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Martes, 10 de julio de 2012
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Leonor Manso, Claudia Tomás y Alberto Muñoz presentan La voz de la sirena

“Hay en la obra temas que nos tocan a todos”

La directora, la actriz y el autor hablan de la pieza que sube a escena en el Centro Cultural de la Cooperación y que, a través del retrato de una mujer policía (un personaje atípico para la escena teatral porteña), se refiere a la soledad y el sometimiento.

Por Hilda Cabrera
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Con La voz de la sirena, Manso, Tomás y Muñoz vuelven a trabajar juntos después de la experiencia de Antígonas.

Betty era la niña “chúcara” de la escuela, y sus santos, Pacualito Pérez, Nicolino Locche y el Mono Gatica. A ellos rezaba para que la sacaran de la pobreza y su mamá no acabara golpeada por su padre. De la madre, siempre lastimada, le quedó el gusto por el canto, y del padre, aficionado al boxeo, el recuerdo del grito furioso: “Matalo, dale, matalo”. Cuando esto sucedía, escapaba al baño para vomitar. Aquella violencia la hacía fantasear con un Ringo Bonavena que la sostenía con un “vamos, piba, vamos, esto recién empieza”. Ese era el mundo del padre fastidiado porque la llevaban a la iglesia: “¿Para qué, si ella sabe quién es Dios? El único Dios que existe es Cassius Clay”. Tiempo después Betty se ilusionó con tener un trabajo donde no faltara una sirena. Podía ser la de una autobomba, una ambulancia o un coche policial. Y eligió la de un patrullero. Se transformó en mujer policía y cumplió el raro deseo de “no tener sí misma”. Este desapego le servía para no pensar que mató a uno en defensa propia (“siempre se mata en defensa”) y mimetizarse con aquello que en su imaginario representaba a la institución. Betty es el arisco personaje de La voz de la sirena, obra de Alberto Muñoz, poeta, músico, actor, psicólogo y guionista (Okupas y Magazine for fai), adaptada y dirigida por la actriz Leonor Manso, que acaba de estrenarse en el Centro Cultural de la Cooperación.

La actriz y cantante Claudia Tomás es aquí esa hija devota de unos santos tan dispares como famosos que visita la tumba de su madre, cumpliendo un rito que es a la vez recuperación y despedida. La mujer hace recuento y deja señales: se detiene en la relación con sus padres y en pasajes de una vida tocada por la violencia, antes como hija y ahora como mujer policía capaz de manejar con destreza una pistola ambidiestra. En esta entrevista con Manso, Tomás y Muñoz, creador de piezas afines al humor negro, este autor dice haber reflexionado sobre el término mujer policía y la actividad que ésta desarrolla: “Uno ve a las mujeres policías en la calle y le parece que están participando de un certamen de inmovilidad. Son ‘estatuas de la ley’, y yo, al menos, no puedo dejar de pensar que son mujeres”.

–¿Por eso es imprescindible anteponer el género al oficio?

Alberto Muñoz: –Exacto. Se dice mujer policía. Uno supone que la institución le proporciona todo lo que debe saber en ese oficio, pero volcado en un cuerpo femenino. Tratando de descubrir nuevos elementos que potenciaran esa condición, encontré que uno no variaba: el uniforme. Toda mujer es un misterio y si, además, lleva uniforme, el misterio es aún mayor. Este convencimiento me llevó a crear un personaje, nada común en nuestro teatro, como el de la mujer policía, y reconstruir la vida de Betty.

–Que por su historia no tenía demasiadas opciones...

Claudia Tomás: –Para componer este personaje hablé con mujeres policías y específicamente dos de ellas me contaron que tenían muy presente a sus padres policías. Se mostraban orgullosas de continuar en la fuerza y vestir el uniforme. Antes de tomar esa decisión pensaron en otras carreras, en otras alternativas, pero ninguna las conformaba ni les producía tanta emoción y tanto orgullo.

Leonor Manso: –No olvidemos que el uniforme “uniforma” y, justamente, el personaje que ideó Alberto señala que, como mujer policía, Betty “no tiene sí misma”, y no intenta ser lo contrario. Pensemos que cuando se viste un uniforme se reciben órdenes de un superior y desaparece la necesidad de decidir por sí mismo.

–¿Serían órdenes concebidas como si fueran preceptos?

C. T.: –En realidad, esas órdenes son respuestas. Tanto quien las da como quien las recibe debe atenerse a un reglamento. No hay que buscar demasiado, porque las respuestas están en el reglamento.

L. M.: –En esos casos no importa qué desea ni qué piensa el otro; tampoco hay preguntas. Se manda a hacer y todos tranquilos. Esto pasa no sólo a nivel institucional.

–Pero Betty aspira a un cambio...

A. M.: –Ella quiere liberarse. Su relato se constituye en una tremenda operación para arrancar a la madre de su propio cuerpo.

L. M.: –Y al padre, porque está habitada por los dos. Por eso casi no hay transiciones en lo que cuenta. Habla como una posesa y recuerda a su familia, que es su núcleo en la vida.

C. T.: –Betty es una mujer común. Su mundo musical era el rock nacional, y canta sin reparar en cómo. Descubre emociones profundas y canta porque ya no sabe qué palabras utilizar. Las canciones escritas por otro la ayudan a expresarse, aunque esas canciones estén “arrugadas” o “rotas”.

–¿Partieron de un texto teatral o de poemas?

A.-M.: –Lo mío fue crear un poema dramático y Leonor hizo lo necesario para que funcionara en la escena. Las canciones que aparecen en la obra no fueron elegidas solamente por mí, sino junto a Leonor y Claudia, que sabe de esto. Con ella grabé El puente de las tetas, una obra musical de cámara que compuse con Diego Vila. Tiene tratamientos clásicos y lenguaje prostibulario. Las canciones son interpretadas por Claudia, Moira Santana y Marcela Pietrokovsky.

L. M.: –En La voz de la sirena cambié el lugar que ocupaban algunas frases, pero el texto original se mantuvo. Esto no es un poema leído. Aquí hay un personaje, Betty, que debe mostrarse vivo en la escena.

A. M.: –Leonor me conoce, sabe que soy un mal escritor de teatro y que no pienso corregirme.

–¿Por terco?

A. M.: –Pienso como poeta, y quiero quedarme ahí. Leonor y Claudia me entienden, y saben cómo llevar un poema a un lugar teatral.

C. T.: –Alberto escribe con una cabeza y un lenguaje decididamente poético, y Leonor levanta esa partitura. Ella hizo también la puesta de Antígonas (“mujeres que conviven con lo negado”), donde trabajamos con la actriz Ingrid Pelicori.

L. M.: –Esta es mi segunda dirección con ellos. El año pasado actué en El cordero de ojos azules, de Gonzalo Demaría (junto a Carlos Belloso y Guillermo Berthold), y me ocupé de la dirección escénica de Lucía Di Lammermoor, de Gaetano Donizetti. Me gustó, pero necesito actuar. Este año trabajé en la dirección escénica de Tosca, de Giacomo Puccini, también para el ciclo de Juventus Lyrica y vamos a reponer Los poetas de Mascaró (donde también actúa Claudia Tomás). La voz de la sirena trasciende a la anécdota de una mujer policía. Veo en la obra temas que nos tocan a todos en cualquier tiempo y espacio. Un tema es la soledad que nos empuja a buscar un lugar, ingresar a un medio o una institución, como en este caso, donde podamos encontrarnos con otros, aun cuando esos otros no sean amigos. Otra cuestión que nos interesa y está presente en la obra es la violencia de género. Betty la vivió desde niña y en su relato aparece como naturalizada. Ahora es distinto, se tiene conciencia del problema y existe otra actitud frente al que pega.

* La voz de la sirena, de Alberto Muñoz. Adaptación y dirección de Leonor Manso. Intérprete: Claudia Tomás. Funciones en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543, los sábados a las 23 y domingos a las 20.15.

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