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Sábado, 24 de septiembre de 2011
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LA BERLINESA COMPAÑIA SCHAUBÜHNE (AM LEHNINER PLATZ) ABRE EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE BUENOS AIRES

Siempre habrá una nueva mirada sobre Dinamarca

El espectáculo que se ofrece hoy y mañana en la Sala Martín Coronado combina con criterio lo clásico y lo contemporáneo.

Por Hilda Cabrera
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El príncipe Hamlet no olvida ese “dolor irracional” que deriva del mandato que recibe del fantasma de su padre, rey de Dinamarca, asesinado por su tío Claudio, usurpador del trono al tomar como esposa a la reina viuda Gertrudis, madre de Hamlet. Un enredo de sensualidad y asalto al poder que trastorna al príncipe. La puesta de Hamlet, espectáculo de la Compañía Schaubühne (am Lehniner Platz), de Berlín, que se vio ayer en la apertura de la octava edición del Festival Internacional de Buenos Aires y se ofrecerá hoy y mañana en la Sala Martín Coronado del TGSM, corresponde al alemán Thomas Ostermeir, también adaptador de esta dramaturgia de Marius von Mayenburg, cuyo texto tradujo el actor y director Rafael Spregelburd. Este montaje sobre la creación del inglés William Shakespeare (nacido según fecha no exacta en 1564 y fallecido en 1616) alienta una línea renovadora sobre este autor, paralela a la que tiempo atrás inauguró el teatro británico. En cuanto a formas, combina ropaje actual con elementos de época, micrófonos que los intérpretes utilizan a la manera de un animador y una cámara de video manipulada en vivo que proyecta imágenes a ritmo veloz. Recursos que desarticulan desde lo visual una historia impulsada por una militancia de la venganza que hará correr sangre. La fingida o real locura del príncipe de Dinamarca sigue siendo en esta adaptación motivo del frenesí y decaimiento de este personaje que, prisionero de esa alternancia, marca el ritmo de la tragedia.

En una Dinamarca que a Hamlet se le antoja prisión, así como “repugnante” su entorno personal, el crimen está siempre a punto de ser consumado: se da en el transcurso de un banquete, en un asalto de esgrima o tras una escenificación hecha por comediantes invitados de Hamlet. Una provocación que el príncipe supone que desembocará en la catarsis de los asesinos. Pero madre y tío aparentan no recibir el impacto y no dan pruebas ciertas de culpabilidad. El tío Claudio mantiene esa imagen de atildado tirano que los isabelinos atribuían a los déspotas italianos.

El mandato persiste en este montaje de gran despliegue, donde se destaca la concepción escenográfica de Jan Pappelbaum y el compilado de escenas en las que la traición deforma rasgos. Imágenes que impresionan como fantasías de un Hamlet que, para su defensa, aparenta “perder la cabeza”. Otra será la situación cuando el veneno le nuble el pensamiento. Entonces pedirá al amigo Horacio –a quien los estudiosos de Shakespeare consideran “la mirada del público”– que cuente su historia, que no se pierda, porque tanto crimen le dejará mala reputación.

Respecto de este punto, Ostermeir, de la dirección artística de la Schaubühne, ha declarado que el príncipe no es un alma pura sino un “enviciado”, como los otros personajes de este drama, asumidos aquí por cinco intérpretes que componen, cada uno, dos roles. La excepción es Lars Eidinger, quien se remite a su papel de Hamlet. Lo acompañan Urs Jucker, Judith Rosmair, Robert Beyer, Sebastian Schwarz y Stefan Stern. Con esa dualidad se pretende reforzar la idea de que en esta historia –y por extensión, en cualquier otra del presente– resulta difícil “distinguir entre amigos y enemigos”. El recorte de personajes (un rompecabezas) marca el tono de una declaración del director respecto del placer que le proporciona “jugar con la mitología” en la que se ha instalado a esta obra desde tiempos lejanos, y “manipular” –se entiende que artísticamente– sobre las ideas que los espectadores se hayan formado respecto del turbado príncipe de Dinamarca, forzado a cumplir el mandato de su padre. La intención es “crear algo diferente”.

Cuando en el tramo final de este montaje (que dura 165 minutos) se declama la frase “El resto es silencio” (una de las más trajinadas de esta tragedia, que cuenta con infinidad de versiones, incluidas las hechas en vida del autor), es probable que el público reflexione a gusto sobre este espectáculo, estrenado en 2008 en los festivales de teatro de Atenas y Aviñón, y que, luego de las funciones de hoy y mañana, hará dos presentaciones en Santiago de Chile. El enigma Hamlet no acaba en los “desajustes psicológicos” señalados por los estudiosos. Ostermeir –director de otras piezas de Shakespeare como Otelo, Sueño de una noche de verano y Medida por medida– pretende bastante más a través de las imágenes de video, de los gestos explotados hasta el paroxismo y las acciones físicas. Porque el cuerpo es transmisor necesario al momento de formular interrogantes, elaborar metáforas que universalicen el texto y trocar una situación dramática en cómica. Un ejemplo es la torpeza del sepulturero en el entierro del rey. La complejidad de la figura de Hamlet inspira y renace en viejas y nuevas preguntas. Todavía se discute sobre el repentino maltrato del príncipe hacia la joven Ofelia, la actitud del tío usurpador y de Gertrudis frente a la torturante pantomima de los actores y el lábil comportamiento de Hamlet, un “enviciado” o un justiciero que cayó en la trampa.

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