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Martes, 7 de diciembre de 2010
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El español Yoska Lázaro habla de Los errores de Noé

“La metáfora sirve como escape”

El autor español, radicado en Buenos Aires desde hace ocho años, concibió una obra teatral inspirada en un plan de Osvaldo Bayer contra la última dictadura, que consistía en reunir a un grupo de intelectuales exiliados para asestarles a los represores un “golpe informativo”.

Por Facundo Gari
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Los errores de Noé va hoy y el próximo sábado a las 21.30 en El Laberinto del Cíclope.

Al Lázaro de esta entrevista no hubo Jesús que le dijera: “Levántate y anda”. Este español, de nombre Yoska, fue autodidacta en prepotencia, y la mitad de los 442 kilómetros que hay entre Alicante y Madrid fue la delgada línea que separó al adolescente que fue del hombre que es. “Me lancé a hacer”, enfatiza a sus 31 años, incluso a pesar de la crisis familiar que despertó la decisión de mudarse a la capital española con 21 años para estudiar teatro. En efecto, en Europa también hay de los matrimonios “que miden el éxito en dinero”. “Mi padre es muy conservador y discutíamos sobre los inmigrantes en España: ‘¡Tienen derechos!’, decía yo. ‘Ya verás cuando no tengas trabajo’, me respondía. Es que está ese tema de que los españoles son distintos: ¡una estupidez, una falta de memoria!”, refunfuña.

El viaje lo llevó al madrileño Teatro Español, donde conoció al actor Nicolás Scarpino y al productor Gustavo Ferreira, que presentaban Confesiones del pene y lo trajeron como asistente “multiuso” a una Argentina en llamas, de “lecops, patacones y pesos, monedas que parecían de Monopoly”. La gira duraría 33 días y Lázaro volvería a cruzar el Atlántico; sin embargo, ya son ocho los años que cuenta como habitante en Buenos Aires, abocado ahora a la dirección de Los errores de Noé, que va por sus últimas funciones (hoy y el próximo sábado a las 21.30 en El Laberinto del Cíclope, México 1718), mientras se prepara para un tour por Santa Fe, Córdoba y Neuquén. Es la segunda temporada de la pieza en la cartelera porteña y, como el dramaturgo admite frente a Página/12, por la buena repercusión que ha conseguido, ya considera la posibilidad de una tercera.

Según reza el banner de www.loserroresdenoe.blogspot.com –en donde se promociona: “Si te vas sin emocionarte, te devolvemos el dinero”–, Los errores... se inspira en un plan de Osvaldo Bayer contra la última dictadura militar: consistía en reunir a un grupo de “intelectuales exiliados” en una universidad abierta y asestarles a los represores un golpe informativo, principalmente a través de la prensa internacional. De esta especie de Wikileaks analógico formarían parte Gabriel García Márquez, Günter Grass, Juan Rulfo y varios otros, pero el colombiano y el alemán pusieron una condición: que Julio Cortázar se sumara. El creador de La Patagonia rebelde se trasladó entonces a París junto a Osvaldo Soriano para entrevistarse con el autor de Rayuela, pero éste tiró la piedra al Cielo y le dio al globo. “En su tono francés, y patinando la erre, Cortázar dijo: ‘No quiero ir para que me peguen un tiro en la cabeza’ –lo recuerda Bayer–. Se hizo un gran silencio. Si él no venía, no iban a aceptar viajar los escritores extranjeros. Me sentí apenado. Soriano se quedó callado, y después me dijo que Cortázar se había negado a viajar porque estaba totalmente enamorado.”

–En la pieza, uno de los personajes dice que “hay que poner la cara aunque te la partan”. ¿Cómo evalúa usted la actitud de Cortázar?

–No se puede estar en contra de él. Había que estar ahí. Si nos dicen ahora: “Andate a Colombia a eliminar a las FARC”, ¿vamos? Todos dicen: “Yo hice, yo hice, yo hice”. Si no hiciste nada, está bárbaro. Y si hiciste, también. Pero cómo vamos a decir qué está bien y qué mal. No somos aleccionadores.

Hacia “afuera”, si lo son, es con “carpa”: los vestigios de la anécdota aparecen solapados en la obra; es decir, no son allí Bayer el Quijote ni Soriano su Sancho Panza. Cuando se desciende la escalera de El Cíclope hacia el angosto y largo sótano que es la sala, ya se puede ver la escenografía –que además habrá que atravesar– y a un compungido Mario Villegas (costurero interpretado por Ariel Núñez di Croce) sentado frente a una máquina Singer. El dramaturgo Eduardo Agneco (Fernando García Valle) y su hermana Cristina (Irene Bazzano Argerich) completarán –tras el poema “Muchas gracias” de Paco Urondo, recitado por Alejandro Apo– la tríada de una obra teatral edificada en la clandestinidad para demoler un relato oficializado de facto. “Es teatro. Eso es lo que sabemos hacer y eso es lo que vamos a hacer”, clama Eduardo. Nada de “la eterna espera por los que van a venir”, aporta Lázaro.

–Es llamativo que un español se haya interesado por el golpe militar argentino antes que por el franquismo...

–¿Qué los separa?

–Tiempo y espacio.

–Nada. No estoy hablando de la Argentina. Ocurrió aquí como hace más de un mes ocurrió en Ecuador y más de tres, en Honduras. Lamentablemente es actual. Los Estados anómalos, en los que el pueblo es sometido a decisiones no electas, sobre todo con el uso del terror, generan además una anomalía en el ser que está más allá de la ideología.

–Más allá del bien y del mal, diría Nietzsche...

–Los errores... muestra el estado extraño en el que se envuelve la gente cuando algo tan irracional como una guerra entre hermanos sucede, y me sirve para reflexionar sobre el ser en un contexto particular y universal. Se habló mucho de este tema, pero busqué una forma de hablarlo, de canalizar mi necesidad. Me interesa ver cómo de repente nos damos cuenta de que al tener un enemigo que batir es mucho más fácil soportar nuestras miserias.

En lo formal, la disposición de los enunciados es siempre lúdica: en un marco de suspenso y congoja, el tono va de poético a cotidiano sin sobresaltos y el collage y la intertextualidad disparan –Mufasa, Mascaró y Rodolfo Walsh mediante– las ya infinitas posibles aprehensiones del espectador.

–¿Qué suman esos recursos?

–El recuerdo hace que la obra dure más. Empiezas a descubrir y a generar un juego. Hay lugares de indeterminación en los que se busca que el espectador rellene. Tengo una cosa con el arte que es medio extraña, y eso se nota en la obra. Un personaje dice un texto de Haroldo Conti, y otro: “No tenemos para ducharnos”. Es muy difícil reflexionar sobre teatro cuando hay gente que se caga de hambre, cuando uno mismo pasa necesidades. Si nos ponemos más profundos, es un problema de integración social: necesito entender un poco más. Pero en mis obras suelo tratar temas que me cuesta entender y me obligan a reflexionar. En el principio de Teatro Abierto, el uso del absurdo posibilitaba hablar de temas sin nombrarlos. La metáfora es un escape. En definitiva, era importante que no hubiera alusiones directas. ¿De qué sirve que las haya? Siento mucha rabia cuando dicen dónde tienes que reírte o cómo tienes que emocionarte. Traté de generar varias lecturas.

–De fondo, la más latente lleva signos de pregunta: ¿una obra de teatro puede cambiar el mundo?

–Soy muy romántico, creo que cinco personas pueden hacerlo. Bah, lo dudo, pero no me escucho. Y es hasta inocente pensar que una obra infantil como la que quieren hacer Eduardo y compañía cambiará la forma de pensar de la gente. Pero es lo que hacemos. El arte debe ser funcional a quien lo hace. Yo necesito que el teatro sea socialmente funcional, pero hay otros directores que sólo necesitan que su público se ría. En eso, mi padre tiene mucho que ver. El piensa que el teatro es joda. Yo le tengo que demostrar que no lo es.

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