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Viernes, 24 de diciembre de 2010
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EN 2010 HUBO MULTIPLES OPORTUNIDADES PARA VER TEATRO

Diversidad, reflexión y miradas sobre la historia

Aunque las tablas no registraron una tendencia mayoritaria, sino gran variedad de estéticas, el Bicentenario incentivó el pensamiento sobre hechos históricos. Y el circuito comercial se nutrió de los actores y directores del alternativo.

Por Hilda Cabrera y
Cecilia Hopkins
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Furriel y Santa Ana, grandes actuaciones en La vida es sueño.

El balance sobre la actividad escénica se impone, aun cuando por la dificultad de abarcarla en su totalidad el resultado tenga carácter tentativo e incompleto. Algunas características de 2010 teatral en Buenos Aires podrían resumirse en los siguientes puntos: diversidad de estéticas; indagación en la historia; amplia circulación y disponibilidad en los medios digitales; mayor convocatoria al circuito comercial de actores y directores del alternativo; tendencia a reflexionar sobre el lugar que ocupa el teatro; la violencia como materia central, sea histórica o cercana.

Hace tiempo que no produce escozor el paso de actores, directores y dramaturgos del circuito alternativo al comercial, donde hubo reapariciones, entre otras el regreso de Federico Luppi, actor en Por tu padre. A semejanza de lo que viene sucediendo en el cine y en parte en la TV, el teatro comercial convocó a los alternativos y originó piezas como El descenso del Monte Morgan, de Arthur Miller, protagonizada por Oscar Martínez y dirigida por Daniel Veronese, quien sin descuidar su trabajo en el ámbito independiente y en el exterior se ocupó además de la puesta de Los reyes de la risa, de Neil Simon, rara y sensible conjunción de dos intérpretes de diferente trayectoria como Alfredo Alcón y Guillermo Francella. Otros ejemplos fueron Todos eran mis hijos, también de Arthur Miller, dirigida por Claudio Tolcachir (que acaba de estrenar en España su obra El viento en un violín); Un dios salvaje, de la francesa Yasmina Reza, en una puesta de Javier Daulte (autor y director de otro estreno del año, Proyecto Vestuarios), y Contrapunto, de Anthony Shaffer, actuada por Pepe Soriano, Leonardo Sbaraglia y Félix Volpino, bajo la conducción de Agustín Alezzo. Este integró, en su teatro El Duende, textos de Harold Pinter y Tennessee Williams: Voces de familia, un trabajo en el que se mostró fiel a sí mismo. Del mismo modo, en otros estilos resguardaron su individualidad el director Ricardo Bartís, que estrenó El box en el Sportivo Teatral, protagonizada por Mirta Bogdasarian; Alberto Félix Alberto y su Extasis o dale de comer al pato, donde la ambigüedad se convirtió en herramienta para referirse a la muerte y la angustia que causa; Norman Briski, que sumó obras en su teatro Caliban, y Rafael Spregelburd, con Buenos Aires y Todo, trabajos en los que apuntó al arte y a la burocracia y dio cuenta de los rigores de la supervivencia.

La apuesta a no permanecer en compartimentos estancos propició la organización de encuentros en los que se debatió, entre otras cuestiones, sobre la relación de los independientes o alternativos con las instituciones. Esto permitió a los participantes expresarse claramente tanto en los medios tradicionales (incluidas las revistas especializadas Picadero, Teatro, Teatro XXI y Funámbulos) como en los digitales. Y sucedió en un año de tributos y reclamos que abarcó a los teatros oficiales, sobre todo a las salas que integran el Complejo Teatral de Buenos Aires y a los diferentes espacios del Centro Cultural San Martín, en tanto el Teatro Nacional Cervantes permaneció en calma, aun cuando ni el presupuesto ni las remesas fueron suficientes para finalizar la prometida restauración de la fachada y continuar los trabajos de infraestructura. Se recordaron los 20 años de Andamio 90, los 35 del Celcit (cuyo primer presidente fue el director Francisco Javier), y los 100 de Argentores, que lo festejó, entre otras actividades, con la gira de Huellas de tinta. Las marcas de un siglo, de Marcelo Mangone.

El escándalo tiñó el aniversario número 50º del Teatro San Martín, cumplido el 24 de mayo y cuya celebración fue demorada hasta junio con un encuentro artístico. A las protestas por la dilación en la firma de los contratos, la demora en los pagos y el penoso estado edilicio por obras no acabadas, se sumó un hecho insólito: el levantamiento de funciones para que el empresario Andrés von Buch festejara su cumpleaños (el domingo 2 de mayo) en las instalaciones del TGSM, pagando un alquiler de 80 mil dólares. La propuesta surgida de la Fundación Amigos del Teatro San Martín (presidida por Eva Thesleff de Soldati) cercó al director Kive Staiff, quien para entonces había anunciado su salida del cargo, alegando problemas personales. No hubo enojos a nivel interno. Por el contrario, el argumento generalizado fue que, a falta de presupuesto, ese dinero permitiría comprar materiales imprescindibles para el teatro. En realidad, el presupuesto de un teatro estatal (de la ciudad, en este caso) debería cubrir esas necesidades. Otro aniversario fue el de los 80 años del Teatro Independiente, celebrado el 30 de noviembre en el Teatro del Pueblo. Esa fecha también dio lugar al primer Festival de Teatro y Danza Escena Dosmildiez, con trabajos de Matías Feldman, Santiago Loza, Claudio Quinteros, Nayla Pose, Alberto Ajaka y otros. El encuentro fue organizado por Espacios Escénicos Autónomos, agrupación que, finalmente, logró una modificación del Código de Habilitaciones y una prórroga para que las nuevas salas completen los requisitos de seguridad.

La literatura inspiró a Las primas o La voz de Yuna, traslación escénica de Marcela Ferradás y Román Podolsky sobre la novela de Aurora Venturini, donde una mujer emerge del horror familiar y se salva por el camino del arte. En Cyrano, un vodevil franco-argentino, Pablo Bontá propuso una actualización del héroe romántico concebido por Edmond Rostand; Querida mamá o guiando la hiedra, escrita y dirigida por Laura Yusem, se basó en relatos de Hebe Uhart, y El pasado es un animal grotesco, de Mariano Pensotti, mostró a personajes de 25 a 35 años en la década de 1999 a 2009 construyendo “una megaficción con recursos mínimos”. Otras producciones fueron Dr. Faustus, de Maricel Alvarez y Emilio García Wehbi, sobre un texto de Gertrude Stein, imágenes de la película Antichrist, de Lars von Trier y referencias del creador francés Marcel Duchamp. La búsqueda de lo excepcional en lo cotidiano fue materia de El cielo de otros lugares, obra dirigida por Lorenzo Quinteros sobre El cocodrilo y otros cuentos del uruguayo Felisberto Hernández. El director David Amitin (que reside en España) se atrevió en Tango ruso a trasladar la novela El eterno marido, de Fedor Dostoievski; Eduardo Misch presentó Dirección contraria, sobre una novela de Eduardo “Tato” Pavlovsky, y los actores Luis Brandoni y Diego Peretti dieron vida escénica a los personajes de Aráoz y la verdad, versión de Gabriela Izcovich sobre la novela de Eduardo Sacheri. Por otro lado, en la peculiar Absentha, de Alejandro Acobino, un taller de poesía se convirtió en campo de batalla a partir de un ejercicio donde los alumnos y su coordinador intercambiaban invectivas.

En paralelo al auge de la investigación histórica surgieron obras que testimoniaron hechos no aclarados, algunos en consonancia con el Bicentenario, como Lovely Revolution, de Enrique Papatino, y 1810, de Martín Coronado, en versión y dirección de Eva Halac. Otras indagaron desde perspectivas distintas y sobre épocas también distintas: En Luces de libertad, ambientada en el Buenos Aires de 1810, el grupo Teatro Ciego supo construir ficción en la oscuridad. Se estrenaron Leandro y Lisandro, de Pacho O’Donnell; El panteón de la patria, montaje de Guillermo Cacace que enlazó texto, danza y música sobre la escritura de Jorge Huertas; Palo y a la bolsa, de Carla Llopis, dirigida por esta autora y bailarina junto a Guillermo Parodi; Los sueños de Cohanaco, de Mariana Chaud, una reflexión sobre la violencia ejercida para anexar territorios en detrimento de los pueblos originarios; El ahorcado, de Stella Camilletti y con dirección de Andrés Bazzalo; El águila guerrera, de Alberto Mario Perrone; Plan revolucionario de operaciones, adaptación de Manuel Santos Iñurreta sobre un documento de Mariano Moreno, fechado en 1810; El general de los recuerdos, de Roberto Ibáñez; Imberbes, de Bernardo Carey, y La Coronela, de Alicia Muñoz, con Isabel Quinteros.

La violencia que anuda despotismo y sumisión surgió en un clásico del barroco español: La vida es sueño, de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), montaje del catalán Calixto Bieito, con excelentes actuaciones de Joaquín Furriel y Muriel Santa Ana, y un elenco de primer nivel. Diferente fue el atropello que registró Ofensa (Esta historia suya), dirigida por Marcelo Velázquez, y el descubierto en El patio, una puesta de Verónica Edye sobre la violencia de género. Lo político no pedagógico atravesó a Esa extraña forma de pasión, de Susana Torres Molina (sobre los años ’70 y los riesgos de la militancia política); Kalvkott, carne de ternera, de Silvina Chague y dirección de Corina Fiorillo, centrada en la angustia del desarraigo de una exiliada argentina; Cómo estar juntos, de Diego Manso, reflejo del modo de vivir en comunidad, o en familia, en un país acechado por las antinomias, y Marathon, de Ricardo Monti, valioso montaje de Villanueva Cosse que mostró a seres agónicos, desesperados, bailando por un premio que no conocen, pero imaginan que los salvará. Maratón, precisamente, fue el que vivieron los teatreros durante 2010. Pero ya arranca otra temporada...

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