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Domingo, 4 de septiembre de 2011
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LA SIESTA, SOBRE SILVINA OCAMPO

Cielos e infiernos

A partir de una investigación de las directoras Tatiana Sandoval y Magdalena Yomha y la dramaturga Mónica Salerno, el espectáculo gira sobre el universo de la autora de Los días de la noche.

Por Diego Braude
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La casa-museo Isaac Fernández Blanco, un personaje más.

El arriba y el abajo son relativos. En esa relatividad, arriba sería aquel lugar que se quiere alcanzar, desde el cual se domina y se posee una vista panorámica y lejana de las cosas. El abajo, en cambio, sería aquel suelo del cual se quiere alejarse, al que no hay que volver; abajo está lo sucio, lo innoble. La clave, por otra parte, residiría también en conseguir que todo el mundo piense que ese orden es inquebrantable e

inamovible y, por sobre todas las cosas, que arriba y abajo jamás se mezclan. Quizá por eso La siesta comienza en los finales de una noche de carnaval, lugar predilecto del trastoque.

La siesta, con funciones de entrada gratuita los domingos a las 19 en la casa-museo Isaac Fernández Blanco (Hipólito Yrigoyen 1420), parte de una investigación de tres años entre las directoras Tatiana Sandoval y Magdalena Yomha y la dramaturga Mónica Salerno, sobre el universo de Silvina Ocampo. “Nuestra idea de acercarnos a sus textos fue para deconstruirlo”, dice Yomha: “Crear a partir de lo que nos inspiró su universo literario”. El proyecto nació fruto de una convocatoria del Fondo Metropolitano de las Artes, que llamaba a investigar sobre tres posibles autores: Ocampo, Roberto Arlt y Cortázar. “Leímos muchísimo”, agrega Sandoval –quien viene trabajando con Yomha desde hace años como actriz y que había sido dirigida por Salerno en Albina–, “sus cuentos y entrevistas, algunos de sus contemporáneos (Borges, Cortázar, Felisberto Hernández), otros autores que ella tradujo (Emily Dickinson, Baudelaire), algunas influencias compartidas, como Lewis Carroll, y materiales que eran familiares o derivados de las entrevistas y de nuestro campo de batalla, que fue el trabajo de mesa: los hermanos Grimm, Flaubert, Wesker, Discépolo, Puig, Bretón y el manifiesto surrealista o libros antiguos de cocina”.

En lo de los Uribe –donde como corresponde abundan los amores prohibidos, los deseos reprimidos y una generosa dosis de perversión y crueldad– se están preparando para la visita de una misteriosa princesa italiana. Los sirvientes trabajan a destajo para dejar todo de punta en blanco, siguiendo las caprichosas órdenes de la señora de la casa. Ahí también habitan niños que juegan a ser niños, esconderse, sentirse monstruos, a morir, mientras sienten el despertar de su sexualidad.

Sin embargo, la paz de ese statu quo de alta alcurnia, pintoresco, socarrón y de lenguaje elevado se ve interrumpida cuando ocurre un robo tan misterioso como la princesa italiana que jamás aparece en escena. Lógicamente, sólo la servidumbre es requisada en busca de la joya perdida. Los cuerpos son desnudados, despojados de sus uniformes (el vestuario como extensión del cuerpo, lugar de identidad y diferencia), humillados. Y eso dispara la huelga: nadie habrá de entrar ni de salir de la casa y ningún sirviente habrá de servir.

Como el orden subvertido, La siesta está dividida en dos: una primera parte, donde el espacio funciona de manera más realista, y otra onírica que, sin embargo, marca y resalta cómo la ilusión de estabilidad natural de la anterior no era otra cosa que una mascarada. El espacio de la casa Fernández Blanco habla, ya que para Yomha, “el universo de la autora puede plasmarse y revivir en esta particular casa-museo. En su literatura, La Casa es territorio de todos los posibles: salones, cuartos, cocinas, patios, desvanes, jardines o parques concatenan entre sus fronteras la inminencia de lo extraordinario”.

Mientras que en la primera parte patrones y sirvientes inte-ractúan en un espacio demarcado y claro que se transita con fluidez, en la segunda éste aparece quebrado; el falso paraíso deviene infierno. “Creo que el pesimismo está dado por los vínculos que se cortan, porque Eudora y Apolonia (dos de los personajes jóvenes y que funcionan como espejo una de la otra) son amigas al principio, pero luego está claro que una es la señorita de la casa y la otra debe tomar el lugar de la mucama, dejan de ser amigas, crecen y eso provoca cierta tristeza...”, dice Salerno. Para Sandoval, “nuestra historia, como la estructura de cualquier relato fantástico, sucede allí donde lo reconocible torna –como en francés, tornar, girar, enloquece–, y ese giro da lugar a lo imposible.”

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