momentos invade a los personajes. Son situaciones que Arias resuelve rápido y –cuando cabe– remata con una broma. El hecho de tomar el rol de guía o narrador le permite ensayar un cuasi diálogo con la platea sin esperar respuesta. De esta forma, concibe un viaje por el tiempo y por sus propios recuerdos, a veces nimios.

La acción se desarrolla sobre un fondo de paneles negros que realzan los movimientos de cada personaje, desgajado en el caso de Miguelito, compuesto en sus diferentes facetas por Arias, Carlos Casella y Marcos Montes. La cantante y actriz valenciana Conchita Piquer y la ficcional Malena son interpretadas por Alejandra Radano, y Eva por Sandra Guida. Cabe aclarar que esta Malena no es la del tango de Homero Manzi y Lucio Demare, sino una burguesa erotizada transmutada en mujer/vaca y beata desengañada. Esas transformaciones no despiertan interés por saber qué es ser mujer en relación con los vestidos, asunto en el que abundaron los estudiosos de Eva Perón, de Copi: Arias se limita a señalar –entre sarcasmos– la obsesión de la burguesa por convertir a Miguelito en su amante.

Cada escena es motivo de un apunte perturbador en el cual confluyen la crítica (como reacción frente a lo ridículo) y la melancolía que abraza al ayer y el hoy, tiñe al melodrama y al sentimiento de dignidad que impide a Miguelito, ya en decadencia, mostrarse con las alas rotas. Los desplazamientos deliberadamente artificiosos de Tatuaje, así como los comentarios sobre hechos de la historia menuda, que lo son aun cuando traten sobre personalidades míticas, incitan al espectador a recomponer su imaginario sobre los reales Eva y Molina; más aún porque Arias, en su ida y vuelta de lo autobiográfico a lo irreal, despliega un mundo personal ilusorio pero con apariencia de real.

El tono chispeante marca la obra y revela una intención paródica, revisteril y decididamente kitsch que los intérpretes, sin excepción, traducen con talento admirable. La vistosidad del vestuario, la música y el canto, y las escenas de humor disparatado permiten a los personajes escapar del aniquilamiento, cuando así lo impone el entorno, o de la condición de mezquindad. En Tatuaje, paralelo en algún punto al mundo de Paranoia, juegan sus roles un Miguelito sin brújula –como todos los exiliados–; una Eva desafiante y dispuesta a renacer; Conchita Piquer y la Malena travestida de vaca y monja (dos imágenes incómodas y surrealistas); y detrás de esta historia hecha de jirones y asociaciones que no son mera provocación, el sentimental Alfredito que, siendo un niño, lloró la muerte de Eva y extrañó a Molina mucho antes de sentirse tocado por la poesía tanguera aplicables a los dos personajes: “Moriré en Buenos Aires, será de madrugada,/ guardaré mansamente las cosas de vivir...”

* Temas musicales: “Balada para mi muerte” y “Preludio para el año 3001”, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer; “A un semejante”, de Eladia Blázquez; “La bien pagá”; Under Pressure, de Queen y David Bowie; “Como la cigarra”, de María Elena Walsh, y otras composiciones.

8-TATUAJE

de Alfredo Arias

Elenco: Sandra Guida, Marcos Montes, Alfredo Arias, Alejandra Radano, Carlos Casella.

Espacio escénico: Alfredo Arias.

Arreglos musicales: Diego Vila.

Diseño de luces: Gonzalo Córdova.

Vestuario: Pablo Ramírez.

Diseño de sonido: Fabricio Rotella y Mariano Fernández.

Coordinación artística: René Aure.

Asistencia de dirección: Luciana Milione; artística: Larry Hager.

Dirección: Alfredo Arias.

Coproducción de Groupe TSE, Théâtre du Rond Point de París y Complejo Teatral de Buenos Aires.

Lugar: Teatro Presidente Alvear, Av. Corrientes 1659. Funciones: de miércoles a sábado a las 21 y los domingos a las 19.30. Platea: 50 pesos. Platea Alta: 30 pesos. Tertulia: 15 pesos. Los miércoles, día popular: platea y platea alta, 25 pesos, y tertulia, 10 pesos. Reservas: 0800-333-5254. Duración: 90 minutos.

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