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Martes, 24 de agosto de 2010
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Agustín Alezzo y Voces de familia, su nuevo espectáculo

“Existe una imposibilidad de comprender al otro”

El director y maestro de actores integró en una misma pieza dos obras escritas por dramaturgos muy diferentes entre sí: Harold Pinter y Tennessee Williams. “La familia es el centro de atención y está mostrada en un grado de descomposición avanzado”, sostiene.

Por Cecilia Hopkins
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Alezzo presenta Voces de familia en su Escuela-Teatro El Duende, que ahora funciona en Ravignani al 1300.

El director Agustín Alezzo desarrolla una actividad incesante que no pasa inadvertida: si el año pasado lo habían galardonado con el Premio María Guerrero a la trayectoria, este año lo recibió en el rubro dirección, por Cena entre amigos, de Donald Margulies, y El rufián en la escalera, de Joe Orton. Pero entre una pieza y otra el director había estrenado Contrapunto, de Peter Shaffer, obra que interpretan Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia, la misma que en estos días ensaya sin descanso, ya que sale en gira por el país hasta fin de año. Ahí es cuando el director planea comenzar el montaje de Vuelo a Capistrano, la última obra de Carlos Gorostiza: “Me la dio él mismo para que yo la dirigiera”, cuenta en una entrevista con Página/12. “‘Para mí es un honor’, le dije. Es una obra muy interna y dolorosa. Tiene humor, pero no se recuesta allí, porque en verdad es un drama”, resume Alezzo, quien ya tiene listo el elenco que el año que viene la estrenará en el Multiteatro: Daniel Fanego, Emilia Mazer y María Ibarreta.

Siempre al frente de sus cursos de actuación en su Escuela-Teatro El Duende (en su nueva sede de Ravignani al 1300, ver recuadro), Alezzo acaba de estrenar el espectáculo Voces de familia, integrado por dos obras diferentes. Como hizo hace dos años en Otros tiempos de vivir, con tres piezas del estadounidense Thornton Wilder, uno de sus dramaturgos favoritos del director. Sólo que esta vez Alezzo anexó dos obras de diferente autor: la segunda de ellas, la que lleva el mismo nombre que el espectáculo, es una obra escrita por el inglés Harold Pinter para la radio; la primera es El largo adiós, del norteamericano Tennessee Williams, de quien Alezzo ya había puesto en escena La rosa tatuada y El zoo de cristal. Los elencos están integrados, en el caso de El largo adiós, por Gabriel Maresca, Angela Ragno, Salomé Vega y Matías Leites, Sebastián Argañaraz, Hugo Fernández, Alexis López Costa y Martín López Pozzo; en Voces de familia, por Nicolás Dominici, Néstor Ducó y la misma Ragno. El diseño de la escenografía y el vestuario es obra de Marta Albertinazzi.

“Me rompí la cadera en el verano y estuve dos meses en cama mirando el techo: tenía mucho tiempo para pensar.” Así justifica Alezzo la idea de unir ambos textos. La obra de Pinter, que ya había sido estrenada por él unos años atrás, aunque no para el gran público, encontró en la obra de Tennessee Williams un complemento: “A pesar de ser opuestas en sus formas expresivas, estas obras coinciden con el pensamiento que las anima”, explica el director, y amplía: “La familia es el centro de atención de ambas obras y está mostrada en un grado de descomposición avanzado, y son íntimamente dolorosas. En Voces..., de Pinter, un joven se va de la casa de sus padres y mantiene una correspondencia con su madre, quien también le escribe. Pero ninguno de los dos recibe las cartas del otro. En El largo adiós, de Williams, otro joven debe mudarse de la casa familiar y esto le habilita un sinfín de recuerdos dolorosos: una hermana de vida alocada, un padre ausente, una madre muerta tras una larga enfermedad.

–¿Por qué nunca había puesto antes una obra de Pinter?

–Lo hice pero sólo para invitados, en mi estudio. En 2002, después de la operación que tuve, hice varios espectáculos en privado. Puse esta misma obra de Pinter y de aquel elenco sigue estando Angela Ragno, con quien trabajé muchas veces.

–¿Cuáles son las diferencias que encuentra entre ambos dramaturgos?

–Son dos autores muy diferentes. Tennessee Williams nunca quiso hacer un teatro costumbrista. Fundamentalmente, apostaba por un teatro poético, que escapara del realismo. En el caso de Pinter, vemos que está arraigado a un realismo ascético, muy despojado de la palabra y esto lo vuelve muy significante. Creo que es de lo mejor que ha dado el siglo XX, junto a Brecht y Beckett.

–¿Cuáles son los puntos de contacto entre ambas obras?

–En la obra de Pinter lo que sucede es mínimo: un joven se va de la casa de sus padres para conocer mundo. Pero ese mundo se circunscribe al espacio de la casa donde se hospeda. La obra, concebida para la radio, está escrita a partir de las cartas que se intercambian la madre y el hijo, cartas que, por otra parte, nunca llegan al destinatario. En El largo adiós, al joven Willy los recuerdos se le vienen encima y le cuesta mucho mudarse de la casa familiar. Los dos personajes son jóvenes, están pensando qué hacer con su vida.

–¿Es por ese motivo que pensó en reunirlas?

–Son obras muy coincidentes: las familias están compuestas por el padre, la madre, un hijo y una hija. Y en las dos obras el padre está ausente. Las mujeres sostienen la casa.

–También se han ocupado de sus hijos...

–Sí, la madre de Willy, mientras vivió, estaba muy preocupada por ellos. En tanto que la madre de Voces... es muy posesiva y no soporta la ausencia del hijo. En todo caso, ambas familias están desintegradas sin remedio. También está el paso del tiempo, que destruye ciertas cosas.

–Pero el desmembramiento familiar no se da por inmadurez o abandono de los padres, como sucede en muchas de las obras que actualmente se ven sobre la familia.

–No, yo creo que es porque hay entre sus integrantes una incomunicación profunda. Hay una imposibilidad de comprender al otro. Ninguno de los jóvenes de las dos obras se puede relacionar con los miembros de su familia, por muerte o por ausencia. En el caso de la obra de Tennessee Williams, guarda algunos puntos de contacto con El zoo de cristal, que también es una obra de recuerdos.

–¿Cree que es una suerte de ensayo para la escritura de El zoo de cristal?

–Sí, se podría pensar que El largo adiós es una obra que le sirve al autor para luego escribir El zoo..., porque Willy, protagonista de la primera, se parece en mucho a Tom Wingfield, el joven escritor que narra la historia que desarrolla El zoo...

–¿Hay diferencias sociales en los personajes de su espectáculo?

–Los personajes de las dos obras que componen Voces... son de extracción social muy diferente. En el caso de Willy, su familia tiene serios problemas económicos. En cambio, en la obra de Pinter hay personajes de clase media alta. Esto se ve en la forma de hablar de unos y otros.

–¿Por qué piensa que el tema de la desintegración familiar hoy está tan presente en el teatro?

–Por la forma en que vivimos en la sociedad actual. La manera en que se expresa la televisión y las costumbres en general agudizan la falta de cohesión familiar. Las necesidades de los jóvenes van cambiando. Sin embargo, no entiendo que algunos pasen la noche drogándose de un modo lastimoso. Los jóvenes que yo encuentro más interesantes son los que se dedican a las artes y las humanidades.

–¿Cuáles eran sus costumbres, de joven?

–Nosotros nos reuníamos para hacer aquellos famosos asaltos. Siempre los hacíamos en casa de las chicas, porque las madres querían tenerlas cerca. Era tan diferente: todo terminaba a las 8 de la noche. Y no se nos ocurría cambiar el horario porque teníamos otras actividades que hacer al día siguiente. Para mí el barrio de Almagro fue el lugar de las aventuras, de las salidas en grupo, al cine o a bailar.

–¿Sus amigos de entonces tenían relación con el teatro?

–No en esa época. Después, cuando estuve en La Máscara, trabajábamos desde las 8 de la mañana hasta la noche, todos los días. Era obligatorio dar clases, administrar el teatro, hacer funciones. Eso fue hasta mediados del ’60. Los golpes militares hicieron temblar esa forma de organizarnos. Cuando cayó Frondizi asumió Guido y nos clausuraron la sala por comunistas.

–¿Qué autores no hizo todavía?

–Quedan muchos. Hay autores, como Ibsen, que nunca tuve ocasión de hacer. Pero ya no es posible, porque no se pueden hacer obras que no ofrezcan garantía de éxito. También es difícil reunir elencos de actores dispuestos. La calle Corrientes obliga a llamar a actores convocantes y eso es comprensible, porque mantener un teatro grande implica un gran costo. Hay actores que son estupendos, que aún no se les ha dado el lugar que les corresponde. Me gusta dirigirlos. Yo prefiero trabajar en salas chicas, donde las exigencias son otras. El 75 por ciento de las obras que monté fue en salas de esas características. Solamente dirigí seis veces en el Teatro San Martín.

Voces de familia. Lugar: El Duende (Emilio Ravignani 1336). Viernes y sábados: 21.00. Domingos: 20.00.

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