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Lunes, 29 de noviembre de 2010
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El ciclo Necrodramas llegó a su cuarta edición

“Esto es un acto de amor y de vida”

El director Eloy González abordó el caso de la víctima de gatillo fácil Sergio Schiavini, y su colega Pablo Lapadula el de María Soledad Morales. En ambas obras participan las madres de los asesinados, para hacer más evidente el reclamo de justicia.

Por Andrés Valenzuela
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Las obras de González y Lapadula se presentarán en Catamarca después de pasar por Necrodramas.

El teatro puede surgir del terreno pedregoso de la injusticia, de los crímenes malditos, de la impunidad. Puede partir de la muerte joven, de la memoria y del reclamo. Puede, como esta cuarta temporada del ciclo Necrodramas, nacer de casos emblemáticos, como el de la joven catamarqueña María Soledad Morales, o el bonaerense víctima del gatillo fácil Sergio Schiavini. Necrodrama lleva a escena la muerte de personas jóvenes como medio de reflexión. Este año, el ciclo comenzó el 19 de noviembre con una puesta dedicada a la poetisa brasileña Ana Cristina Cesar y continuará en diciembre con una suerte de “cambio de carátula” que lo llevará al formato “pedido de justicia”. Para ello, Eloy González tomó el caso de Schiavini y Pablo Lapadula el de María Soledad. Ambos directores proponen un acercamiento intenso a los temas, de corte performático, y en el que se destacan la participación de las madres de ambos chicos (una en escena, la otra desde el video). La mártir del valle, dedicado a Morales, se podrá ver el viernes 3 de diciembre a las 23 en La Fábrica (Av. Corrientes 6131, Capital Federal), y luego partirá a presentarse en Catamarca. Cuando todo está quieto, en torno del asesinato de Schiavini, subirá a escena el viernes 10 de diciembre a las 20.30 en la Casa de la Lectura (Lavalleja 924, Capital Federal), en una función gratuita coincidente con el Día Internacional de los Derechos Humanos.

–¿Por qué este cambio de enfoque en el ciclo?

Eloy González: –El año pasado me interesó un caso de Longchamps en que se supone que a un chico lo mataron unos ladrones, pero hay policías involucrados, con amenazas de por medio. Tenía ganas de hacer algo con el tema y me puse a investigarlo. Así me topé con el caso de Schiavini. Al mismo tiempo, Pablo me propuso hacer algo con María Soledad. Me interesó esto de que los pedidos de justicia están en la calle, que es un lugar donde no se singularizan demasiado. Llevarlos al teatro era una forma de hacerlos diferentes y que recibieran atención.

–¿Cómo se aborda cada caso para llevarlo a escena? ¿Toman la causa? ¿Cuentan la historia?

Pablo Lapadula: –Empecé una investigación cuando me enteré de que se cumplían veinte años del caso y que los asesinos estaban libres. Además había otros implicados en el caso, que no se sabe quiénes son y con quienes jamás pasó nada. Pero elegí investigar sobre la vida de Sole, más que sobre el caso, del que ya se escribió y se dijo mucho. Fui a Catamarca a charlar con la gente, donde el caso sigue siendo importante y el pedido de justicia es primordial. Acá intentamos darle espacio a la gente, que el público pueda intervenir preguntando, comentando, o viendo todo el material de la investigación. En ese sentido, es una instalación preparada para que la gente participe, que no sólo mire.

E. G.: –Tenía muy presente la imagen de los familiares de las víctimas, que son quienes generalmente hacen los pedidos de justicia. Desde ese lugar me contacté con la mamá de Sergio y, aunque para nada fue la idea inicial, surgió el llevarla a escena para que ella hiciera el pedido de justicia concreto.

–Justamente, llama la atención la presencia de las madres de las víctimas convertidas en parte de la obra.

E. G.: –Fue una consecuencia del proceso de trabajo con ellas. Se trata de madres que estuvieron haciendo mucha fuerza. La madre de Sergio luchó sola contra todo un poder corrupto en los ’90. Desde que murió Sergio hubo una cadena de acontecimientos impunes en los que estuvieron metidos los médicos forenses, el Poder Judicial, la policía, la provincia. Ella luchó contra todo eso y cuando dejaron sueltos a los policías, fue e hizo la denuncia en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La invitaron a Washington y fue solita con su alma a Ezeiza, se tomó un avión y allá los dejó a todos llorando. A partir de eso imputaron al Estado como violador de derechos humanos. Durante años, el Estado no se hizo cargo de esa culpabilidad hasta que finalmente la reconoció. Una mujer sola consiguió que el Estado se declarara culpable. Si uno lee todas las notas de esa época, ella siempre contó con todos los detalles, las pequeñas y grandes corrupciones del caso, hasta los detalles más morbosos, como cuando le entregaron la cabeza del hijo prácticamente en una bandeja, a días de Navidad.

P. L.: –Yo quería conocer a Sole, cómo era cuando estaba viva, quién había sido, cómo había vivido esos 17 años. Así que me parecía que buscar a la madre era lo más concreto, para que me contara del día del parto, qué le gustaba comer, qué no. Ada me contó mucho de lo que había sido Sole en vida, pero también su relación después de muerta, porque entró todo el tema del misticismo. Me contó de cuando empezó a sentirla, de cómo le hablaba, le daba mensajes. Entonces la madre se volvió protagonista.

–En cierto modo, entonces, esto es una continuidad de esa lucha.

P. L.: –Y también las tiene como centro del reclamo y del dolor. Ada ahora es una mujer de setenta y pico de años, que tiene que viajar al centro de la ciudad a hacerse unos chequeos por la diabetes y no lo hace porque tiene miedo de encontrarse con los asesinos de su hija en la calle. Los familiares de las víctimas siguen siendo torturados por los casos.

E. G.: –La madre de Sergio también. Es una mujer grande, pero tras todos estos años sigue luchando con energía infinita.

P. L.: –Algo en común entre las dos es que tienen abiertas las puertas a cualquiera que se interese por su historia. No es que yo fui un privilegiado particular. Y ambas siguen luchando y reclamando.

–Con sus variantes, Necrodramas ya va por la cuarta temporada. ¿Qué hay en estas muertes que hace que lleguen tanto al público?

E. G.: –Lo que pega desde cualquier lugar es la muerte. No somos una sociedad que esté acostumbrada a hablar de eso. Ya hablar de la muerte hace ruido. Estos casos de muertes sociales abarcan un lugar que tiene que ver con dos cosas: por un lado, el teatro concreto de ir a ver una estética de equis forma, y también lo social y el compromiso, el mensaje de la memoria y la justicia.

P. L.: –Recuerdo que el caso de María Soledad me pegó mucho porque yo tenía 7 años cuando pasó y por la edad lo asociaba con mi hermana. Pero cuando cuento el caso, siento en particular que hubo mucho morbo. Salió mucho publicado en los diarios. Hubo libros que prácticamente prendían fuego el cadáver y lo vendían. Se decían cosas terribles y cualquier declaración que hacía cualquier vecina era tomada como real. Entonces en Catamarca todos sabían algo y en Buenos Aires todos empezaban a conjeturar. Hubo mucha espectacularidad en el caso, un reflejo de lo que hoy son los medios, que venden eso: violencia, sexo y todo lo que esté prohibido.

–¿En escena buscan alejarse de esta intensidad mediática?

E. G.: –La idea del ciclo siempre fue alejarse de eso. Busca acercarse a la muerte desde otro lugar. La relación con la muerte no era en temporadas anteriores ni lo es en ésta, algo que tenga que ver con lo morboso sino con un contacto. El “necrodrama” es un acto de amor y un acto de vida. Somos nosotros que a través de un necrodrama hacemos que la persona que murió vuelva a tener voz y a hablar.

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