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Sábado, 19 de mayo de 2012
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LA REAPERTURA DE LA MITICA SALA EL PICADERO

Esas cosas que el fuego de la represión no pudo destruir

Los teatristas Tito Cossa y Luis Brandoni y el empresario Sebastián Blutrach cuentan sus sensaciones ante esta nueva era para la sala del pasaje Enrique Santos Discépolo, que levantará el telón con Forever Young, dirigida por Daniel Casablanca.

Por Paula Sabatés
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La sala reabrió en 1991, pero duró poco tiempo, y estuvo a punto de ser demolida en 2007.

Es muy fuerte entrar en un espacio que respira historia (viva). Más todavía si estuvo tapado durante muchos años y ahora intenta resurgir de las cenizas como nunca antes, con toda la fuerza de voluntad humana que eso implica. Esta es la historia del Teatro Picadero, la sala que en 1981 fue la primera sede del grito de liberación que significó el movimiento Teatro Abierto, hasta que en ese mismo año fue destruida por un incendio que intentó callar aquellas voces que decían que la Argentina dictatorial no estaba bien. La misma que este martes a las 18.30 reabrirá sus puertas para ser lo que nunca tuvo que haber dejado de ser: una sala de teatro para la gente. El encargado de la reinauguración es el empresario teatral Sebastián Blutrach, quien asumirá la coordinación de El Picadero –así su nuevo nombre– y cortará la cinta inaugural junto a personalidades destacadas de la cultura como Roberto “Tito” Cossa, presidente de Argentores; Carlos Ro-ttemberg, titular de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales, y el ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi, quien colabora con el proyecto.

La historia

Ubicado en el Pasaje Enrique Santos Discépolo 1843 (ex Coronel Rauch), el edificio de El Picadero fue construido en 1926 como una fábrica de bujías. Su particular fachada veía deambular a la mítica locomotora La Porteña, que hoy se exhibe en el Museo de Luján y que hizo del pasaje el primer tramo ferroviario que recorrió Buenos Aires. Unos años más tarde, a fines de los ’70, el director Antonio Mónaco y la joven actriz Guadalupe Noble, una promesa del teatro que había surgido de sus talleres, fundaron en ese espacio el emblemático teatro con la idea de concebir un espacio artístico no convencional que rompiera con el modelo clásico del teatro “a la italiana”. El 21 de julio de 1980 subieron el telón con La otra versión del Jardín de las Delicias, inspirada en La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe. Pero pese a las alegrías, el teatro tendría corta vida.

Fue el carácter independiente de esta sala lo que hizo que en 1981 el movimiento cultural Teatro Abierto eligiera ese espacio para plantarse en acción. Se trató de una manifestación que agrupaba a dramaturgos, directores, escenógrafos, técnicos de la escena y actores, reunidos bajo iniciativa del fallecido dramaturgo Osvaldo Dragún. Querían demostrar en plena dictadura que, pese a los intentos por acallarlo, el teatro argentino todavía existía. Así crearon 21 obras breves de autores nacionales o nacionalizados que ofrecían cada tarde a las 18, antes de los espectáculos que conformaban la programación habitual del teatro.

A la semana de empezadas las funciones, en la madrugada del 6 de agosto, un atentado intentó silenciar todas esas voces que reaccionaban contra la violencia del gobierno de facto. Alguien colocó debajo del escenario bombas incendiarias que rápidamente provocaron un incendio y la destrucción casi total del teatro. Sólo se salvaron la fachada –hoy casi intacta– y un viejo vestuario. Teatro Abierto tuvo que mudarse al Tabarís. Por su parte, el Teatro Picadero quedaba sumergido en el polvo y las cenizas. Y así lo estaría por varios años más.

La tercera es la vencida

El de Blutrach no es el primer intento por reabrir la sala. En julio de 2001, tras varios años de funcionar como estudio de grabación de programas televisivos, El Picadero (fue ahí que adoptó su actual nombre) abrió sus puertas bajo la dirección artística del actor y director Hugo Midón e inversión del empresario Lázaro Droznes, que había adquirido el edificio en 1991. Pero la inminente crisis económica también retumbó en las paredes del teatro y la sala sólo vio la luz por unos meses, hasta volver a quedar anclada en ese reducto que une Corrientes con Callao.

En 2007 el lugar sufrió otro revés. Un fotógrafo que venía siguiendo la obra del italiano Benjamín Pedrotti, el arquitecto que diseñó la estructura edilicia, advirtió a la ONG Basta de Demoler que el edificio tenía colgado carteles que indicaban una orden de derrumbe. Tras presentar una acción de amparo ante la Justicia de la ciudad de Buenos Aires y luego de una concurrida asamblea frente al teatro, de la cual participaron artistas de todo tipo, la comunidad artística y la comprometida ONG lograron detener la demolición. El dueño del lugar, el inversor Ernesto Lerner, asumió entonces el arreglo del teatro y contrató al arquitecto Roberto Fischman y al escenógrafo Héctor Calmet. Luego de unos meses, al evaluar costos y beneficios y darse cuenta de que lo suyo no era la administración teatral, Lerner pasó el mando a Blutrach, que hasta fin de año también será el responsable del Teatro Metropolitan.

Hoy El Picadero cuenta con una gran sala color violeta que alberga 295 butacas distribuidas en forma semicircular, como en un anfiteatro, e importantes sistemas de sonido e iluminación. Además, en la planta baja habrá un espacio gastronómico temático al que Blutrach espera convertir en “un espacio de intercambio para la gente de teatro”. Y la terraza, que tiene aires del emblemático patio central del Teatro El Globo, de Londres, se destinará para usos múltiples.

“El Picadero no es otro teatro más, pero no me puedo hacer cargo de las expectativas de los demás, de todas las miradas que hay puestas sobre él”, dice el empresario. “De todos modos, siento que hay una simpatía general porque sea yo quien lo reabra y no otro productor, por la calidad de los espectáculos con los que trabajo, que conjugan a la mayor parte de la comunidad teatral ideológicamente representada.” En la inauguración formal del martes, la fotógrafa Julie Weisz expondrá su serie de imágenes de Teatro Abierto y habrá discursos de Cossa y Rottemberg, emblemas del movimiento, entre otros. Pero Blutrach aclara que será sólo un homenaje. “Me interesa revalorizar la historia para construir a partir de lo nuevo. Si bien habrá un recuerdo sobre Teatro Abierto, creo que no tiene sentido instalar al Picadero en 2012 como un espacio de teatro ideológico porque hoy la ideología de los textos pasa por otro lado, por el compromiso, por la calidad. Por eso se va a recordar lo que fue, pero el espacio va a seguir haciendo su camino”, argumenta.

De todos modos, para Luis Brandoni, también miembro de Teatro Abierto, “es muy auspicioso contar con una nueva sala en Buenos Aires, sobre todo con ésta, que se convirtió en un símbolo de la falta de libertades durante la dictadura”. El actor dice incluso que le gustaría volver a hacer Gris de ausencia, con Pepe Soriano, en ese escenario. Cossa coincide y, además de resaltar la recuperación del espacio como hecho histórico, destaca “el importante valor arquitectónico” que se rescata con este proyecto.

A subir el telón

Si bien la reapertura formal del espacio tendrá lugar el martes, habrá que esperar una semana más para que se inaugure la oferta teatral de El Picadero. La gran apuesta de Blutrach será la comedia musical noruega Forever Young, que tras una gran temporada en España llega a Buenos Aires con dirección del Macoco Daniel Casablanca, dirección musical de Gaby Goldman y coreografías de Elizabeth de Chapeaurouge. El espectáculo, coproducción de Blutrach y Pablo Kompel, irá de miércoles a domingo y formarán parte del elenco los actores Omar Calicchio, Martin Ruiz, Melania Lenoir, Germán Tripel, Gimena Riestra, Ivana Rossi, Walter Canella y Andrea Lovera.

“Para mí es una emoción inmensa ser quien inaugure el teatro. Todo el elenco tiene una energía plus por lo que significa abrir una sala con la historia que ésta tiene, con lo que significa para la historia del teatro nacional”, cuenta entusiasmado Casablanca, que sostiene que si bien la comedia musical de humor no es un género muy común dentro de la escena loca, las expectativas con respecto al espectáculo son las mejores “porque tiene muchísima calidad”. Blutrach, por su parte, señala que “la inversión del proyecto me lleva a armar un espectáculo central que tenga un espíritu recaudatorio más amplio, con la estructura típica de los teatros comerciales. Después, la idea es armar y jugar con proyectos diversos, darme los gustos de tener obras de mayor experimentación a las que no les pondré la presión de la recaudación”.

Cossa y Brandoni confiesan a Página/12 que les hubiera gustado que El Picadero reabriera su temporada con alguna obra de texto de un autor nacional como espectáculo central, “no por chauvinismo, sino como señal”, según afirma Cossa, para quien lo ideal hubiesa sido estrenar “incluso con una obra contemporánea”. Pero Brandoni dice que no le sorprende: “Si uno revisa la cartelera entiende la decisión de Sebastián, porque en este momento están todos los teatros comerciales en funcionamiento y sólo hay dos espectáculos de texto de autores argentinos en cartel”.

Al respecto, el productor responde que “en El Picadero se harán autores nacionales siempre que haya proyectos interesantes”. Y pone como ejemplo Los hijos se han dormido y Espía a una mujer que se mata, dos versiones de Daniel Veronese sobre La Gaviota y Tío Vania, de Antón Chejov, que se darán en la sala los lunes y martes. Completarán la cartelera del teatro La historia del señor Sommer, un unipersonal en el que Guillermo Ghío dirigirá a Carlos Portalu-ppi, y Simplemente Concha, con Noralih Gago, que irá los viernes y sábados a la medianoche. El menú incluye espectáculos infantiles y, según confiesa Blutrach, la idea es que en un futuro El Picadero reúna a todas sus producciones, que hoy se encuentran distribuidas en otras salas: “Lo mejor que le puede pasar a este teatro es seguir siendo teatro”.

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