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Viernes, 17 de junio de 2011
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JORGE GRACIOSI Y MANUEL CALLAU HABLAN DE LA NUEVA PUESTA

La palabra y la pura pasión

El triángulo amoroso entre el Profesor, una de sus alumnas y el novio de ésta vuelve con el agregado de una escena. “Cuando se trata de una obra estrenada con gran éxito, como Yepeto, no es aconsejable competir con el pasado”, afirma el director.

Por Hilda Cabrera
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Tanto Manuel Callau como Jorge Graciosi conocen ampliamente la obra de Tito Cossa.

El Profesor afirma que se ejerce seducción con las palabras, pero al mismo tiempo admite que eso no es verdad. Le gusta disfrutar de la vida y de las mujeres y compite con el joven novio de una de sus alumnas, de apenas 17 años. ¡Qué le queda entonces si no otorgarle mayor lustre a la palabra! Por otro lado dice estar convencido de que un atractivo en toda relación es aquello que se desconoce del otro, y cita a Marcel Proust y su libro En busca del tiempo perdido. Lo inicial en Yepeto, de Roberto “Tito” Cossa, es la confrontación entre varones de muy diferente edad por la conquista de una mujer. Y a eso apunta el director Jorge Graciosi en la puesta que se estrena mañana, en el Teatro Nacional Cervantes. “De lo contrario no tendríamos obra”, observa este director, en diálogo con Página/12, junto al actor Manuel Callau. El enamoramiento del Profesor por su alumna Cecilia (Anahí Gadda) choca con el de Antonio, el novio de ésta (Martín Slipak), conformando un triángulo amoroso que le da letra al Profesor para la novela que viene escribiendo, en simultáneo con la acción. En su ficción, los personajes son una joven, su tutor y un teniente de húsares. El hombre maduro necesita revitalizarse y se vale de la literatura, la ironía y el ingenio para desplazar al joven. Si se quiere, resabios de una cuestión antropológica, como la de los primitivos consejos de ancianos que requerían la compañía de niñas para prolongar la vitalidad que se les escapaba.

Esta pieza de Cossa, ampliamente representada en el país y el extranjero, tuvo su debut en Buenos Aires, en 1987, en el teatro Lorraine. Entonces actuaron Ulises Dumont y Darío Grandinetti, quien se atrevió a un desnudo frontal. Dirigía Omar Grasso. La obra, premiada, se mantuvo durante cinco años en Buenos Aires y realizó giras por el exterior. Llevada al cine por Eduardo Calcagno, con Ulises Dumont y Nicolás Cabré en los protagónicos, cruza el deseo amoroso con el humor punzante. Graciosi dice haber ideado una puesta de acuerdo con el espacio, atípico, de la Sala Orestes Caviglia, ajustándose a los tiempos del teatro oficial: dos meses de ensayo y la presentación anticipada de la escenografía. “Esta no es una queja –puntualiza– sino una forma distinta de trabajar para quienes venimos del teatro independiente.” Su decisión de “abrir la obra” lo llevó a crear un recorrido imaginario: “La acción transcurre en la casa del Profesor, que por momentos es la casa de los jóvenes; en un bar y en la calle”. Este último paisaje, resuelto con luces.

–O sea, una concepción en parte cinematográfica...

Jorge Graciosi: –Cuando se trata de una obra estrenada con gran éxito, como Yepeto, no es aconsejable competir con el pasado. Yo no la recuerdo tanto, pero sí alguna gente de teatro y sobre todo el autor. Eramos muy amigos con Grasso, pero también muy distintos, de manera que el tema no es copiar. Subsiste un ochenta por ciento del original, pero se hicieron pequeños cortes y además Tito agregó una escena.

–Usted está entre los directores que mejor conocen la producción de Cossa.

J. G.: –Trabajé como actor en Angelito y Viejos conocidos, y como director en Tute cabrero, una puesta de 2006, en el Teatro del Pueblo. En el Teatro 25 de Mayo reestrené La Nona y Angelito. Y mucho antes, en 1999, una versión suya de Tartufo, en el Teatro Payró.

–Además es un histórico del Teatro del Pueblo.

J. G.: –Al actor Ulises Dumont le gustaba poner apodo a todo el mundo, y a mí me llamaba Barle-tta (por Leónidas Barletta, fundador y director de ese teatro, en la década del ’30). Recuerdo que una vez, mientras estábamos filmando, salimos a tomar algo y le dijo a la asistente: “Estamos acá a la vuelta, en el bar; avisen, estoy con Barletta”. Claro, nadie entendía nada.

–¿Qué tipo de Profesor es el que aparece en la obra?

Manuel Callau: –A mí se me juntan muchas cosas con Yepeto. En principio, mi respeto y admiración por Cossa, con quien tuve la oportunidad de hacer Ya nadie recuerda a Frederic Chopin, que, en el inicio, se pensó como una mirada sobre los Podestá. Con él compartí la experiencia de Teatro Abierto, que se mantuvo hasta 1986, y pude debatir con tipos maravillosos. Yepeto fue vista como una obra controvertida y por mí como muy rica, porque es bastante más que una historia de amor. Asocio ese debate generacional que aparece en la obra con la forma en que se ha desarrollado nuestra comunidad, nuestro pueblo. Hemos presenciado y vivido el corte de las raíces, la falta del traslado de la experiencia histórica. No es casual entonces que ahora me refiera a Teatro Abierto, porque, para mi generación, una de las cosas más maravillosas que me ocurrieron fue estar sentado en una misma mesa con los mayores, reelaborando un teatro de arte, de ideas, con sentido social.

–¿Qué consecuencias trajo ese corte de las raíces?

M. C.: –Impidió recrear el proceso de transformación de la realidad y de las herramientas del teatro y sus lenguajes. Esto sucedió cuando se negó lo ya conocido.

–¿Cuándo se produjo esa ruptura?

M. C.: –Antes había sido con la dictadura y después, a partir de una democracia en la que el proyecto radical fue el proyecto cultural de un modelo que negaba lo que realmente estaba ocurriendo: el avance de un teatro ligado a la comunidad. En la inauguración de TA, en 1983, organizamos una marcha con murgas y actores de la que participaron más de 30 mil personas. En 1985 hubo Teatro Abierto en nuestro país, y en Uruguay, Chile y Puerto Rico. En estos países, bajo otros nombres. En 1986 fue multitudinaria la acción que realizamos en la avenida Corrientes, entre el Obelisco y Callao, en la que el actor Héctor Alterio habló del hambre y de la desocupación, que eran más que una amenaza.

–¿Cuál es entonces su opinión acerca de Yepeto?

M. C.: –El debate de dos generaciones que tienen rotos los canales de comunicación. Por eso también me interesó tanto en su estreno de 1987. Hay un debate no resuelto entre ese Profesor aislado, controvertido y hosco de Yepeto y el joven que no ha vivido la experiencia del hombre mayor. Muchos de los que sí hemos vivido otras experiencias históricas y artísticas no hallamos el espacio que necesitamos para el debate.

–El aspecto emocional, ¿es sólo una anécdota en la obra?

M. C.: –No, está todo involucrado. La palabra es el arma del Profesor; y el arma del chico, la pura pasión. Lo interesante es que en esa confrontación de emociones se producen cambios en uno y en otro.

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