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Sábado, 9 de octubre de 2010
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Leonor Manso estrenó Incriminados, de Peter Handke

“El arte nos permite conectar con el misterio”

La actriz y directora explica el sentido de una obra que define como “poética y filosófica”. La relaciona con Kaspar, otro texto del austríaco, que alude “por un lado al ser humano que está fuera de la civilización y por otro, al que vive metido en su mundo y no aprende a escuchar”.

Por Hilda Cabrera
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Leonor Manso con Maia Mónaco y Martín Pavlovsky, los protagonistas de la obra estrenada en el C. C. de la Cooperación.

Cuando las palabras transparentan incertidumbre no sorprende que quienes las enuncian sean simplemente Ella y El, seres sin historia aparente, viajeros cósmicos que aterrizan en un espacio tan abstracto como el que sugiere Incriminados, obra que se estrenó anoche en la Sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación. Su autor es el austríaco Peter Handke y la dirige Leonor Manso, quien se encargó de la adaptación, junto a César Fois. Los protagonistas son Maia Mónaco y Martín Pavlovsky, a los que se suma una voz en off, la de Chloe Talavera Togander, la niña que introduce fragmentos de Canción de la niñez (Lied vom Kindsein), también de Handke. Estos versos se escuchan en Las alas del deseo (Der Himmel über Berlin), película de 1987 del alemán Wim Wenders, en cuyo guión colaboró Handke. La poética de esta admirable fábula sobre una ciudad (Berlín), que conlleva una reflexión sobre el cine y la pulsión del amor, le dio forma al impulso de Manso de incorporar fragmentos de Canción... en Incriminados (en el original Selbstbezichtigung o autoacusación). Traducida del alemán por Ruth Fehling y Nicolás Costa, la obra instala a Ella y El en una zona de gran soledad, territorio afín a varias de las producciones del escritor austríaco, autor entre otras producciones de La mujer zurda (novela que trasladó y dirigió en cine), La tarde de un escritor, Carta breve para un largo adiós (narrativas), y en teatro Insultos al público, El libro de las preguntas y Kaspar, de 1968, sobre la historia de Kaspar Hauser, “el niño salvaje” que el alemán Werner Herzog llevó al cine con guión y dirección propios. La intensidad y rareza de Incriminados fascinó a la directora que supo del texto a través de Mónaco. “El original está respetado –apunta Manso, en diálogo con Página/12–, pero cambié el título, porque, a diferencia de la autoacusación o el mea culpa religioso, incriminados supone un compromiso social.” Es así que entre los primeros versos intercalados se encuentra aquel que dice: “Cuando el niño era niño/ no sabía que era niño,/ para él todo estaba animado/ y todas las almas eran una”. Aclara, además, que ni en su puesta ni en el original existen personajes: “Existen un hombre y una mujer que hablan, a veces lo hacen al unísono y otras, alternando sus voces”.

–¿Cómo expresa escénicamente la inexistencia de personajes?

–Me limité a lo que pide Handke, y esto es que en lugar de personajes hay funciones. Incriminados no es una obra convencional, por eso tampoco hay conflicto.

–¿Importa entonces ensamblar esas funciones?

–Coloqué a los actores en un espacio amplio y hablando a través de un micrófono, que es un recurso que distancia, pero aquí no demasiado, porque ellos cubren ese “distanciamiento” con palabras. Por eso, cuando aparecen en escena como si fueran viajeros, comienzan diciendo “vine al mundo, me anotaron en el Registro Civil, crecí...”.

–O sea, ¿generalidades?

–Sí, porque esas primeras voces todavía son esencias que no encarnaron. Después, ellos dominarán el cuerpo, tomarán conciencia... Y la voz en off seguirá ese crecimiento: “Cuando el niño era niño,/ era el tiempo de preguntas como:/ por qué yo soy yo y no soy vos”. Como sucede en los momentos de conmoción, estos actores no saben todavía dónde se encuentran pero, de todos modos, cuentan hechos y motivos hasta aceptar su responsabilidad en el mundo que les ha tocado. En este sentido, ésta es una obra circular y un juego. Expresa la idea del eterno retorno, tan mágico en el teatro; un arte que se relaciona con la repetición.

–¿Semejante al mundo imaginario de los niños?

–El niño quiere que le cuenten siempre el mismo cuento. No se cansan de escucharlo porque, aunque no lo parezca, es distinto cada vez. En eso hay una posibilidad de cambio, como también la hay para los que entienden que la vida es prestada.

–¿Esa circularidad es también una concepción escénica?

–Es mi manía, como la del plano inclinado que utilizamos con Graciela Galán en la puesta de Esperando a Godot, de Samuel Beckett. La idea del círculo estaba en Cianuro a la hora del té, una obra del escritor checo Pavel Kohout, donde dirigí a Ingrid Pelicori y Juana Hidalgo. En realidad, aquella indicación partió del director Kive Staiff. Me dijo que sería lindo ubicar a las actrices en una base circular que girara tan lentamente que el espectador no advirtiera que en cada movimiento surgía un punto de vista distinto (la posibilidad de un cambio). Lo hablé con el escenógrafo Héctor Calmet, opinó que era realizable y estrenamos. El tiempo en que ese mecanismo daba dos vueltas y media coincidía con la duración que debía tener el espectáculo. Me gusta esta conjunción de la técnica con la expresión artística porque nos interna en un campo lúdico, desconocido a veces.

–¿Es también la actitud en Incriminados?

–Trabajamos todos muy juntos y eso me da confianza. Pedro Zambrelli, quien se ocupa de la iluminación, participó en Antígonas, de Alberto Muñoz, que dirigí; y en Ahora somos todos negros, basado en textos poéticos, que presentamos con Ingrid. Además, esta sala está técnicamente bien equipada, y eso es muy importante en una obra poética y filosófica como Incriminados, que relaciono con el tema de Kaspar Hauser (la historia del adolescente al que se llamó “el huérfano de Europa”). Por un lado, el ser humano que está fuera de la civilización y por otro, el que vive metido en su mundo y no aprende a escuchar.

–¿Cómo se logra ese aprendizaje?

–Con el arte es posible, porque nos conecta con el misterio. Enredados en los problemas cotidianos, olvidamos que somos seres cósmicos y parte de un misterio. También por eso incorporo esa tercera voz de una niña/ángel.

–¿Qué le proporciona la dirección?

–Soy fundamentalmente actriz, pero la vida me va llevando. Actúo en el elenco de Amor, dolor y qué me pongo y creo ser útil dirigiendo. El teatro muestra al ser humano y su circunstancia, y el encuentro con el público lo produce fundamentalmente el actor. Los dos trabajos significan para mí un esfuerzo enorme, pero una sabe cuál es su resistencia. Incriminados me atrae muchísimo; siento que algo profundo nos está contando.

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