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Martes, 4 de abril de 2006
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EL DIRECTOR Y ACTOR LUCIANO CACERES HABLA DE LA PUESTA DE “4:48 PSICOSIS”, DE SARAH KANE

“Necesito meterme en problemas y experimentar”

El viernes se estrena en Elkafka la obra póstuma de la dramaturga británica, que se suicidó a los 28 años. Leonor Manso asumirá a modo de monólogo este texto que muchos interpretan como una “carta de despedida” y que Cáceres ve como “un instante de lucidez”.

Por Cecilia Hopkins
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Cáceres pasó con soltura de la actuación a la dirección, incursionando también en el cine.

Nacida en 1971 y muerta por propia decisión a los 28 años, la británica Sarah Kane se dio a conocer en el ámbito teatral londinense a los 23, con el estreno de Devastados, obra en la que habla descarnadamente (y desde su propia experiencia) acerca del abuso sexual familiar. Sólo dejó 5 piezas escritas, de las cuales la última fue estrenada en forma póstuma. Se trata de 4:48 Psicosis, un texto que prefigura su muerte, tal vez ocurrida a la hora que menciona su título ya que, según se ha establecido, los casos de suicidio de pacientes medicados suceden alrededor de esa hora, en virtud de que ése es el momento preciso en que los fármacos ingeridos la noche anterior dejan de tener efecto. Kane se ha transformado en una dramaturga de culto en Europa, donde sigue siendo abordada de múltiples maneras, dado que su escritura presenta un entramado abierto que permite gran variedad de propuestas de representación. Con el auspicio del British Council, el próximo viernes a las 21, en la sala Elkafka (Lambaré 866), la actriz Leonor Manso, dirigida por Luciano Cáceres, asumirá a modo de monólogo este texto fragmentado que pone la interioridad del personaje a consideración del espectador, en una carrera vertiginosa que la obliga a transitar los más diversos estados anímicos: “La materia de estos fragmentos es mi mente”, confirma el personaje.

No es la primera vez que la puesta de un texto de Kane es vista en el país. Hace dos años se estrenó en Buenos Aires precisamente 4:48... en la potente y conmovedora versión del grupo boliviano Kikinteatro, bajo la dirección de Diego Aramburu. Y el año pasado, en el Festival Internacional del Mercosur se conoció otro montaje de la misma pieza, en clave de danza-teatro por la compañía croata Kufer. En esta oportunidad, después de trabajar la obra a lo largo de casi 40 ensayos, Cáceres se manifiesta satisfecho de haber logrado un montaje austero que, según define en una entrevista con Página/12, se verá “muy concentrado, y capaz de generar una impresión hipnótica por el uso de la media voz y las mínimas acciones que realiza Leonor, muy centradas en el gesto y la mirada”.

Como actor, Luciano Cáceres comenzó a llamar la atención generalizada cuando participó de la puesta de Bésame mucho, con dirección de su autor, Javier Daulte, obra por la que fue nominado al premio ACE como mejor actor del Off. Luego tomó parte en Bizarra, escrita y dirigida por Rafael Spregelburd, y aún sigue conformando el elenco de Nunca estuviste tan adorable, del mismo Daulte. Como director se dio a conocer junto a la obra de Rodolfo Roca Paraísos olvidados, y alcanzó mayor notoriedad con Criaturas de aire, de Lucía de Laragione, y Los reyes, de Julio Cortázar. No obstante, ha participado en muchísimas experiencias creadas en los bordes de la actividad teatral más promocionada, una de las cuales, incluso, fue conocida en el exterior, como cuando se inspiró en la serie televisiva Cosmos, de Carl Sagan, para crear Uraniburg, el eterno pelo de Ticho Brahe, puesta también conocida en Madrid durante la Semana de Teatro Argentino. Hijo de una dirigente gremial y un actor que también condujo una sala independiente, Cáceres considera que debe haber heredado rasgos de carácter de ambos padres para perfilarse en el medio teatral: apareció en un escenario por primera vez a los 9 años, transitó de comienzo a fin la escuela de Alejandra Boero (“hice todos los niveles: niños, preadolescentes, adolescentes, adultos jóvenes”), mantuvo durante varios años su propio espacio teatral (el Quintino Espacio Cultural) y pasó con soltura de la actuación a la dirección, incursionando también en cine. Su última aparición en ese medio fue en Garúa, de Gustavo Corrado.

“Necesito meterme en problemas, experimentar y crear desde las mil dificultades y limitaciones que aparecen en cada proyecto”, afirma Cáceres, “porque para mí ésa fue la única manera de aprender. Y seguiré buscando problemas continuamente porque ahora estoy queriendo reformular cosas que ya hice, para volverme a probar”. En ese sentido, el director viene desafiándose desde hace tiempo: sus últimos trabajos de dirección no los realizó en base a textos seleccionados por él sino por haber sido convocado a tal efecto. Así concretó las puestas de La isla del fin del siglo, de Alejandro Finzi, para el Teatro Cervantes, Julio, modelo para armar, a pedido de la narradora Ana Padovani, y Los reyes, de Cortázar, espectáculo en el que dirigió a un elenco de 19 actores. Otro de los montajes por encargo fue Cané (Estudiantina), una de las obras del ciclo ‘O5, de la sala Elkafka. Cáceres forma parte de la cooperativa que constituye este espacio. En ese caso, el personaje no le resultaba, en principio, demasiado atrayente, hasta que le encontró su lado oscuro. “Cuando empiezan a aparecer las anécdotas, allí donde todo se vuelve más humano, ahí me gusta encontrar al personaje”, afirma el director. Junto a dos amigos egresados del Nacional de Buenos Aires, Cáceres recreó el espíritu de Juvenilia, obra emblemática de Cané, lo cual lo llevó al estudio del perfil de los escritores de la generación del ’80: “Entonces empezó a aparecer el personaje real, un tipo educado para viajar e imponer modas que traía de afuera, con algunos pensamientos que pueden parecer muy poco afines al adolescente de Juvenilia”. De la idea de traer el personaje a la actualidad surgió un argumento de ciencia ficción: “Cané era revivido por 50 minutos para ser sometido a una terapia psicoanalítica: ahí aparecen sus pensamientos turbios, todas sus ideas acerca del proyecto de expulsión de los inmigrantes”, detalla.

Para realizar la puesta de 4:48... también fue convocado, esta vez por Leonor Manso. El director advierte: “Esta obra no es de fácil acceso, ni desde la construcción ni desde el léxico que utiliza. Hay en ella un alto nivel poético y una gran síntesis. Nos remitimos a la humanidad de este durísimo texto, despegándonos de la representación de la propia autora a través de un personaje sin una edad determinada que puede transmitir todo lo que piensa y siente con una intensa claridad. Es un espíritu pensante que vive “un instante lúcido antes de una noche interminable, desde uno de los bordes de la vida”. Hay muchos momentos de la obra en los que, de estar al tanto de la biografía de Kane, no se puede dejar de imaginar que el personaje y la dramaturga coincidieron en sus vivencias.

Cáceres encuentra que, como a la misma Sarah, al personaje lo mueven “la mentira, la hipocresía, los cánones convencionales de comportamiento, la imposibilidad de encontrar un ser par: le pasa lo que a las grandes singularidades de la historia, esto es, el ser tomados por locos, y es que la locura aterra porque el que la padece parece estar, para el que observa de afuera, en una realidad diferente. Ante estas alteraciones, la medicina tiende a controlar el cuerpo con pastillas o inyecciones que lo calman, pero por adormecimiento. En los ’90 se han vuelto a investigar los sueños, las reacciones del cerebro ante determinados estímulos, porque es evidente que hay muchas respuestas que aún se desconocen”, afirma. De todos modos, el personaje –y con él también la dramaturga– no consideraba que el dolor que padecía fuese una enfermedad. Así lo explica el personaje de Ansia, otra de sus obras: “No sufro ninguna enfermedad, simplemente sé que la vida no vale la pena”. Especialistas en la obra de Kane analizan 4:48... como una carta de despedida: apenas unos meses después de escrita, la autora fue internada a causa de una sobredosis de psicofármacos pero, una vez dada de alta, se ahorcó en su habitación. “Para mí no se trata de una despedida sino de un instante de lucidez que luego muta hacia otro estadio. Es un material muy sensible y por esto elegí no intelectualizar, sino trabajar centímetro a centímetro con cada momento, desde lo emocional”, opina Cáceres.

Otras piezas de Kane vuelven sobre su infancia y relatan otras experiencias de vida: “Sarah fue abusada por su padre y esto aparece en Devastados, una obra de gran belleza y oscuridad al mismo tiempo, que provocó reacciones muy fuertes por parte del público, a pesar de que todos sabían que esa clase de abuso sucede en la realidad. Pero nadie quería verlo sobre un escenario”, amplía el director.

Cáceres afirma que, si aparecen en el público la compasión o el hartazgo en relación con el sufrimiento que expresa el personaje, no será porque esas reacciones han sido calculadas desde la puesta. En verdad, la obra es una seguidilla de estados de alteración que la protagonista va detectando y describiendo como en un fluir de la conciencia: “Son tantos los estados que transita: momentos de abstracción luego del suministro de pastillas, instantes en los que enumera todo lo que no puede hacer y luego, a modo de reflejo, todo lo que debería hacer, momentos altamente poéticos en los que se conecta con la ilusión de que tal vez sea posible estar con alguien, instantes de rabia, de horror y de un dolor físico insoportable”, enumera el director. “Cuando empezamos a entender la obra como partitura, teniendo en cuenta su musicalidad, ritmo y alturas, supimos que no es una melodía fácil de tocar. Por eso me gusta que, a pesar de toda su trayectoria, Leonor esté dispuesta a buscarse problemas, igual que yo.”

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