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Viernes, 30 de marzo de 2012
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ENRIQUE DACAL DIRIGE JUDITH, OBRA DE JORGE PALANT

Sobre las relaciones forzadas

La pieza presenta el encuentro, veinte años después, entre un captor y su secuestrada durante la dictadura. A partir de un contrapunto con la Judith bíblica, el director relativiza los modelos que habitualmente asumen personajes de víctimas y victimarios.

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“La Judith bíblica cobra venganza, la nuestra se arriesga a que su sociedad administre justicia.”

Obra escrita por el dramaturgo y psicoanalista Jorge Palant, Judith narra un encuentro inquietante: luego de veinte años, una víctima de la dictadura militar se reúne con el que fue su captor, un hombre con el cual decidió entablar una relación erótica, como una manera de soportar su cautiverio. “Es una obra que intenta ahondar en reflexiones sobre las consecuencias de esas relaciones forzadas y asimétricas”, afirma Enrique Dacal, director de la puesta que acaba de ser montada en Tadrón Teatro (Niceto Vega 4802). Opina además, que esta pieza, que realiza un contrapunto con la historia de la Judith bíblica, tiene un desarrollo que excede lo arquetípico porque relativiza los modelos que habitualmente asumen personajes de víctimas y victimarios. El elenco está integrado por Alejandra Colunga, Daniel Dibiase y Dora Mils. La música original pertenece a Pablo Dacal, el vestuario y la escenografía, a Jorgelina Herrero Pons.

–El llamado Síndrome de Estocolmo entraña contradicciones difíciles de admitir. ¿Por qué cree que el autor construyó su pieza a partir de un caso de esa naturaleza?

–Deseamos vivir por sobre todas las cosas; más allá de los niveles de nuestro desarrollo intelectual. El impulso erótico es el impulso de la vida y, en situaciones realmente extremas, es la única posibilidad de sobrevivir al terror e, incluso, de tentar el heroísmo. El Síndrome de Estocolmo entraña contradicciones, más que difíciles de admitir, imposibles de ser identificadas y razonadas. En tal crisis, la tensión entre el sometedor y el sometido, la posibilidad de reflexión siempre es sobrepasada por el vértigo de la acción. Pienso que, para Palant, un caso como el que desarrolla en Judith ha sido una tentación dramática difícil de resistir.

–¿Qué ideas potencia?

–La venganza, la justicia, el dolor que puede significar el tratar de transitar esta vida como seres éticos.

–¿Entra en esta historia la idea de un destino trágico?

–Rebusco a Aristóteles en mi cabeza y pienso que el del represor es un destino trágico: El que la hace la paga. El que la hace tiene que saber que, más tarde o más temprano, la pagará. Respecto de la heroína, Judith, la tragedia reserva para ella el carro triunfal, el “deus ex machina” que la salva por sobre las miserias.

–A pesar de que hay obras que, como ésta, convocan a un público que tiene un perfil ideológico determinado, ¿cree que algunos aspectos del discurso de Aranda son capaces de desatar en él algún acuerdo o coincidencia?

–Hace poco leí en un artículo periodístico que se hacía referencia a Videla como alguien mucho peor que un “psicópata asesino”: un hombre normal. Palant ha retratado a Aranda, el personaje del represor en Judith, como un hombre normal, con todo lo que ello implica. De un hombre normal puede esperarse cualquier cosa, literalmente. Esta es la cuestión que busca la empatía con el espectador, el temible espejo que nos muestra que ese personaje que nuestra determinada ideología nos muestra como el enemigo es, a fin de cuentas, inquietantemente parecido a cada uno de nosotros.

–¿Cuál es el contrapunto que el autor elabora entre la Judith protagonista de la obra y el personaje bíblico?

–La Judith bíblica cobra venganza y alecciona a su pueblo. La Judith de nuestra historia se arriesga a que su sociedad administre justicia.

–¿Por qué no se ejecuta la venganza?

–La venganza es el placer de los dioses. Es decir, parecería casi un deporte de elite. Sólo trae como consecuencia otras venganzas. No se llega a ningún lado. Judith es sólo un ser humano que, con dolorosas lecciones de la vida, ha evolucionado hasta identificarse con un consecuente apotegma revolucionario: No hay salvación si no es con todos. La Justicia permite la vida en común. La venganza sólo promete saltos individuales de sombra en sombra.

–¿Cuál es el rol de Melissa?

–Melissa, el tercer personaje, es la memoria. No el entendimiento, no la conciencia, solamente la memoria y nada menos que eso. Melissa es el eslabón familiar que ha permanecido incólume y sin cuestionamientos; es el refugio y la piedra angular a la cual será posible volver si la travesía es adversa.

–¿Por qué dice que el desarrollo de la obra va más allá de lo arquetípico?

–El texto relativiza arquetipos para construir la obra. Es decir, Aranda y Judith no representan esos modelos de ser y actuar propios del victimario y de la víctima. Podemos decir: no son ideas que se mueven en escena; son seres con carne, hueso y sentimientos.

–De allí que sea ésta una obra que busca generar identificación en su público.

–Sí, porque sus personajes son iguales a nosotros y a nuestro “grupo de familia”. Eso es lo inquietante. No abundan, en la dramaturgia nacional, textos que combinen la crudeza histórica, el contenido dramático y la reflexión sobre un tema tan sensible de nuestra historia reciente. Judith es un material teatral, generado e inmerso en el actual momento social, que necesita ser transitado y exhibido de manera urgente. Junto a los actores y a todo el equipo realizador, nos hemos propuesto esta tarea artística y también militante.

* Judith, domingos a las 18 en Tadrón Teatro (Niceto Vega 4802).

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