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Martes, 28 de septiembre de 2010
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Rafael Bruza habla de la obra Todas tus muertes

Un sainete de enfermedades

Convocado por Pablo Bontá, director de la Compañía Buster Keaton, el actor y autor compone un personaje que decide darle un sentido a su vida brindando conferencias esclarecedoras sobre todas las potenciales causas y variantes posibles de muerte.

Por Cecilia Hopkins
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La obra de Bruza y Bontá puede verse los sábados a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación.

Actor y también dramaturgo (es autor de El cruce de la pampa, Rotos de amor y Tango turco, entre otras obras), el santafesino Rafael Bruza nunca se imaginó que escribiría una obra sobre la enfermedad y la muerte, tal vez, porque como él mismo lo aclara en conversación con este diario, “eso pertenece a la esfera de los temas molestos, dado que implica o un sufrimiento o una interrupción de lo que debería ser la normalidad de la vida”. El caso es que, convocado por Pablo Bontá, director de la Compañía Buster Keaton, Bruza no solamente aceptó el desafío de escribir la obra en colaboración con él sino que le puso el cuerpo al personaje. La pieza, que puede verse los sábados a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), se titula Todas tus muertes y es, según define el propio Bontá, “una especie de sainete del siglo XXI”. Acompañan al actor Eleonora Pereyra y Héctor Segura.

El punto de partida para la escritura conjunta fue una imagen que persiguió al director durante varios años: un conferenciante que se explaya acerca de las enfermedades existentes en la actualidad y de las múltiples formas en que una persona puede encontrar la muerte. La pregunta acerca de cómo sería el propio final llevó al director a imaginar un personaje que, conviviendo con todas las enfermedades posibles, decide darle un sentido a su vida brindando conferencias esclarecedoras sobre todas las potenciales causas y variantes posibles de decesos, auxiliado por estadísticas e imágenes filmadas.

Esperanzado en volver a vivir plenamente recuperando a Blanca Luz, el amor de su vida, el protagonista, Francisco Hayes, siente la necesidad de divulgar en sus conferencias los más variados modos de prevención capaces de conjurar toda enfermedad existente. Así, intenta informar a los espectadores sobre los posibles peligros que los acechan, sin olvidar todo tipo de accidente o enfermedad, aun las aparentemente erradicadas. Como Francisco padece todas las enfermedades existentes, conviviendo en su cuerpo en delicado equilibrio, su labor consiste en exponer públicamente los males que lo aquejan. Para brindarles un marco a estas charlas Bontá y Bruza recuperaron del olvido un plan quinquenal de medicina preventiva implementado en la década del ’40 llamado Alerta, que en su momento prometía que un verdadero ejército de médicos y enfermeras recorrerían todos los rincones de la patria: “olvidado por los sucesivos gobiernos de turno, Alerta subsiste en la obra pero sin presupuesto ni médicos, con apenas un camillero y una enfermera acompañantes del conferencista”, detalla Bruza.

–¿Cuáles fueron las motivaciones que los llevaron a escribir una obra sobre la enfermedad?

–Cuando me convocaron para escribir para la Cía. Buster Keaton, Bontá ya tenía el tema; es más, tenía hasta el título. Para mí un prodigio, porque tardo más en encontrar un título que en escribir una obra. Personalmente no creo que se me hubiera ocurrido escribir sobre un tema así. Creo que pertenece a esa esfera de temas molestos, dado que implica o un sufrimiento o una interrupción de lo que debería ser la normalidad de la vida. Sin embargo, se dice que el estado natural del hombre no es la salud sino la enfermedad. Y manifiesta o en estado latente, convivimos con ella. Claro que pensar obsesivamente en esto lleva de la realidad de la gripe A a la paranoia colectiva. Quizás por estas razones, el teatro ha tocado pocas veces este tema.

–¿Se podría decir que el personaje coquetea con la muerte?

–Sí. Pero todo coqueteo tiene dos sentimientos: la atracción y el temor. Y esto es un conflicto en sí mismo. De una manera extraña los hombres pensamos que la muerte es el fin del sufrimiento y la contestación de todas las preguntas. Pero ¿y si la respuesta no es la que esperábamos?, ¿y si ni siquiera hay respuesta? Por eso es un coqueteo histérico: le hago ojitos pero prefiero no concretar nada.

–¿Qué representa Blanca Luz?

–Apenas empecé a escribir me di cuenta de que necesitaba un eje que creara la tensión y recorriera la obra. Me acordé entonces de Escrito en una mesa de Montparnasse, de Raúl González Tuñón. El tema central es que todo lo que hace el personaje es para que una mujer (Blanca Luz) vuelva a él y lo ame. Entonces pensé que las motivaciones para pronunciar estas conferencias son la fantasía o la esperanza de encontrarla un día en la platea. Curiosamente, la sala del CCC dondse estamos haciendo la obra se llama Raúl González Tuñón.

–¿Cómo definiría la comicidad que propone la obra? ¿En qué se conecta con su producción anterior?

–El tipo de comicidad está siempre condicionado por el tema. Uno puede ser más sutil o más burdo, pero está impregnado por esto. Y el que lo recibe, por supuesto, también lo está. Caerse de una escalera no tiene ninguna gracia. Pero puede que el que lo mire de abajo se mate de risa. Tangarika hacía de esto un arte. Lograba hacernos reír en sus sketches nada más que cayéndose de la escalera. Personalmente yo transito en mis obras una fórmula simple: reírme de mí mismo.

–¿Es más sencillo escribir de a dos que solo?

–En este caso yo escribí con la despreocupación de tener que armar una estructura. Bontá la tenía en su cabeza de director y me iba pidiendo de acuerdo con los momentos que necesitaba. Es una sociedad interesante. El trabajaba con la conciencia escénica y yo con la conciencia literaria. Una buena manera de distribuir el trabajo. Pero eso no lo hace más sencillo. Lo que importa en este tipo de proceso es que uno puede provocarse mutuamente y dar nacimiento a algo que de otro modo no lo hubiera hecho, o lo hubiera hecho de manera distinta. No importa cómo se van ordenando los pasos creativos, el teatro sigue siendo un hecho colectivo. El problema es que cuando se terminó de escribir la obra Bontá me dijo: “Quedó linda, pero este personaje lo tenés que hacer vos”. En fin, nada es idílico.

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