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Domingo, 27 de mayo de 2012
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EL LOCO Y LA CAMISA, UNA PUESTA DE NELSON VALENTE

Emergente de una familia disfuncional

La obra pasó sin escalas del sur del conurbano bonaerense a Barcelona, y ahora se la puede ver en El Camarín de las Musas. El espectáculo pone de manifiesto distintas formas de violencia y el modo en que “el loco” desenmascara mentiras ocultas.

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Valente coordina la Compañía Banfield Teatro Ensamble. El loco... va los domingos a las 17.

Una familia del sur del conurbano bonaerense pone al descubierto sus debilidades. Un padre que no logra comunicarse con su esposa e hijos. Un “loco” que constantemente intenta desenmascarar mentiras familiares, que están ocultas como secretos prohibidos. De eso se trata El loco y la camisa (domingos a las 17 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960), una puesta realista del dramaturgo y director Nelson Valente, que pone en escena lo que sucede en el espacio privado. Es que la historia transcurre en el lugar más íntimo en la vida de la gente: la propia casa. La puesta desnuda la caótica cotidianeidad de esta familia disfuncional, que atraviesa la falta de diálogo, el desinterés por el otro, el maltrato, es decir las distintas caras de la violencia. “Los temas son excusas para hablar de los vínculos entre los personajes. Más allá del texto, para mí es más interesante lo que sucede en los cuerpos y en las relaciones”, cuenta el joven director a Página/12.

Protagonizada por un elenco formado por Julián Paz Figueira (el hijo), Lide Uranga (la madre), Ricardo Larrama (el padre), Soledad Bautista (la hija) y José Pablo Suárez (el novio), la obra construye personajes arquetípicos y pone la lupa en los vínculos de esta familia que intenta todo el tiempo ocultar a su hijo, el “loco”, que trata de sacar a la luz las verdades encubiertas. “Se trata de desenmascarar mentiras. Y ése es el rol del personaje que hace del loco, que piensa que es un justiciero. Y la manera que él tiene de hacer justicia es justamente desenmascarar. Todo el tiempo está poniendo de manifiesto las verdades. Y, por otro lado, está el empeño de la familia por esconder la verdad, sin importar lo que pase”, explica Valente.

Una de las particularidades de la obra es la ubicación de los espectadores en la sala. Sentados en forma circular, dentro del espacio de la representación, se ven involucrados con lo que sucede en la casa, como si estuvieran realmente dentro de ella, formando parte de esa historia. Por medio de la proximidad de los espectadores con los actores se busca profundizar el desarrollo de la pieza en torno de una estética naturalista. “Mi idea era que el espectador sintiera por muchos vértices la violencia que se vive dentro de esa casa. Y la idea fue también que el espectador se sintiera como cuando va a la casa de alguien a cenar y la familia se empieza a pelear y uno no sabe qué hacer. Quería que sintieran esa incomodidad de estar presenciando una cosa muy íntima”, explica Valente, que coordina la Compañía Banfield Teatro Ensamble, integrada por un grupo de notables actores del sur del conurbano.

Además de poner de manifiesto las distintas formas de la violencia (verbal, física y simbólica) que vive esta familia y los vínculos que se establecen entre ellos, a Valente le interesa trabajar sobre el concepto de la locura. Por eso, el personaje que supuestamente está loco es el más sensato y reflexivo, porque a fin de cuentas es quien intenta llegar a la verdad cueste lo que cueste. “Vivimos en una sociedad demente, en la que está todo mal; entonces, cualquier cosa que llamemos ‘locura’ es lo más parecido al sentido común”, reflexiona el director.

–¿Qué quiso lograr con esta disposición de los espectadores?

–Buscamos involucrarlos, no desde la palabra, pero sí desde la sensación. Quisimos que el espectador sienta, durante la hora que dura el espectáculo, cómo solapadamente se va generando esta situación de violencia. El público en general nos cuenta que todo el tiempo está con la sensación de que debería estar participando o con ganas de pararse para frenar la escena o decirle algo a algún personaje. Y muchas veces, cuando termina la obra y salimos a la puerta recibo muchos abrazos con llantos, como si no hubiese sido una obra de teatro. A algunas personas les cuesta mucho salir de la sala cuando termina la obra. El final de la obra es muy interesante porque al estar los espectadores iluminados se ve cómo van cambiando las caras. La obra hace todo el tiempo que subas y bajes.

–¿Por qué le interesó hablar de la locura?

–Me interesa que vos de verdad te creas que eso que estás viendo es una familia. Adentro de esa familia hay un emergente que de alguna manera encarna la locura familiar y la pone de manifiesto. Todos esos personajes están medios tocados y hay uno que lo muestra de manera verdadera. Esa familia supuestamente vive según los cánones sociales: el interés por el dinero, las apariencias, la mentira. Y eso es lo que consumimos a diario.

–¿Los actores aportaron su mirada en la construcción de los personajes?

–Por un lado, buscamos hablar de la incomunicación desde la primera escena, en la que la mujer le habla al marido y él responde cualquier cosa. Y hay mucho laburo de los actores en el trabajo. Con ellos trabajamos cada una de las escenas y ellos las interpretaban y yo las reescribía. Y así estuvimos tres meses hasta que llegamos a esto. Colaboraron desde la dramaturgia con cosas que ellos traían o situaciones que habían vivido y la fuimos armando entre todos. Y después todos nosotros decíamos “ésta es mi familia” (risas).

–Llevaron la obra a España. ¿Cómo la recibió el público?

–Pasamos del sur del conurbano a hacer funciones en Barcelona. Y eso fue muy fuerte, porque la obra es muy argentina y muy localista. Habla de una familia de la zona sur del Gran Buenos Aires. Cuando llegamos a Barcelona nos preguntábamos si la gente iba a entender la obra. Y el público catalán se identificó más con la obra que el público de Banfield. En Cataluña se generó algo muy fuerte. Hicimos funciones en un festival y después nos quedamos haciendo funciones en Nau Ivanow, un teatro independiente (en Barcelona). Y teníamos una aprobación geométrica. En la primera función eran sesenta personas y en la segunda noventa y así. En España, nos dimos cuenta de que no era una obra localista, que podía funcionar en distintos lugares. En cada función teníamos a todos aplaudiendo de pie, nos esperaban afuera y nos decían que estaban muy identificados con el espectáculo porque el teatro de allá no es tan realista.

Informe: María Luz Carmona.

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