Imprimir|Regresar a la nota
Martes, 27 de marzo de 2012
logo espectaculos
Salo Pasik protagoniza El contrabajo, de Patrick Süskind, en el Teatro Auditorio Losada

La imposibilidad como motor vital

El actor, bajo la dirección de Carlos Alberto Gómez, le da vida al contrabajista de una orquesta que identifica en su instrumento la suma de sus frustraciones. “El contrabajo es el alter ego de este señor que vive solo y aislado en su mundo de fantasía”, asegura.

Por Hilda Cabrera
/fotos/espectaculos/20120327/notas_e/na36fo01.jpg
“El texto de El contrabajo es invasivo, pero con humor”, afirma Salo Pasik.

La música es un secreto que cuanto más se intenta penetrar y cuanto más se devela “menos posible es decir de ella algo definitivo”. Así lo entiende el personaje de El contrabajo, quien, aun admitiendo esa cualidad, quiere destruir el instrumento: “... lo voy a matar, ya lo verán, un día lo voy a matar...” Sucede que el hombre padece la rutina de una orquesta estatal, donde cree que su función no es valorada. De todas formas, se mimetiza con ese contrabajo que es su medio de vida y el compendio de sus frustraciones. Con este soliloquio creado por el escritor alemán Patrick Süskind, el actor Salo Pasik –dirigido por Carlos Alberto Gómez– abre un nuevo ciclo teatral en el remodelado Teatro Auditorio Losada (ex Teatro del Nudo).

En diálogo con Página/12, el actor reconoce que a ese hombre en crisis no le faltan verdades. Abroquelado en su habitación, el contrabajista da cuenta de vivencias que enlazan con fragmentos de composiciones de Brahms, Mozart y Schubert. Su monólogo preludia una salida, pues su obligación es presentarse en el teatro y cumplir con esa orquesta que aborrece, harto de pasar inadvertido y comprobar que lo suyo es rutinario. Sus verdades, dichas a veces con amargo humor, apuntan a su métier. Pasik recuerda haber visto escenas de esta obra que años atrás protagonizó Héctor Bidonde. “Teníamos nuestras respectivas escuelas en el mismo edificio de La Paternal”, cuenta. Por eso, cuando Gómez (director de Obsesiones detrás del espejo, de Susana Gutiérrez Posse y Alejandra Varela, y No hay que llorar, de Roberto Cossa) le alcanzó el texto, sintió entusiasmo y miedo al mismo tiempo: “Jorge había sido asistente en aquel estreno de Bidonde que dirigió Rubén Szuchmacher y tenía los derechos de la obra. El monólogo es muy atractivo pero tremendamente difícil”, resume.

–¿Conocía otros textos de Süskind?

–Había leído la novela El perfume en las mejores condiciones, porque en ese momento me encontraba en Venecia. Me fascinó el retrato de un mundo de absoluta soledad y la manera de conformar el carácter del personaje de Grenouille. Con este otro de El contrabajo, siento una fascinación parecida, diría que peligrosa, porque hablando con mi mujer, Silvia Vladimivsky (coreógrafa, bailarina y docente), tuve conciencia de que me estaba expresando como el personaje. Además, nunca antes estuve solo en el escenario, y esa es una gran diferencia.

–¿Relaciona al contrabajista con Grenouille?

–En ese mundo de soledad, la diferencia con el protagonista de El perfume es que éste, más allá de sus características particulares, salía de su ámbito. En cambio, el contrabajista prefiere quedarse en su habitación. Su itinerario es “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”. Süskind tampoco da indicaciones sobre el personaje ni lo identifica con un nombre.

–¿Qué opina del paralelo entre orquesta y sociedad como estructura jerarquizada?

–Es evidente que se está refiriendo a una sociedad como la alemana. Esto dio lugar a un modo de trabajar el texto, incluida la duración de la obra, porque el público alemán puede escuchar una disertación sobre música durante horas: es parte de su idiosincrasia. En esta puesta destacamos las formas a las que este personaje recurre para poder sobrevivir en esa soledad, simbolizada por una habitación aislada acústicamente para que no salgan ni entren ruidos del exterior. El autor no nos dice cómo es exactamente el personaje, de manera que la obra termina siendo creación de cada uno.

–Más allá de la idiosincrasia de cada grupo social, las observaciones sobre los músicos interesan, se ajusten o no a la realidad.

–Por lo que sé, no son inventos. Un contrabajista del musical Hairspray, donde trabajé, me dijo que las situaciones que vive el personaje son reales. Lo mismo sostiene el instructor de contrabajo que tenemos en la obra, Pablo Vázquez, que toca tango pero tiene formación clásica. Esas frustraciones son comunes a todas las sociedades, también entre nosotros, con nuestras efervescencias.

–¿Convertir a un objeto, aquí el contrabajo, en una especie de otro yo, como sucede en la obra, da lugar a actitudes drásticas?

–Absolutamente. El contrabajo es el alter ego de este señor que vive solo y aislado en su mundo de fantasía. Leí que a Süskind le encanta escribir estas historias en habitaciones pequeñas y que él mismo quisiera vivir en habitaciones cada vez más chicas, que lo contengan tan estrechamente que al salir pudiera llevársela a cuestas. Y creo que en El contrabajo lo consigue, porque el texto es invasivo, pero con humor.

–¿Se puede hablar de rebeldía ante ese otro yo? Por ejemplo, por el deseo del personaje de gritar en medio de un concierto y renunciar a un trabajo estable, que no lo gratifica y al parecer va en contra de la posibilidad de enamorarse.

–Una frase define ese estado: “Siempre necesito una mujer que no consigo”. ¿A quién no le ha pasado necesitar algo que le resulta imposible obtener? Esa imposibilidad, creo, y no la utopía, es el motor de la existencia.

© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados

Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.