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Viernes, 8 de marzo de 2013
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LUIS CANO, UN AUTOR DE MULTIPLES PRESENCIAS EN LA ESCENA PORTEÑA

“Todos pasamos por cosas parecidas”

En estos días, cuatro obras suyas fueron repuestas, mientras prepara tres estrenos para el resto del año. Alguna vez señalado como “críptico”, Cano dice que ahora “me desafío a trabajar a favor del placer que da la comprensión, la transparencia”.

Por Cecilia Hopkins
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“Lo que escribo está en relación con la escena o con el libro, que es otra forma de representación.”

“Mi sensación íntima es que todavía no escribí un buen texto”, asegura Luis Cano, autor de Los murmullos, Socavón y El aullido, entre decenas de textos estrenados, publicados o aún inéditos. Prolífico como pocos, Cano empezó a escribir a fines de los ’80, al tiempo que estudiaba actuación, en consonancia con la práctica de la nueva generación de actores que se iniciaba en la escritura y en la dirección de sus propios textos y, en algunos casos, también los interpretaba. Una vez comenzados los ’90, sus obras fueron sumándose cada vez con mayor frecuencia, tanto a la cartelera independiente como a la del teatro oficial, ámbito donde el autor dice sentirse más cómodo. Este año, Cano estará aún más presente que en otros. En estos días, tres obras suyas fueron repuestas. El director Emilio García Wehbi está presentando los viernes en Timbre 4 (Moreno al 3500) Cuando el bufón se canse de reír, performance realizada a partir de dos textos de Cano y una serie de relatos propios referidos a su biografía profesional. En el Teatro San Martín, de jueves a domingo volvió a escena Se fue con su padre, obra que, con dirección de Lorena Ballestrero, enlaza una historia de apropiación infantil en los años ’20 con lo ocurrido durante la dictadura, tema que habilita otros interrogantes acerca de la herencia y la identidad. La tercera reposición es Imágenes de una novela, montaje de Pablo Iglesias sobre varios textos de Cano que puede verse los sábados en Buenavía Teatro (Córdoba 4773). A estos tres espectáculos se suman la reposición de Aviones enterrados en la playa, con dirección del propio autor, además de tres estrenos que se producirán a lo largo del año: Un canario, con puesta de Miguel Israilevich; Domingo, conducida por Vero McLoghlin, y Fantasma de una obra de teatro de 1900, bajo dirección de Laura Yusem.

Según el autor, esta proliferación de puestas se debe a una circulación continua de su obra, efecto de su costumbre de publicar con regularidad: “Todo lo que escribo está en relación con la escena o con el libro, que también es una forma de representación”, explica Cano en la entrevista con Página/12. En cuanto a las dificultades que ofrecen sus textos al momento de su clasificación, sostiene: “A mí suelen ubicarme entre diversos géneros, en relación estrecha entre la narrativa y la poesía. Sin embargo, yo comencé a escribir con la inocencia de no sentir preocupación por saber qué estaba escribiendo”. Sus personajes hacen de la memoria su principal accionar: evocan su pasado, lo recrean y encuentran hasta en los acontecimientos que cualquiera podría juzgar como intrascendentes las marcas que hacen a su identidad profunda. Estos personajes suelen estar atravesados por otras voces que a menudo reaparecen en otros textos y que conforman un abigarrado friso familiar que el lector o espectador puede intuir que se inspiran en la biografía del autor. Cano afirma escribir acerca de la identidad, plataforma temática desde donde busca reconocerse sensiblemente, construir su imaginario y “pensar al otro compartiendo las mismas preguntas, porque todos pasamos por cosas parecidas: en esa condición de empatía es donde me siento cerca de los demás”, concluye.

–¿Cuál fue el primer texto teatral que leyó?

–Hamlet fue el primero. Era la edición de Losada, la que traía las tres versiones, y esto le sumó al teatro algo que me fascina que también tiene que ver con lo ficcional. Y es, en este caso, la cantidad de supuestos que entran en juego en relación con el texto, que no fue publicado por decisión del autor, sino que es el resultado del recuerdo de los actores o de los agregados del editor, entre otros.

–¿De esa fascinación le viene la práctica de versionar sus textos?

–Sí. Yo reescribo de un modo enfermizo, así que de cada texto hay versiones, tantas que yo mismo me confundo acerca de cuándo fueron hechas.

–¿Qué privilegia en la escritura?

–Busco la belleza de un texto, escribo teniendo en cuenta la espesura de la palabra. Aunque sepa que existe el peligro de que un texto de esas características pueda volverse inerte en escena. Pero así escribo: no todas mis obras tienen la acción por delante. Me fascina cuando lo poético lo rebalsa todo.

–Le habrán dicho más de una vez que sus textos son crípticos...

–Sí. Y efectivamente muchas veces escribí de ese modo, ya sea por impericia o por enojo, deliberadamente. Pero siempre me sentí muy bien tratado: puedo decir que me hicieron el aguante en la ambigüedad de mis textos. Ahora trabajo en contra de esta condición hermética.

–¿A qué se debe ese cambio?

–Me desafío a trabajar a favor del placer que da la comprensión, la transparencia, de ir a favor del vínculo con el espectador.

–¿Por qué dice identificarse con el teatro oficial y no con el teatro independiente?

–El espacio independiente muchas veces no cuenta con lo necesario y de este modo las producciones se achican. A veces ni se puede guardar la escenografía. Esto no pasa en el teatro del Estado, que debería ser la casa de todos, el lugar donde desarrollar la discusión acerca de cómo se piensan la cultura y los legados teatrales, entre tantas cosas. Entonces, a esas administraciones hay que exigirles todo, como por ejemplo que no haya más cargos políticos. Pero nos hemos distraído y no terminamos de asumir nuestra responsabilidad.

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