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Domingo, 3 de junio de 2012
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FRANCISCO JAVIER Y SU VERSION DE EL ESPECULADOR, DE BALZAC

“Todos los personajes están embarcados en alguna mentira”

El director guardó el texto de esta obra –una de las pocas piezas teatrales del escritor francés– durante 50 años. Escrita en 1840, tiene pasajes “actuales”, en tanto aborda la ebullición económico-financiera que experimentaba el mundo por entonces.

Por Paula Sabatés
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Francisco Javier estrena El Especulador hoy en la Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín.

“Siempre me despertaron una gran curiosidad los textos dramáticos que no responden a los cánones de la época en la que fueron escritos. Me pregunto por qué un autor propone un texto que quiebra con lo que es común en su tiempo.” Así empieza la entrevista que Página/12 le propone al teatrista Francisco Javier a propósito de su versión de El Especulador, una de las pocas obras dramáticas de Honoré de Balzac, que estrena esta noche en la Sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín. La pieza, que Javier también tradujo y adaptó, fue escrita en 1840, aunque tiene pasajes que pueden convertirla perfectamente en una creación actual. Aborda la ebullición económico-financiera que en ese entonces experimentaba el mundo y la representa fundamentalmente a través del personaje central, el del refinado Mercadet, un especulador al borde de la bancarrota que utiliza todos sus recursos para engañar y mantener de su lado a sus acreedores.

Tal es la avidez de Mercadet –encarnado por Daniel Fanego–, que inventa a un supuesto socio en la India, un tal Godeau, a quien echa la culpa de sus deudas y con cuyo pronto regreso intenta mantener tranquilos a sus prestamistas. Llega, incluso, a ignorar la voluntad de su hija, enamorada de un “pobre obrero”, y a querer casarla con un hombre al que cree rico y considera su salvador (aunque en realidad es todavía más pobre que él). Hacia el final, milagrosamente, y aunque Mercadet no pueda creerlo, la figura de Godeau aparece para salvarlo de la mano del yerno que rechazaba y al que lógicamente termina por aceptar.

Ambientada en la refinada París de los ’50, tanto por la escenografía como por los lujosos trajes de todos los personajes, la Cunill Cabanellas transforma su espacio para esta puesta. El clásico sistema de butacas enfrentadas al escenario se triplica, de modo que los espectadores quedan distribuidos en tres de las paredes de la sala (la que resta se cubre de papel estilo francés para servir de pared de fondo de la casa de Mercadet). Esa distribución es posible dado que las escenas no tienen un frente determinado como en las puestas a la italiana sino que los actores utilizan el espacio de manera variada, entrando y saliendo desde distintos ángulos.

Profundamente crítica de la sociedad burguesa de aquella Europa revolucionada y del sistema económico que empezaba a configurarse, El Especulador (Le Faiseur, en francés) también se ocupa de otros temas como el amor, la paternidad, la amistad y, fundamentalmente, de la banalización que de ellos hace el dinero. Las configuraciones del mundo que Balzac pone en cada uno de los personajes describen el pensamiento de una época, pero también el inicio de una tendencia que luego se expandirá por el mundo occidental.

–¿Por qué pone en escena El Especulador?

–Cuando en 1957 viajé por primera vez a París para estudiar puesta en escena vi todas las puestas que pude. Entre ellas, El Especulador, en el Théâtre National Populaire, con Jean Vilar como Mercadet. En ese momento el espectáculo me resultó curioso pero no extraordinario. De todos modos compré el texto de la obra, que tuve en mi biblioteca por cincuenta años. Siempre me decía a mí mismo que tenía que hacer la traducción y proponerla, pero por algún motivo lo posponía. En un momento dado la retomé y la obra me pareció maravillosa.

–¿Qué fue lo que le atrajo?

–Me deslumbró su lenguaje, me sorprendió mucho. Balzac me maravilla en general. Sus propuestas son siempre muy fuertes porque presentan temas cotidianos pero en un nivel más alto. Y de esta obra en particular me interesó la concepción de la vida que tiene Mercadet. En esa concepción está presente Balzac con toda su fuerza.

–¿El haber hecho la traducción de la obra lo acercó de otra manera a la estructura dramática?

–Sí, absolutamente. Y descubrí que es muy curioso cómo escribe Balzac. Tiene interlineados y una serie de expresiones que corresponden a un cierto nivel poético y no al estilo del teatro realista, que sí utilizó para hacer sus novelas. Las situaciones dramáticas de las obras contemporáneas a El Especulador están enlazadas unas con otras y crean puentes para que estas relaciones se vean claramente. Pero Balzac echa eso por la borda y en cambio usa un lenguaje muy cinematográfico, que tiene un enorme encanto. Entran y salen personajes corriendo simultáneamente. Y esa es una hermosa manera de encarar el escenario.

–¿Por eso diseñó la sala de tal manera que se vea lo ocurrido en escena desde tres laterales diferentes?

–Sí, a mí esta sala me gustaba mucho porque permitía hacer eso. Desde el comienzo bauticé el espacio como “peatonal de la simulación”. Peatonal porque es una obra que no permite que los actores se sienten. Están urgidos, tienen cosas por solucionar y por eso andan de aquí para allá constantemente. De simulación porque todos ellos están embarcados en alguna mentira, y eso se evidencia desde la primera escena.

–Casualmente, a propósito de esa puesta de Vilar que menciona, Roland Barthes escribió un gran ensayo sobre El Especulador. Allí sostiene que su desenlace es “falsamente moral” y que no cambia nada porque Mercadet sigue siendo “inquietante”. ¿Está de acuerdo?

–Absolutamente. Mercadet es muy astuto, juega con la avidez de los acreedores y, por más que se proponga encarar una nueva vida, siempre será un especulador de la alta burguesía. Godeau de alguna manera es su salvación, por eso a la última parte de la obra la denominé “Deus ex Machina”.

–¿Introdujo cambios en su versión con respecto al texto original?

–El texto traducido es fiel al cien por ciento. En lo que sí introduje grandes alteraciones es en la adaptación para la puesta. Tuve que suprimir varias partes porque la obra era muy larga y como estaba duraba tres horas. También reordené las escenas. En la primera, por ejemplo, los acreedores de Mercadet están juntos y yo los presento separados, entrando a la sala en distintos momentos para mostrar cómo este hombre es acosado a cada rato. Me interesa que ponga esto en la nota, porque hay mucha gente que luego de ver los ensayos me dice que hay algo de mi cosecha en la obra. ¡Y la verdad es que no! Todo lo que dicen los personajes, aun si tiene que ver con la situación actual del país, es cien por ciento de Balzac. Por ejemplo, cuando Mercadet dice que un político llega al poder no por lo que sabe hacer sino justamente por todo lo contrario, hubo quienes me dijeron que ese fue un guiño mío en referencia a la actualidad. Pero esas sutilezas también son de Balzac. Por eso es profundamente vigente su obra.

–Y eso que si bien en su época ya existía el mercado de valores, no llegó a ver el crac del ’29 ni los grandes acontecimientos financieros que ocurrieron en los siglos XX y XXI...

–Y es que, como dijo Barthes, es profética su visión en El Especulador, porque empieza a presentar como tema la especulación ya no sobre los bienes sino sobre los papeles que representan los bienes. Sabía el muchacho. El mundo estaba cambiando y en esa época en París ya se condenaba por deudas, te iba a buscar un controlador especial a tu casa y te llevaba a la cárcel. Y Balzac sabía de eso, sabía lo que era la bancarrota. De hecho escribió teatro tratando de ver si podía salir de su situación económica. Como suele suceder, tuvo éxito, le fue bien, pero no ganó nada de dinero.

–Dijo hace un tiempo en una entrevista a este diario que en Buenos Aires no había barreras para hacer teatro. ¿Lo sigue sosteniendo?

–Totalmente. Basta con observar la cartelera. Y yo además tengo otro termómetro como miembro del Fondo Nacional de las Artes. Allí veo cómo se presentan por año más de 200 pedidos de subsidios para todo tipo de obra que se te pueda ocurrir. Hay cosas muy interesantes y otras muy aburridas. Muchas obras para niños y también obras obscenas. Eso me parece curioso, porque uno puede hacer lo que se le antoje pero no puede presentar cualquier cosa a una institución oficial.

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