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Lunes, 19 de junio de 2006
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DANIEL CONTE Y “EL DESARMADERO”

“La sociedad es consciente del estado de las cosas”

El actor y director reflexiona sobre la obra teatral, que recoge la influencia de la Electra de Sófocles y El reñidero de De Cecco, para hablar de las relaciones de poder en el conurbano bonaerense de hoy.

Por Hilda Cabrera
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Las funciones de El desarmadero se realizan en La Colada, Jean Jaurès 751, los sábados a las 21.30.

Cómo retratar hoy en la escena las relaciones de poder cuando se considera que éstas nacen de un primer núcleo: la familia. El actor y director Daniel Conte entiende además que esos lazos se tiñen con el color de la tragedia y adquieren la textura de la Electra, de Sófocles, o El reñidero (1962), de Sergio De Cecco, esa suerte de tragedia griega que se desarrolla en un suburbio porteño de comienzos de siglo XX. En estas obras se inspira la puesta de El desarmadero, de Carlos Delía, escritor, poeta, autor del poema dramático El grito de la langosta. El ámbito elegido por Conte es el conurbano, donde “el poder juega de manera brutal y todo está permitido”, sostiene. La obra se ofrece en La Colada, interpretada por actores que sin ser todos especialistas en teatro de calle adhieren a algunos de sus caracteres, valorados por el director, integrante del grupo callejero La Runfla.

–¿La geografía, en este caso el conurbano, propicia la acumulación de poder?

–Los que vivimos o trabajamos en el conurbano vemos que allí el paisaje se degrada. El poder se da en su estado más puro: se puede hacer y deshacer a gusto si se es amigo de un puntero político o de un poderoso dentro de la policía.

–¿A qué conducen esas “zonas liberadas”?

–A la aceptación y el inmovilismo. A la gente se le impone “vivir” la tragedia, como sucede en El desarmadero, donde los errores de los padres recaen en los hijos. El dueño del lugar es aquí el Chulo Zárate, imagen del Pancho Morales de El reñidero, el padre que no mide las consecuencias de sus acciones.

–¿Cuáles serían esas consecuencias en nuestra sociedad?

–La destrucción de los más jóvenes. El abuso de que fueron víctimas los conscriptos, el caso del soldado Omar Carrasco (en 1994), las represiones del 19 y 20 de diciembre de 2001; las muertes de Cromañón el 30 de diciembre de 2004... Adriana es en El desarmadero la hija que enloquece y Nahuel el hijo que no puede desoír el mandato. La gente es hoy consciente de ese estado de cosas, pero no sabe cómo modificar esta situación.

–¿Qué la condiciona?

–El lugar, la clase social y la devastación que la sociedad misma viene padeciendo. Cuando, como hemos visto en un reportaje por tevé, un chico que come de la basura dice que en este país se caga de hambre el que quiere, se está aceptando una forma de subsistencia, porque si ese pibe se rebela, lo matan. En la obra utilizamos imágenes de televisión mostrándola como formadora y deformadora de verdades. A modo de contrapunto, incluimos un documental nuestro con otras imágenes del conurbano pobre, de González Catán, Gregorio de Laferrere... Lugares en los que a pesar de la miseria todavía existen comportamientos solidarios.

–¿Cómo reaccionaron esos habitantes cuando los filmaban?

–En muchos casos nos abrieron las puertas, pudimos entrar en sus casas y hasta “actuaron” para las cámaras. El conurbano está habitado por gente que alguna vez tuvo sueños y mantiene actitudes dignas. Permanece en algunos la cultura del trabajo: hemos visto a un señor de 80 años levantar una pared.

–¿Qué aporta en este caso su conocimiento del teatro de calle?

–La necesidad imperiosa de sostener sin pausa la atención del espectador, de sorprenderlo, y sintetizar nuestro discurso. Poner en el centro la tragedia es asumir una actitud de tensión, de acumulación de energía que en algún momento explotará. Trato de comunicar esa experiencia a los actores para que éstos la transmitan al público. Parto del conocimiento que tengo como maestro y como docente teatral en el conurbano. En la escuela, los chicos se encuentran en estado de tensión permanente.

–¿Es un comportamiento instintivo?

–Entre la gente pobre, chicos y adultos, significa poder reaccionar rápido ante una situación que los desequilibra, como que le quiten la casa o se les inunde, o les roben lo poco que tienen. El ejemplo extremo de esa tensión se encuentra en la cárcel.

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