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Sábado, 27 de agosto de 2011
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Victoria Almeida habla de su trabajo en Espejos circulares

“La actuación requiere de entrega”

De larga trayectoria en el teatro independiente, la actriz de rasgos adolescentes demuestra, en su primer protagónico en el circuito comercial, la sutil gracia con la que se destacó en el off. “Jugar a ser otras personas es fantástico”, dice.

Por Emanuel Respighi
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“El personaje tiene algo de mí en mi adolescencia”, reconoce Almeida.

El elenco de Espejos circulares, una de las cinco obras que Javier Daulte dirige actualmente en la cartelera porteña, está conformado por actores y actrices de trayectoria probada, como Soledad Silveyra, Jorge Suárez, Boy Olmi y Andrea Pietra. Como era de esperarse, todos cumplen al pie de la letra con cada uno de los personajes que les tocó interpretar de la pieza de la estadounidense Annie Baker. Sin embargo, en la obra que va de miércoles a domingos en el Paseo la Plaza la mayor sorpresa pasa por la ajustada y punzante interpretación de Laura, a cargo de Victoria Almeida. De larga trayectoria en el teatro independiente, la actriz de rasgos adolescentes demuestra, en su primer protagónico en el circuito comercial, la sutil gracia con la que se destacó en el off. “Le doy poca importancia al protagónico, básicamente porque me interesan más los materiales que los marcos”, subraya la actriz, cuyo parecido físico a Audrey Tautou, la protagonista de Amélie, impresiona a propios y extraños.

Oriunda de La Plata, la actriz de 28 años asumió su exposición laboral más grande con la soltura que caracteriza a quien el disfrute de estar sobre el escenario le provoca una intensidad mayor sobre cualquier otro aspecto. “El desafío que me presentaba Espejos... tenía mucho más que ver con trabajar bajo la dirección de Daulte, o por compartir escena con los monstruos que tengo de compañeros, que por el hecho de ser protagonista. Venía de un barrio distinto, me preguntaba si me iba a sentir un sapo de otro pozo. Porque, por más herramientas que tenga, si no me sentía cómoda, en escena me iba a sentir limitada”, confiesa la actriz.

En la obra, Almeida –que comenzó a tomar clases a los 13 años y que a los 18 se mudó a la Ciudad de Buenos Aires para estudiar actuación en el IUNA– interpreta a Laura, la única adolescente de un grupo de teatro cuyos integrantes deciden estudiar actuación por distintas razones, pero todos motorizados por dejar algo atrás y comenzar una nueva vida. En las seis semanas/clases que dura Espejos..., los personajes tejen distintos vínculos entre sí, a partir de los cuales desnudarán mucho más que su capacidad para la actuación. En ese colectivo, Laura parece la más retraída y endeble, pero también –desde su aspiración a convertirse en “una actriz profesional”– la única capaz de cuestionar las reglas y el sentido de los ejercicios de las clases. La actriz logra que cada intervención de Laura, por más pequeña que sea, rompa con el hilo discursivo de la trama.

“El personaje tiene algo de mí en mi adolescencia”, reconoce Almeida, que lo último que había hecho en el off fue La última vez (que me tiré a un precipicio), un unipersonal donde desplegó sus herramientas como clown, su formación primaria. “Me identifico –cuenta a Página/12– porque siempre fui muy tímida. En Laura está presente la exposición que a los 14 años sentí en mis primeras clases de teatro, rodeada de adultos. Mi personaje, como yo en aquel tiempo, es bastante distante. Espejos... nos llevó a los actores a ese primer encuentro que cada uno tuvo con la profesión. Esa cosa de descubrir a jugar a ser otro, de ponerse una máscara, es inolvidable.”

–En Espejos circulares, los personajes se inscriben al curso para dar una vuelta de página a sus vidas. ¿El teatro puede ser una terapia?

–Cada uno se acerca al teatro, como a cualquier otra disciplina, por sus propias motivaciones. No creo que los personajes lo utilicen como una terapia. La docente es la que tiene puesta la bandera del “teatro sanador”. Cada uno tiene su propia razón para comenzar un curso que termina siendo más revelador de sus propias vidas que de lo que termina resultándoles como herramientas para actuar. En mi caso, actuar fue siempre un juego, la posibilidad de ser alguien más que yo.

–¿No se gustaba a sí misma? ¿El teatro era como una válvula de escape?

–Jugar a ser otras personas es fantástico, mucho más divertido que ser uno. Lamentablemente, el paso a la adultez conlleva una pérdida de asombro, inversamente proporcional. El trabajo del actor es apelar a esa fascinación por el juego, más intuitiva e inconsciente. Cuando los actores nos ponemos muy intelectuales, a mi criterio la cagamos. Suelo abordar mis trabajos desde un lugar más intuitivo, trato de no intelectualizarlos. Sólo me pongo analítica si no logro conectar con el personaje. La actuación me liberó un montón de cosas. Pero eso es anecdótico, o es consecuencia: mi acercamiento a la actuación fue con una finalidad lúdica.

–¿Cree que la obra puede ser vista de diferente manera por aquellos que estudian teatro?

–El espectador siempre completa la obra con su propia mirada. De todas maneras, si bien Espejos... cuenta el comienzo de una clase de teatro, allí suceden cosas que podrían ocurrir en una clase de cualquier cosa. No es una obra para estudiantes de teatro. La obra está hablando de vínculos entre las personas. Pero sí creo que aquel que estudia o estudió teatro se puede reír mucho más de él mismo al ver los ejercicios desde una posición de espectador. El estudiante de teatro se va a sentir identificado. De hecho, un amigo docente me dijo que hacía uno de los ejercicios que aparecen en la obra y que ahora no lo iba a poder hacer nunca más. Lo vio tan ridículo que le quitó sentido al ejercicio.

–Hay un momento cúlmine en la obra, cuando los personajes revelan sus secretos mejor guardados, que marca un punto de quiebre en el relato.

–Los personajes recién pueden sortear exitosamente algunos ejercicios una vez que sacaron afuera todas sus miserias, de haberse “desnudado”, de haber contado sus secretos más íntimos. La actuación requiere de entrega. Sin entrega, la actuación es impostada. De todas maneras, no es una obra que habla de teatro, habla de vínculos humanos. Por suerte, en Espejos... pasa algo que no es muy común: hay química. Pero no es que hay química en el grupo y después se traslada al escenario. En Espejos... hay química en el escenario, que en definitiva es lo más importante. Es un grupo de actores, con una escucha y un nivel de adaptación muy profundo. No hay improvisación, pero si hay lugar para agregar una nueva mirada o una sutileza, el otro la recibe y se adapta. Sin saber nada de fútbol, Espejos... es como un equipo de fútbol que “juega de memoria”.

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