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Jueves, 19 de mayo de 2011
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Diego Kogan y los planes del Payró ante su 60º aniversario

“Es una salida placentera”

El director e iluminador invita al relanzamiento de la sala ubicada en San Martín 766, con un programa que incluye teatro, música y talleres de enseñanza. Reconvertida como cooperativa, el año próximo la legendaria sala llegará a sus seis décadas.

Por Hilda Cabrera
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“Aún no logramos la propiedad del teatro para la cooperativa, algo que gestionamos hace tiempo.”

El relanzamiento del Teatro Payró viene gestándose en obras, espectáculos musicales y en la elaboración de nuevos proyectos para llegar mejor pertrechado al 2012, año en que se cumplen los sesenta de este espacio, símbolo del teatro independiente de la ciudad. “El Payró es una pequeña maquinaria que exige un gran trabajo”, define el director e iluminador Diego Kogan, quien integra la cooperativa de trabajo que conduce el teatro, junto con su hermana Luchy y otros artistas y técnicos. “Nuestra idea es llevar adelante una profunda renovación sin discontinuar el anclaje en los valores que hicieron del Payró un espacio de militancia, resistencia, trabajo y experimentación. Con Luchy hicimos el duelo por la muerte de nuestra madre, y nos ocupamos de convocar a gente que admiramos por su trabajo”, puntualiza Diego, en diálogo con Página/12. Hijo de los fallecidos Jaime Kogan, director, régisseur e iluminador que tomó a su cargo el teatro, cuando el grupo fundacional se fue disgregando, y de Felisa Yeni, actriz, directora y docente, Diego mantiene junto a su equipo el teatro y la actividad docente. Actualmente dicta un curso teórico y práctico de dirección y puesta en escena, que se suma al taller del actor y director Diego Starosta (El cuerpo en escena. La voz en acción) y al que conduce la dramaturga Solana Landaburu.

Cumplir 60 años no es chiste para quienes apuntalaron un espacio que nació en un sótano en desuso con salida a la calle (en San Martín 766) y guarda una historia de escombros (por la construcción de Galerías Pacífico) y atentados, como los que fueron perpetrados en 1961 y 1962 por el grupo de ultraderecha Tacuara. En uno balearon el frente del teatro, y en otro, a dos actores. Tampoco la Triple A olvidó el lugar, y en 1974 colocó una bomba. La resistencia de los Kogan y equipo no cejó, y continuaron los estrenos y las reposiciones de obras, nada menos que Los días de la Comuna, de Bertolt Brecht, dirigida por Ricardo Monti, y El señor Galíndez, de Eduardo “Tato” Pavlovsky, en una puesta de Jaime Kogan. No fueron los últimos ataques, pero ésa es otra historia.

Egresado de la Escuela Nacional de Arte Dramático, Diego decidió que su camino era la escena. Se inició a los 17 años, volcándose a la dirección y el diseño de luces, participando como asistente de su padre y en forma independiente. En este último itinerario, el propio, condujo Criminal, Martha Stutz, Sueño de una noche de verano, Casino, Velada Vian, La lista completa y, entre otras piezas, Las razones del bosque. El programa que viene ofreciendo el Payró es variado en cuanto a estética y accesible al público: “Nuestro deseo es que las entradas no sean prohibitivas. El precio es de 40 pesos y de 20 para estudiantes y jubilados”, señala Diego.

–¿A qué aspira en este relanzamiento?

–A que el público sienta que ir al Payró puede convertirse en una salida placentera. Para nosotros, el apoyo del público es fundamental. En este momento no tenemos deudas, aunque el subsidio que recibimos del Instituto Nacional del Teatro y de Proteatro sólo nos alcanza para cubrir la mitad de los gastos fijos. Por supuesto, no tenemos ganancias.

–¿Cuál es la situación legal de la sala?

–La de una cooperativa de trabajo. Aún no hemos logrado la propiedad del teatro para la cooperativa, algo que gestionamos hace tiempo. Estamos haciendo uso del inmueble por un decreto, pero sabemos que a un decreto favorable se lo puede “volar” con otro adverso. El favorable data de 1992, cuando Carlos Menem era presidente, y Antonio Salonia, ministro de Cultura y Educación. Esperamos la ley de propiedad para que la sala no quede sólo en algo familiar. No era ésa la idea de mis padres. Ellos ambicionaban la propiedad para un emprendimiento grupal. Por eso, hemos formado una cooperativa.

–Cuando la sala cumplió 50 años de vida publicaron un libro. ¿Habrá otro?

–Estamos organizando la digitalización de todo lo que hay en papel, sonido y video, desde su fundación, en 1952, cuando el espacio era sede de Los Independientes, grupo que lideró Onofre Lovero (actor y director). Mis padres condujeron el teatro a partir de 1967, con el nombre de Equipo Payró (por Roberto J. Payró, autor de Sobre las ruinas y Pago Chico). La intención es armar un archivo accesible a estudiantes, profesionales y público. Ahora mismo recibimos a interesados que vienen de disciplinas tan distintas como economía, escenografía y psicología. Recibimos un subsidio de Proteatro para cubrir algunos gastos, pero el trabajo lo hacemos nosotros. Las posibilidades del Payró como empresa son ínfimas. Uno de los resultados de esta digitalización será la retrospectiva que pensamos armar sobre la obra que hizo mi viejo, para mostrarla en pantalla. Partimos de 1977 con Visita, Marathon y La oscuridad de la razón, de Ricardo Monti; Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny, ópera de Brecht/ Weill que se estrenó en el Teatro Colón y después en el Luna Park; Krinsky, de Jorge Goldenberg; Sacco y Vanzetti, de Mauricio Kartun, y Rayuela, versión sobre la novela de Julio Cortázar. Estos títulos abarcan gran parte de la obra de mi padre, desde aquel año hasta 1996, cuando falleció. Serán presentaciones con debate.

–¿Cuál es su próximo estreno?

–Picnic 1955, un espectáculo donde dirijo un elenco de diez actores y cuatro actores-titiriteros. La dramaturgia es de Solana Landaburu, sobre algunas ideas mías relacionadas con los bombardeos a Plaza de Mayo y el golpe militar de 1955. Es un contrapunto entre esos hechos y el picnic anual que organiza la orquesta de un sindicato.

–¿La masacre del 16 de junio con un picnic?

–Una invención producto de hechos que se repiten en nuestra historia: el cruce de situaciones violentas, dramáticas, con otras de festejo. Otro estreno mío, para octubre, es la dirección de Decir sí, una obra breve de Griselda Gambaro que pude ver estrenada en Teatro Abierto 1981. Nunca olvidé cuánto me conmovió. Es una obra profunda, certera y, en alguna medida, graciosa. Actúan Diego Starosta y Pablo Bocanera, y ya está invitada al Festival Internacional de La Habana.

–¿Continuarán los recitales de música?

–Los programamos para los jueves a las 21. Ya estuvieron Fernando Saccheri y Rafael Sucheras, junto a Los héroes en zapatillas. Hoy se presentarán Chinoy (de Chile) y el Club Artístico Libertad, y el 26, Daniel López y Corazón Compañero. De teatro, mantenemos en cartelera Puto, de Alejandro Mateo; Las asesinas de Gardel, de Lucía Laragione y Antonia de Michelis, una obra que dirige Diego Cosin; Yo no miento y así me va, de Solana Landaburu, y 4 Temporadas, de Javier Swedzky, quien participó con otros espectáculos, lo mismo que Starosta y la directora Corina Fiorillo (con Kalvkött, carne de ternera, de Silvina Chague). En julio y agosto, estrenaremos también El lobizón de Traslasierra, de Gilda Bona, y La Fragua, del Grupo El Baldío Teatro. La programación seguirá hasta noviembre, con Manipulaciones III: El Banquete, por El Muererío Teatro; Fractal, de Rafael Spregelburd, dirigida por Ezequiel Almeida, y Leandro y Lisandro, de Pacho O’Donnell.

–¿Cómo fue la apertura de la sala a las obras del ECuNHi?

–Por un convenio con la Fundación Madres de Plaza de Mayo, el teatro será, en noviembre, subsede del Festival del ECuNHi. Este convenio implica también un trabajo con un grupo de artistas plásticos vinculados con Madres que realizará una intervención del logo del Payró al cumplir los sesenta. Una marca y una excusa para estar juntos.

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