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Martes, 5 de abril de 2011
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Claudia Carbonell, Alejandra González y su obra La obediencia

De cómo elaborar el dolor

La obra que presentan en El Camarín de las Musas parte de la correspondencia entre el filósofo vienés Günther Anders y Claude Eatherly, piloto del avión que lanzó la bomba en Hiroshima: un intercambio sin lugares comunes sobre el pacifismo.

Por Cecilia Hopkins
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En un hospital de veteranos un hombre recibe una carta de Günther Anders, filósofo vienés comprometido con el desarme nuclear. El destinatario de la misiva es Claude Eatherly, el hombre que en 1945 (con sólo 26 años), sobrevoló el objetivo y dio el visto bueno al bombardero Enola Gay para que arrojase la primera bomba atómica sobre Hiroshima. Imprevistamente, entre ambos surge una larga correspondencia que, además de contribuir a la transformación emocional del arrepentido Claude, promueve un espacio de reflexión que apunta a la formación de un movimiento antiatómico y pacifista reconocido internacionalmente. La serie de cartas fue editada con el nombre de Más allá de los límites de la conciencia. Sobre este libro, las dramaturgas Claudia Carbonell y Alejandra González escribieron La obediencia, obra que puede verse los domingos en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960). Producida por el área de artes escénicas de la Universidad Nacional de General Sarmiento, la obra cuenta con la interpretación de Fernando Armani, Mariano Guerra, Amadeo Pellegrino y Carlos Ponte. La dirección es de la misma Carbonell.

Las autoras habían leído hace algunos años la primera carta escrita por Anders. Pero cuando quisieron saber más acerca de esa relación se dieron cuenta de que no había casi información al respecto. “Cuando nos pusimos a investigar –cuentan en la entrevista con Página/12– descubrimos que éste es un caso censurado, explícitamente no difundido. Tampoco es estudiado en el ámbito de la filosofía o de las ciencias políticas, donde la posición de un intelectual como Anders es muy poco conocida”, afirman sobre el hombre que no solamente escribió a Eatherly sino también al hijo de Eichman, “sin obtener en este caso respuesta alguna”, según apuntan las autoras.

–¿Qué valor le asignaron a esa primera carta que leyeron?

Claudia Carbonell: –No se trata de una carta al azar, se trata de una posición teórica acerca del mal, del papel de la ciencia, de la responsabilidad política e incluso del destino de la humanidad.

Alejandra González: –En estos días en particular, después del terremoto y la contaminación radiactiva en Japón, consideraciones tan atinadas sobre el peligro atómico son imprescindibles.

–¿Cuáles fueron sus primeras impresiones acerca de este caso tan singular?

C. C.: –Lo que primero nos impresionó fue la extraordinaria aventura de esta amistad. La historia se leía como un policial, había que ir develando cuál era la trama y el nudo del terrible sufrimiento de Eatherly y de los motivos que llevaron a Günther a escribirle por primera vez.

–¿Cuál es el núcleo de la trama?

A. G.: –La obra se encuentra construida en torno de esta relación. Se trata de un acontecimiento capaz de modificar el curso de la historia, porque significa una posición nueva que surge después de la elaboración que hacen del traumático bombardeo a Hiroshima.

–¿Ambos personajes se complementan?

C. C.: –Sí. Eatherly es un muchacho joven, ingenuo, idealista, apresado en una trampa, y Anders, un filósofo, un intelectual capaz de poner palabras a los hechos crudos. Pero esta situación se puede universalizar, porque significa el pasaje de la mera culpa a la responsabilidad moral y política.

–¿Cuál es el efecto de esta transición?

A. G.: –No se trata de consolar, como dice Günther, ni de calmarse. Al contrario, es hacer con el sufrimiento íntimo una acción política. Esa es la responsabilidad.

–Es muy impactante la carta que le envían a Eatherly las niñas sobrevivientes de Hiroshima...

C. C.: –Es un texto histórico tremendamente conmovedor. Ellas se salen del lugar de las víctimas excluyentes, escuchan el sufrimiento de este piloto arrepentido y lo convocan para que juntos elaboren este dolor y puedan salir al mundo.

A. G.: –No se trata de un pacifismo ingenuo, ni de que víctimas y victimarios sean iguales, sino de que todos reunidos, necesariamente, tenemos que luchar contra esta locura atómica que corrompe la tierra y las posibilidades de la vida humana.

–¿Por qué hay en la obra menciones a las Confesiones de San Agustín?

A. G.: –Porque tanto en las Confesiones... como en las reflexiones de Hannah Arendt (quien fuera la primera esposa de Anders) aparece un interrogante: ¿qué y quién es el hombre?

C. C.: –La primera pregunta se contesta desde el género: un hombre es un ser racional. Pero la pregunta acerca del quién hay que contestarla con el cuerpo, con las emociones, y la propia historia.

–¿Cómo responde Eatherly?

C. C.: –Para San Agustín fue Dios quien le abrió el camino de la palabra y para Claude es su amigo Günther. Y porque hay palabra es que Claude puede salir de la locura, de la culpabilidad masiva y constituirse como un sujeto responsable de sus actos.

–¿Es un tránsito que va de la culpa a la responsabilidad?

C. C.: –Con la ayuda de su amigo, Claude pasa de una situación de culpabilidad y búsqueda de castigo a una posición que lo responsabiliza y que le permite llevar adelante una campaña política pacifista y contra el uso de las armas atómicas.

A. G.: –Claude sale de la experiencia psicológica a la vida política. Y es así que este hombre, sin olvidar nada, es decir, sin renunciar a la memoria, opera en la realidad histórica.

–La obra plantea un punto de vista sobre la responsabilidad y la culpa. ¿En qué medida la obra echa luz sobre lo ocurrido en nuestro país?

C. C.: –En nuestro país, en estos últimos años en que está triunfando la memoria sobre el olvido y se han realizado los juicios por la verdad y la justicia, el tema fundamental es que no se puede justificar la obediencia debida. Eatherly y Anders cuestionan que un hombre se vea obligado a obedecer por sus funciones en la maquinaria institucional. Obedecer sin pensar es ser un tornillo de la máquina.

Los textos que vendrán

Tienen varias obras escritas en colaboración, ¿en qué aspectos se complementan? Carbonell y González responden: “Nos une una gran afinidad ideológica y estética. Nuestra primera obra en común fue una adaptación de una novela corta de Margueritte Duras, El Square, que titulamos Intemperie y que habla de dos seres marginales desde el punto de vista social, pero entrañables en su intento de salir de la soledad para cuestionar ese mismo orden. Luego nos encontramos con este material increíble que nos inspiró La Obediencia. Ahora estamos en el proceso de puesta en escena de otra obra titulada Bajo once metros de cemento, que continúa con la reflexión sobre la culpa y la responsabilidad, esta vez inspiradas en el personaje de la joven secretaria de Hitler que rememora en su vejez los detalles de su participación en el régimen. Nos interesan los conflictos que surgen en los individuos frente a acontecimientos históricos que tienen consecuencias políticas en la subjetividad. Estamos preparando ahora una obra sobre los niños de la calle. Se llama Las reglas del bien. Nos está sucediendo en esta escritura que cada vez se profundiza más este aspecto: en la palabra más íntima se evidencia el presente de la vida en común, de la vida política”.

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