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Jueves, 23 de diciembre de 2010
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Rudy presenta su nuevo espectáculo en Café Montserrat

“El monólogo tiene intimidad”

Con Rudy... parcialmente descremado, el humorista se consolida en su faceta de showman: le encuentra la risa a la tecnología, la pareja, el psicoanálisis y la dieta con la que cambió su figura: “La hice para divorciarme de la panza”.

Por María Daniela Yaccar
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“Cuando era chico no sabía ni por casualidad que ‘humorista’ era una profesión”, dice Rudy.

No pasaron cinco minutos de entrevista y Rudy ya tiró un chiste. Vendrán uno tras otro: cortitos, efectivos, rápidos, muy al estilo Woody Allen. “One liners”, define técnicamente él. Son la reconfirmación del humorista devenido en comediante, profesión que Rudy ya puede incorporar sin culpa a los formularios por la batería de espectáculos que viene realizando desde hace ocho años. Aun así, está más acostumbrado a las risas de lectores anónimos, por eso destaca el “carácter emotivo” de estar sobre un escenario. Hoy a las 21.30 volverá a mostrar su faceta de showman con Rudy... parcialmente descremado en Café Montserrat (San José 524), y en enero lo hará en The Cavern. Claro que no podría faltar un one liner para ilustrar de qué la va este espectáculo: “Yo me sentía bien y una vez me picó un mosquito y se murió de diabetes”. En él, Rudy se propone hablar de cambios, desde tópicos diversos: la tecnología, la pareja, el psicoanálisis y la dieta estricta que le permitió bajar de peso.

El Marcelo Rudaeff –tal su verdadero nombre– que en la infancia tenía 20 kilos de más parece haber quedado atrás. “Hice dieta y gimnasia para divorciarme de la panza”, cuenta. “No me gusta el deporte. Por eso hago bicicleta fija todos los días, con series ‘pedaleras’. Así vi las cuatro temporadas de Mad Men.” Aclara Rudy que no se inspiró en eso, pero que fue lo que le hizo encontrar un rumbo a un pilón de escritos que acumulaba desde que estaba en cartelera con otro unipersonal, Rudy for vicepresident, en 2008. Algunos chistes fueron incorporados a ese show y otros a Arrobaleros, el espectáculo de tango y humor que montó junto con la cantante Silvana Gregori. El resto lo estrenará hoy. Como hilo conductor está la idea de que “todo cambia”. Rudy se explaya: “Cuando era chico la gente se conocía en un baile, en una fiesta, en la facultad, en el cine. Ahora se conoce en la sala de chat. Y el ‘conoce’ lo pondría entre signos de pregunta, porque estás hablando con alguien que no sabe quién sos y vos no sabés quién es, en un lugar que no existe”.

No tarda Rudy en lanzar un diagnóstico psicoanalítico a tal situación: “Es el paraíso de la histeria”. Debe haber arrastrado su obsesión por las relaciones humanas desde sus tiempos de psicoanalista. Pero no es el único tema que aparecerá en Rudy... parcialmente descremado. El unipersonal versa también sobre “la salud y la familia”, promete. Y continúa: “Cuento cómo llegué a ser psicoanalista, que en realidad es una excusa para hablar de otro cambio: los psicoanalistas por los que pasé. Hago un monólogo ro-ckero. Y después hablo de cosas que me asustan”. De nuevo, un chiste. “No entiendo a la gente que es capaz de pagar detectives privados para saber si la engañan. Yo te lo resuelvo rápido. Sí, te engaña cuando te dice que ve a George Clooney, Brad Pitt o Angelina Jolie y piensa en vos. Como me dijo (Jorge) Guinzburg, si una mujer es capaz de fingir un orgasmo para vos, esa mujer te quiere.” La inseguridad –como el bloque más político– y las creencias también tendrán su lugar en el show, que contará con la presencia de invitados que variarán de función en función, entre ellos Gregori, la narradora Liliana Meier, el mago Fakiri y el comediante y humorista Guillermo Selci. En The Cavern se incorporarán proyecciones.

Un humorista sentado en el sillón

“En el escenario me presento como un neurótico. Les digo: ‘Ustedes se están preguntando cómo es que un neurótico llegó a ser psicoanalista, y es precisamente por eso: sólo un neurótico se banca escuchar a otro neurótico”, bromea Rudy. Hace veintidós años que no ejerce. De aquella época recuerda que ya se sentía humorista porque “detectaba absurdos”. Su teoría es que ambas profesiones están emparentadas. “En los dos casos se trata de descubrir, no de inventar. El psicoanalista descubre el inconsciente en el discurso del paciente, mientras que el humorista descubre el de otro discurso, de una noticia o hecho. Como el escultor, agrega sacando”, compara. Corría 1987 cuando seguía ejerciendo como terapeuta y se incorporó a este diario, para trabajar en el chiste de tapa junto a Daniel Paz: “Prefiero encontrar las risas y no las angustias”. Le llevó un tiempo, no obstante, asumir que esto era lo suyo. Y mucha terapia, claro.

En contraste, su relación con el humor es de larga data. “Vengo de una familia de mucho sentido del amor... digo, del humor”, se ríe Rudy de su acto fallido. “Mi abuelo era violinista y peluquero de barrio. Un día llegó tarde al trabajo porque se había quedado dormido, lo esperaba un cliente y le dijo: ‘Tenía que ir a cortarle el pelo a Perón’. Mi mamá, odontóloga, tenía el fichero de los pacientes ordenado por apodos y no por apellidos, y a veces en idish.” Cómo llegó a ser humorista, aclara, es otro cantar. “Cuando era chico no sabía ni por casualidad que ‘humorista’ era una profesión. Si hoy juntás a ocho pibes de 9 años y les preguntás qué quieren ser cuando sean grandes, ninguno va a decir eso. Mi análisis me hizo descubrir primero que existía como profesión y no sólo como hobby, y después que podía ser la mía.”

–¿Cómo es detectar el inconsciente de una noticia o hecho? ¿Qué hay que encontrarle?

–Lo explico con un ejemplo: en 1989, cuando asumió Carlos Menem (N. de R.: Entrevistado y cronista comparten la famosa cábala y no la pasan por alto), había una discusión sobre si sus medidas eran peronistas o no. El le dijo a un periodista: “Yo nací peronista y me voy a morir peronista”. La interpretación que hicimos con Daniel ese día es la siguiente: Menem dijo “nací peronista y voy a morir peronista”. Y otro le dice: “¿Y mientras?”. En el discurso se da por obvia una cosa que en realidad no lo es. Hay una verdad en lo que se dice y una parte que no es verdad. Como humorista, uno muestra eso, como analista lo preguntaría.

Como humorista, a Rudy le fue mejor que como terapeuta. Se de-sempeñó en gráfica, en medios como Humor, Crisis, El Monitor (donde continúa) y Malestar. Lleva más de cuarenta libros publicados, entre ellos Buffet Freud, Historias del Siglo XX e Historias de la Argentina. En su paso por la televisión escribió guiones para Tato Bores y Jorge Guinzburg. Actualmente es columnista en Radio Nacional. Pero su carrera tomó un rumbo nuevo cuando decidió explorar lo que ahora se está consolidando. Tuvo una primera experiencia de escritura con Ernesto Acher, comenzados los ’90. Su primer trabajo profesional como monologuista fue de la mano de Diego Wainstein, en Oioihoy. “No pensaba que podía pararme delante de la gente y hablar sin leer. Hice un curso pensando en que iba a escribir monólogos, no a decirlos. Cuando Diego me lo propuso le dije: ‘Estás loco y acepto’. Me daba mucho miedo, pero al mismo tiempo me daba más miedo no hacerlo. Soy un tipo tímido, pero el deseo le ganó al miedo.”

–Los temas que toca en los unipersonales son diferentes a los que le exige el diario. ¿El trabajo en las tablas sirve para darse gustos aparte?

–Me doy un gusto aparte, sí. Pero no es un trabajo tan distinto. Siempre es interpretación de un discurso. En el unipersonal no cuento historias ni eventos: es humor de observación. La diferencia es que en el diario es un trabajo en equipo. Hay que pensar de a dos, concederse mutuamente. Se logran consensos interesantes. Por otro lado, el espacio del diario es más público: tu chiste lo va a leer un montón de gente que no sabés quién es. El monólogo tiene cierta intimidad. Por eso hasta pienso en la ropa: me gusta que sea bonita pero que remita a que estamos charlando. Hay una actitud de confesión, un diálogo.

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