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Sábado, 18 de marzo de 2006
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HOMENAJE A LA TITIRITERA SARA BIANCHI

La maga que hace los títeres

Hoy recibirá el Premio a la Trayectoria Teatral, por sus 62 años de labor entre títeres, un género que le debe mucho y en el que se inició de la mano de su compañera Mane Bernardo.

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“Esto me emociona, porque es un reconocimiento a nivel nacional”, dice Sara Bianchi.

Entrar es adentrarse en un mundo mágico. Cientos de ojos plásticos observan cada paso, cada movimiento, cada palabra. El Museo del Títere alberga un sinfín de historias alguna vez contadas, todas fosilizadas en los rostros inmóviles de madera, tela y hojalata. Y en el centro de la sala, con casi la misma quietud y la paz de los muñecos, está ella, la dueña de la historia más valiosa: Sara Bianchi, la titiritera que hoy a las 23, en el marco de la Fiesta Nacional del Teatro, recibirá el Premio a la Trayectoria Teatral, por sus 62 años de labor en esta profesión (en el C. C. de la Cooperación, Corrientes 1543).

“Esto es muy importante”, dice Bianchi, que hace tan sólo un momento trabajaba sobre una brujita de trapo. “Emociona, porque es un reconocimiento a nivel nacional. Y como uno quiere a su país y ha trabajado para él se pone muy feliz.” Inmediatamente, a modo de propuesta obligada, Página/12 invita a la titiritera a hacer un viaje por su trayectoria y rememorar las anécdotas de quien, con su teatro ambulante, recorrió desde Misiones hasta Tierra del Fuego. Porque Sara, antes de enamorarse de los muñecos, había sido artista plástica y actriz de teatro independiente. Hasta que un día conoció a Mane Bernardo.

“¿Querés hacer títeres?”, dice Bianchi como si Mane hubiera tomado su cuerpo. “Pero yo no sé nada de eso”, responde, como lo hizo aquella vez, en 1944. “No importa, vas a entrar como plástica, para modelar, pintar telones...”, decidió entonces la otra. Y así comenzó la carrera de quien hoy se ha convertido en un icono del teatro de títeres en Argentina. “Yo conocí a Mane en una exposición de arte en la que presentábamos nuestros trabajos. Ella tenía un teatro independiente que se llamaba La Cortina, y como yo también era actriz fui a parar a ahí. Ella ya había hecho títeres y la habían nombrado directora del Teatro Nacional de Títeres, que se creó en el Cervantes. Estaba armando un equipo de trabajo y me invitó. Duré un año; al siguiente ya tenía puesto un títere en la mano.”

A Bianchi siempre le gustó hacer sus propios muñecos. Su primer títere –el que confeccionó para darle vida con su propio cuerpo– fue Lucesita, un duendecillo travieso que la acompaña siempre y junto a quien recibirá hoy el premio. Un reconocimiento que, según ella, es un modo de otorgarle el lugar que le corresponde al puppet y a su manipulador: “El títere es una de las tantas formas del teatro, como lo es también el mimo o la danza. Es teatro, aunque costó que lo reconocieran, que nos consideraran actores a los titiriteros. Porque, tradicionalmente, fuimos ubicados en la última escala social del mundo del teatro”, se acuerda.

“Eran otros tiempos...”, suspira Bianchi. Eran otros tiempos cuando fundó el Teatro Libre Argentino de Títeres junto a Bernardo en 1947, luego de que el estatal hubiera cerrado. Y cuando debieron cambiarle el nombre al grupo porque “la palabra libre estaba prohibida”. “Los anuncios decían: actúa un teatro argentino de títeres –cuenta– y eso no nos convencía. Entonces, para que no hubiera dudas, le pusimos Títeres Mane Bernardo-Sara Bianchi.” Así continuó la dupla, entreteniendo a generación tras generación, hasta que Mane “se fue de gira” –dice esbozando una sonrisa melancólica– y Bianchi debió continuar su camino sola.

La titiritera y sus muñecos encierran un sinfín de anédotas, que tienen como escenario la Argentina entera, de Norte a Sur. “Ibamos a muchos lugares donde nunca se había visto un teatro. Entonces, para ese público, vernos era descubrir un mundo diferente, el del espectáculo”, relata. Hace una pausa y el recuerdo vuelve a emerger.

–Ibamos a las escuelitas, a las que los chicos llegaban en burrito. Los que podían, porque muchos no venían cuando los padres se los llevaban a los ingenios. En esas épocas la escuela quedaba desierta. A veces llegábamos a un lugar y no había nadie; teníamos que seguir para otro lado. No era fácil. Estoy muy contenta de haber empezado a conocer mi país a través de los títeres. Nosotros llegábamos a un lugar y nos quedábamos a dormir en una escuelita o en el jeep. Convivíamos con la gente y eso es muy lindo. Recuerdo una vez que nos invitaron a comer en una escuela: nos dieron una gallina, la única que tenían y la habían matado para agasajarnos. Los chicos nos escribían cartas a Buenos Aires; algunas se han perdido pero las recuerdo mucho. A mí estos festivales me encantan porque reúnen a titiriteros de todos lados. Lo que significa un gran esfuerzo, porque todavía no es fácil para la gente del interior dedicarse al arte.

Informe: Alina Mazzaferro.

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