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Miércoles, 19 de enero de 2011
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Juan Pablo Geretto presenta en Mar del Plata Yo amo a mi maestra normal

La “seño” sube al escenario

En el unipersonal que realiza de miércoles a domingos en el Teatro Lido, la escuela se convierte en plataforma para que el artista destaque luces y sombras de una institución por la que pasaron millones. “El proceso de investigación lo arranqué a los cinco años”, señala.

Por Facundo García
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Geretto logra remover imágenes y recuerdos que todos llevan dentro.

Desde Mar del Plata

“Seguí, que te estoy viendo”, “tengo la tarde entera hasta que me digan quién fue”, “formen fila y tomen distancia”. Las frases resuenan como moscardones encerrados en el cráneo de todo el que haya pasado por las aulas de una escuela argentina. Se han introducido en el pensamiento hasta el punto de que ni siquiera se tiene conciencia de que están ahí, zumbando en la memoria. Y lo mismo pasa con muchísimas otras sensaciones que Juan Pablo Geretto atrapa y desmenuza en Yo amo a mi maestra normal, el unipersonal que presenta de miércoles a domingos en el Teatro Lido (Santa Fe 1751).

Al ver a Geretto en escena florecen las hipótesis: o este muchacho sufre un grave problema de esquizofrenia o es un gran actor (o ambas cosas). De otra manera no se explica el nivel de minuciosidad con que reproduce la gestualidad de las docentes. Da la impresión de haber pasado meses haciendo observaciones “de campo” en establecimientos educativos. Pero no: “El proceso de investigación lo arranqué a los cinco años, cuando entré por primera vez en un aula”, dice. “A veces pienso que lo que se cuenta en mi espectáculo no sólo tiene que ver con la escuela, sino con un sistema de transmisión de conocimientos que mantuvo su estructura generación tras generación y nos afectó hasta la raíz”, agrega.

–La escuela es transmisión de conocimientos pero también de afectos. Y de broncas.

–Absolutamente. Uno no se va de la primaria sabiendo cuándo aprendió a distinguir el sujeto del predicado; pero sí se acuerda en qué grado escuchó de sus maestras determinadas frases. Siempre hay, por ejemplo, alguno a quien “la seño” le dijo algo bueno o malo que lo marcó. Pueden haber pasado décadas, pero la herida o el orgullo de aquel comentario siguen ahí. Ojo, por ahí la mujer lo dijo casualmente, o distraída. Sin embargo, ese chico grabó aquellas palabras para el resto de su vida.

En esta “seño” se mezcla el cariño por los nenes con los reflejos de quien debe lidiar con entornos burocráticos; y confluyen las sutiles degradaciones que padecen y hacen padecer quienes están al frente de un aula. Geretto domina al dedillo el mapa que guía al gremio de los guardapolvos. Tanto, que las docentes de la sala se hacen notar al grito de “¡ay, es igual a mí!”, “¡tal cual!” y exabruptos por el estilo. En los que simplemente fueron o siguen siendo alumnos, en cambio, el intérprete consigue un retorno imaginario a esas épocas en que se masticaban chicles Jirafa y bocaditos Holanda.

En Yo amo a mi maestra normal resuenan el himno y las lecturas solemnes, con un clima de patio embaldosado que acompaña desde el fondo. Ahí están, de nuevo, la luz del sol entrando al aula y las tardes con “monotonía de lluvia tras los cristales” de las que habló para siempre Antonio Machado. Como el universo teatralizable que es, la escuela se convierte en plataforma para que el artista destaque luces y sombras de una institución por la que pasaron millones. Geretto: “No es casual que se le haya puesto a estas señoras el mote de ‘segunda madre’. Y si la primera mamá es tan importante en nuestra conformación, la segunda debe tener su influencia, ¿no? Finalmente, con ella pasás cinco o seis horas por día a lo largo de tu infancia”.

–Mucho tiempo, en una relación que además tiene bastante de teatral.

–Un aula consiste en un montón de nenitos asistiendo al unipersonal de alguna de estas mujeres. ¡Por eso me da un poco de pavor cuando las maestras vienen a decirme que se identificaron ciento por ciento con este monstruo que me inventé!

Al salir de la obra, los espectadores encuentran tizas y dos pizarras. Entonces se forma una ronda y los que quieren dejan su mensaje. Sin dudar un segundo, muchas veteranas arremeten con una presteza que deja claro a qué se dedican. Minutos después hay decenas de comentarios en blanco sobre verde. “Gracias por creer en nosotras”, “me sentí totalmente identificada”, “aguante la educación pública” y afirmaciones similares se multiplican noche tras noche.

Heredera de la maestra que hacía Antonio Gasalla –esa que repetía el latiguillo “si me buscan, me van a encontrar”–, la educadora que compone Geretto le suma dimensiones al arquetipo y se remonta más allá de lo que se ha visto en versiones televisivas. Hay, en efecto, un tramo de la pieza que bordea las fronteras de lo siniestro. La criatura levanta el brazo derecho con rigidez de nazi, y obliga a los nenes a que se acomoden geométricamente, sin hablar, sin cuestionar nada. “Siento que ahí, cuando trato de resignificar órdenes y retos que se han dicho toda la vida, hay docentes que se quedan afuera. Probablemente, porque los tienen tan incorporados que no los distinguen.”

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