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Martes, 26 de febrero de 2013
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Long distance affair, una experiencia singular

La web como espacio teatral

Dos argentinos, la actriz Monina Bonelli y el dramaturgo y director Mariano Tenconi Blanco, participan de esta iniciativa global que tiene lugar en un hotel neoyorquino. Produjeron monólogos de nueve minutos que se presentan en tiempo real, vía Skype.

Por María Daniela Yaccar
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Tenconi Blanco y Bonelli, parte de un proyecto que contempla a cincuenta artistas.

En diferentes lugares del mundo, como España y Estados Unidos, la definición de teatro se va ampliando al calor de las nuevas tecnologías. Dos argentinos, la actriz Monina Bonelli y el dramaturgo y director Mariano Tenconi Blanco, están participando hasta el jueves de una experiencia singular que tiene lugar en un hotel neoyorquino: cincuenta artistas –entre ellos hay dramaturgos, actores y directores– de diferentes países, agrupados en equipos de tres, produjeron monólogos de nueve minutos que se presentan en tiempo real, vía Skype. Al llegar al hotel, el huésped puede dirigirse a una sala donde hay computadoras y llamar a uno de los actores que, desde algún lugar del mundo, hará un monólogo solamente para él.

La experiencia, llamada Long distance affair (Romance de larga distancia), ocurre en una suite del Hotel Gershwin a la cual ingresan espectadores en grupos de seis. Cada uno tiene la posibilidad de realizar tres llamadas por Skype a distintas partes del mundo. El proyecto no es sólo novedoso en relación con las condiciones de recepción que propone. También lo es en torno de la producción. Porque el trío de artistas que piensa el monólogo está integrado por personas de diferentes países que no se conocen entre sí. Bonelli, que actúa en Five funny tales from the heart of Buenos Aires (Cinco cuentos divertidos desde el corazón de Buenos Aires), trabajó –también vía Skype, claro– con el escritor norteamericano John Freedman, quien hace 24 años vive en Moscú. La obra la dirigió el norteamericano Benjamin Mosse, residente en Bélgica. Por su parte, Tenconi Blanco escribió I can’t swim (No puedo nadar), dirigido por la rumana Ana Margineanu, que vive en Nueva York, y en el que actúa una joven de Singapur, Victoria Chen.

“En la calma chicha del verano porteño recibí una llamada de mi amigo Tenconi Blanco. ‘¿Querés actuar por Skype en inglés? Me pidieron que recomiende a una actriz que me guste. No hay plata, pero creo que va a ser muy interesante’, me dijo. No entendí mucho pero dije sí”, cuenta Bonelli. “Así, por Skype, conocí a las organizadoras y luego a mi equipo. El encuentro con John, el autor, fue amor a primera vista. El llegó con idea de hablar de política y estuvimos tres horas conversando hasta remontarnos a los gauchos. El director que nos habían asignado debió dejar el proyecto y las organizadoras nos presentaron a Benjamin, quien tenía vacaciones planeadas a Sudáfrica en medio del proceso de ensayos. En horarios demenciales (a las 7 en Buenos Aires) logramos darle forma a esta pequeña pieza cuyo escenario real es un rincón de mi living y cuyo espacio teatral es la web. Fue increíble darme cuenta de que hay códigos artísticos que trascienden continentes. Pero más sorprendente fue que pudimos hacer chistes y reírnos sin nunca darnos la mano físicamente”, cierra.

En un festival en México, Tenconi Blanco conoció a Tamilla Woodward, quien con Ana Margineanu creó Pop Up Theatrics. Woodward lo invitó a sumarse a la iniciativa. “Me gustó la posibilidad del intercambio, que es algo que me cuesta mucho en Buenos Aires. Ver a una actriz de Singapur haciendo un monólogo que escribí me pareció fascinante. Por otra parte, me parece muy bueno tomar las nuevas herramientas, usar el dispositivo para transmitir arte. Puedo usar el Skype para hablar con mi mamá cuando me voy de viaje, y también para hacer una obra junto a otras dos personas y que sea vista por otra, en otra ciudad. La tecnología puede ser motor del capitalismo pero también de otras cosas”, sostiene el dramaturgo.

Hay una condición que tienen los creadores para la elaboración de los textos: de un modo u otro deben reflejar la ciudad en la que viven el actor o actriz que protagonizarán la obra. “La premisa es que actor y autor se encuentren primero, para que el actor muestre su casa y hable de sí mismo. Pero John tenía un interés particular: quería que habláramos de política. Tuvimos una charla de tres horas en la que intenté explicarle la historia del país. Es una persona con una mirada muy abierta al mundo. Fue a Moscú por un doctorado en literatura rusa y vive ahí desde antes de la caída del Muro, así que es un testigo de la transformación del mundo”, relata Bonelli. El texto que resultó de su encuentro con Freedman, y de la incorporación tardía de Mosse, es el monólogo de una hija de desaparecidos que tiene lugar contra una ventana del departamento de Bonelli.

La corta relación entre el teatro y el streaming, aún poco explorada en la Argentina, va abriendo algunos interrogantes, como el que plantea Bonelli. “Siempre está la pregunta de si esto es o no teatro. El teatro presupone que público y actor compartan el mismo espacio, el ‘convivio’, en palabras de Jorge Dubatti. Pero creo que podemos decir que es teatro porque compartimos un espacio, aunque sea virtual. Esta es una propuesta que lleva las posibilidades de la tecnología al extremo. Las artes visuales están a la vanguardia con estas cuestiones. En las artes escénicas se pueden ir legitimando”, reflexiona. “Es difícil establecer un límite entre lo que es teatro y lo que no”, advierte Tentoni Blanco. “El vivo y que el espectador pueda irrumpir hacen que esta propuesta sea teatro. Hay escenografía, vestuario, director, un actor que actúa en vivo y un espectador que puede bostezar o emocionarse mientras el actor lo ve. Es teatro, sólo que mediado por la tecnología”, concluye el director.

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