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Viernes, 9 de junio de 2006
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ENTREVISTA A OMAR PACHECO

“Alguna gente ya olvidó la lucha”

La cuna vacía, su nueva obra, homenajea a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.

Por Hilda Cabrera
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Según el autor y director, “alguna gente de mi generación olvidó la esencia de la lucha”.

Creador de un teatro de sugerencias, articulado por acciones fragmentadas de modo cinematográfico, el autor y director Omar Pacheco estrena hoy La cuna vacía, obra en la cual la ausencia y el rol de la mujer que lucha por hacer presente esa ausencia son cuestiones primordiales. La obra alude a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo y a todas esas mujeres “que en su dolor universal se proponen transformar la realidad”, según apunta Pacheco, fundador en 1994 de la sala La Otra Orilla (Gral. Urquiza 124), donde junto al Grupo Teatro Libre que lidera desde 1982 ha mostrado sus últimos trabajos, entre otros Cinco puertas, Cautiverio y Del otro lado del mar. Tras una trayectoria iniciada a comienzos de la década del ’70, continuada en Estados Unidos –donde participó de la organización multidisciplinaria Exilio Hoy– y Brasil, logró concretar piezas experimentales y espectáculos de gran despliegue. Ejemplos de esto son Juan y los otros (obra de comienzos de los ’80 que tomaba elementos del teatro de calle); la viajera Sueños y ceremonias, Memoria (pionera de una trilogía) y los musicales Tanguera (2002) y Nativo (2005). Entre los últimos montajes realizados en España se encuentra Díptico sobre la mentira, una coproducción con el Teatro Atalaya, de Sevilla. En cuanto a La cuna vacía, el director dice haber equilibrado texto e imágenes. Ha incluido además muñecos para “completar” las acciones de los intérpretes. “Ellos son el símil de éstos”, sostiene.

Un prestidigitador ordena la historia “desde un lugar brechtiano, de distanciamiento”, en esta estructura a la que ha contribuido con una partitura original el bandoneonista Rodolfo Mederos. La actriz y cantante Liliana Herrero puso su voz en off y la actriz y marionetista Ana Alvarado asesoró al elenco en la manipulación de muñecos, diseñados por Esteban Fernández.

–¿Por qué elige a las mujeres como símbolo de resistencia?

–Porque fueron las Madres y Abuelas las que por un dolor genuino salieron a la calle durante la dictadura, sostuvieron una lucha y la llevaron hasta las últimas instancias.

–¿Y qué pasa en el presente?

–Prefiero no hablar, porque no sé si coincido. Tampoco quiero hurgar en las asociaciones ni en las peleas por el poder. Pienso en esas madres y abuelas que uno siente que no están en la corporación. Charlo con ellas y veo que no se les terminan las pilas. De la relación madre-hijo o padre-hijo, rescato esa zona absolutamente noble que está más allá de las circunstancias sociales y políticas. Después de atravesar unas cuantas separaciones y tener a mis hijos acá y en Estados Unidos, adonde me tuve que ir en los ’70, esa relación es para mí la síntesis de la vida. En La cuna... me interesa reflexionar sobre la ausencia y en el sentido de supresión. Es la búsqueda que hacen las Abuelas del hijo o hija de los propios que no están. Y esto sin juzgar el comportamiento del pibe que, cuando conoce su identidad, prefiere no saber quién es realmente. Cuando uno se encuentra en un medio adverso, con gente dispuesta a traicionarnos, esa búsqueda se convierte en el referente que nos falta.

–¿Cuesta sostener hoy un ideario del pasado?

–Yo militaba y quería cambiar el mundo de una manera radical. Ahora tengo militancia en el trabajo. Alguna gente de mi generación que hoy ocupa lugares de poder olvidó la esencia de la lucha. Me pregunto quién de los que tuve a mi lado podría ser ahora mi referente.

–¿Cree que se idealiza el pasado?

–Uno necesita aferrarse a las personas y las cosas que todavía cree que son verdaderas, aunque esas personas no estén en el mismo bando. Uno que se dice progresista, por ejemplo, se encuentra de pronto con otro supuestamente progresista que lo traiciona. Por eso decidí achicar mi expectativa, plantearme solamente aquello que está a mi alcance: sostener el Grupo Teatro Libre, la sala La Otra Orilla y mostrarme tal cual soy. Ambiciono, sí, dejar de perder plata alguna vez con este tipo de teatro, al que uno le pone la pasión de un adolescente. Es muy lindo trabajar con amigos. En La cuna..., los tengo a Liliana, Rodolfo, Gerardo Gardelín, Colacho Brizuela... todos tan talentosos acompañando la tensión de los actores que “circulan sobre la luz”.

–¿Una particularidad que mantiene?

–No pienso modificar mi concepto sobre la luz: me siento un pintor recortando la luz con su pincel.

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