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Jueves, 24 de enero de 2013
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Oscar Barney Finn y su puesta de Noches romanas

“Estos personajes me conmueven”

“Tennessee daba sentido a las palabras y las elegía”, analiza el responsable de la puesta en el C. C. de la Cooperación, a esta altura todo un experto en el autor.

Por Hilda Cabrera
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Director de teatro y cine, autor de guiones, régisseur y dramaturgista con sólida formación literaria, Oscar Barney Finn –de ascendencia irlandesa, vasca y gallega– rescata a dos apasionadas personalidades de la escena y el cine en Noches romanas, obra de 2002, del estadounidense Franco D’Alessandro, que subirá a escena el próximo jueves 7 en el Centro Cultural de la Cooperación. En esta puesta, dos actores anuncian lo que será una aproximación al escritor Tennessee Williams y a la actriz Anna Magnani, “un boceto en busca de sus temperamentos y lejos de cualquier reconstrucción arqueológica”, según anticipa el director a Página/12. La iniciativa lo condujo a la relectura de las obras del autor nacido en Columbus (Mississippi), que conquistó a Broadway con El zoo de cristal (1945), a sus Memorias, escritas entre 1971 y 1975, y a los textos en italiano sobre Magnani. Pudo así desandar el camino de estos artistas partiendo de la amistad que los unió desde fines de la década del ’40 hasta el ocaso de sus vidas. “Anna muere en 1973 y diez años después Tennessee, cuyas obras siguen siendo interpretadas, más allá de la descalificación que en su tiempo le hicieron algunos críticos de su país”, apunta Barney Finn. Siendo ésta una versión del texto de D’Alessandro, el director se ha exigido ser respetuoso de los personajes: “Uno puede mostrar un punto de vista diferente, pero no desvirtuar, entre otros aspectos, el gusto por la palabra destacado por Tennessee en sus obras. Algo semejante nos pasaría con otros autores, también cuidadosos, como Paul Claudel (autor de El zapato de raso y pionero del teatro moderno), o Michel de Ghelderode (El club de los mentirosos, de 1955).

–¿Encuentra esa actitud en los autores de este tiempo?

–Sí, y en autores que renuevan el teatro, como el chileno Guillermo Calderón, en Neva; Alejandro Moreno, autor de La amante fascista; y Ronald Heim, que ha escrito Parir y Llegar, obras que quiero estrenar en Buenos Aires. Ultimamente hallé textos de autores latinoamericanos que sólo necesitan una infraestructura mínima y están al alcance de nuestros teatros. Acabo de ver buenos trabajos en el Festival Santiago a Mil, de Chile, donde en 2011 participé con Las heridas del viento, del español Juan Carlos Rubio. Entre los autores argentinos que me interesan está Santiago Loza, de quien voy a presentar Matar cansa, en Chile, con Paulo Brunetti. Su obra Todo verde es estupenda.

–¿Qué significa Williams en su trayectoria?

–Más allá de mi admiración, reconozco que mi versión de La gata sobre el tejado de zinc caliente tuvo mucho que ver con las invitaciones que recibí desde Chile, después de que nos convocara el actor, director y productor Tomás Vidiella para estrenar allí esta obra. Sobre Tennessee realicé un homenaje en forma de semimontado, en 1983, año de su muerte, que reedité tres años después en Canal 7, con un elenco estupendo, donde estaban Inda Ledesma, María Rosa Gallo, Soledad Silveyra... Ese material (Querido Tennessee) se vio en Nueva York, en una edición del Festival de Teatro Latinoamericano Joseph Pap. Otro homenaje partió de Noches romanas. Conmemorando el centenario del nacimiento de Tennessee, hicimos en 2011 un avance de dos funciones en el British Arts Center (BAC), con Virginia Innocenti y Paulo Brunetti. Una amiga había visto Noches... en el off Broadway; me interesó y compré los derechos. La tradujo Hugo Zanón, que fue productor en mi puesta y versión de Ceremonia secreta, sobre un cuento de Marco Denevi.

–¿Cuánto de cine y teatro hay en Noches romanas?

–Magnani tiene una dimensión cinematográfica que conozco bien y roza a Federico Fellini, Vittorio De Sica, y a Luchino Visconti, con quien filmó Bellisima. Me conecta con películas como Mamma Roma, de Pier Paolo Pasolini, y Roma, ciudad abierta (1945), de Roberto Rossellini. Me hubiera gustado hacer un pequeño ciclo de películas basadas en las creaciones de Williams (entre otras La rosa tatuada, que dirigió Daniel Mann y se menciona en la obra), aunque no todas son buenas adaptaciones, porque tuvo que pelear mucho contra la censura. Era, a su manera, un combativo en una sociedad que aparentaba aceptarlo, pero no le daba suficiente cabida. Fue un ser condenado por sí mismo. Magnani, en cambio, luchó con firmeza por su hijo. Suso Cecchi D’Amico, guionista de Visconti, fue muy amiga de Magnani y me habló de esa lucha. Visité a Suso cuando compré los derechos de una biografía de la actriz italiana María Denis (El juego de la verdad). Denis había tenido una historia con Visconti y se la acusó de colaboracionista porque se acercó a Pietro Koch, jefe de policía de Roma, para obtener la libertad de Visconti, militante antifascista de la Resistencia. Pedí a Suso que fuera la guionista, pero me respondió que no quería hacer nada con esa historia.

–En Noches..., el personaje Tenn (sic) confiesa decir mentiras para revelar lo que es verdadero. ¿Es un juego de palabras?

–No, de ninguna manera. Tennessee daba sentido a las palabras y las elegía. Por eso lo que agrego en mi versión no es invento. Lo obtuve de sus textos. No distorsiono. Lo importante en Noches... es con qué nos identificamos. Estos personajes me conmueven. Magnani enferma y el que la socorre es Rossellini, que la había abandonado por Ingrid Bergman. Ella sufrió mucho esa ofensa pública.

–¿Destacar el amor de Anna por su hijo y el de Tennessee por su hermana Rose (que padece las consecuencias de una lobotomía) es establecer más lazos entre seres muy diferentes?

–Sí, como el que ella siente por Rossellini y él por Frank Merlo (una de sus parejas), aunque Williams se da cuenta tarde de ese amor. En los monólogos de estos personajes hay mucha información, y creo haberles hecho justicia.

–¿A qué se debe la alusión a un momento en que las posibilidades de vida parecen infinitas? ¿Cuál es ese momento?

–La juventud, porque después uno tiene posibilidades, las elige y las cuida, pero ya no son infinitas. Estos personajes, y sobre todo Williams, son atrapados por el paso del tiempo, que en él es de autodestrucción, de borrachera. No es el caso de Magnani, que protegió a su hijo, enfermo de poliomielitis, y cuando ella enferma, por un cáncer de páncreas, se mantiene firme. El fin de él, en cambio, es patético.

–Otra mención es al dolor, “la única manera de saber que estamos vivos”. Ese pensamiento se da también en el enfermo terminal que sufre pero toma conciencia de que, justamente por el dolor, aún tiene un resto de vida, y acaso de esperanza...

–El texto está lleno de pensamientos como ése y hasta de humor. Por ese les pido a los actores que lo entiendan a fondo para poder transmitirlo, algo que con Virginia Innocenti y Osmar Núñez hemos logrado.

–¿Utilizó expresiones en italiano para dar más carácter al personaje de Magnani?

–Sí, pero no con intención realista, porque la puesta es simbólica. Me niego a utilizar proyecciones. Prefiero la acuarela. Los elementos escenográficos son mínimos: un balcón, unas puertas-ventana, dos butacones y dos atriles. La música es de Diego Vila: le pedí que trabajara sobre algunas canciones napolitanas y le propuse tener en cuenta al cantante napolitano Roberto Murolo (1912-2003), pero sin que la música moleste a lo que va sucediendo. Introduje fragmentos de poesías de Williams (las dedicadas a Rose y Frank) traducidas por el poeta y escritor tucumano Juan José Hernández (1931-2007). En la versión, Magnani debe enterarse de la muerte de Frank y unirse a su destruido amigo Williams en un largo abrazo.

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