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Miércoles, 29 de enero de 2014
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Victoria Hladilo habla de su obra La sala roja

Esperando a la señora directora

Las reuniones de padres en el jardín de infantes de su hijo, un aparente submundo de normas y reglas, inspiraron a la dramaturga, directora y actriz esta obra en la que cada actor encarna un estereotipo... hasta que todo se da vuelta.

Por Paula Sabatés
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En la reunión de padres imaginada por Hladilo se discute hasta el sabor de las tortas de cumpleaños.

Victoria Hladilo habla de mundos que conoce. Por eso, cuando se puso a escribir su última obra de teatro, se enfocó en una de las esferas que más frecuenta desde hace un tiempo: el jardín de infantes de su hijo. De él tomó específicamente las reuniones de padres, un aparente submundo lleno de reglas y normas en el que hay que relacionarse con los demás para “sobrevivir”. Así nació La sala roja, que se ve los viernes y los sábados a las 21 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960). La pieza se desarrolla en una de estas jornadas y presenta a un grupo de esmerados padres que se reúne mensualmente para definir cada detalle que involucra a sus hijos, que nunca aparecerán en escena. “El disparador de esta obra surgió cuando llevé a mi hijo al colegio y me encontré con esto tan particular que me hizo sentirme nuevamente supeditada a una institución y obligada a llevarme bien con gente con la que no tengo nada en común”, cuenta la autora y directora a Página/12.

En la reunión de padres que muestra la obra hay un matrimonio y tres padres más que han asistido sin sus parejas (la propia autora interpreta a una de estas mujeres). Los recibe la maestra auxiliar, que toma el mando hasta que llegue la directora, quien está demorada. La tarde se desarrolla normalmente hasta que llega la hora de votar (por las cuestiones más absurdas, como el sabor de la torta de los cumpleaños de los nenes y el tema del acto de fin de año, entre otras cosas). Entonces los padres empiezan a revelar sus zonas más oscuras, sus miserias y sus mentiras, y la tarea se va transformando en una disputa de ego y poder que coquetea todo el tiempo con la tragedia. Si bien para el público todo lo que suceda parecerá extraño, los personajes tomarán como normal el devenir de los acontecimientos.

Los padres de Hladilo son tipos, además de personajes; tienen rasgos claramente identificables y unidos conforman un grupo heterogéneo donde cada uno asume el rol que le corresponde según su personalidad. Claro que con el correr de la historia la forma en que se muestran se va transformando (desfigurando), lo que hace que hacia el final en muchos casos los roles queden invertidos. La autora misma lo explica, dando cuenta de que fue ése uno de sus objetivos: “El hecho de que los personajes estén muy definidos hace que los espectadores se identifiquen rápidamente con alguno de ellos. Pero como después cambian, y los buena onda ahora son los mala onda, eso genera en el público un impacto fuerte que deviene en extrañamiento, que es algo que quise generar cuando empecé a escribir este texto”.

–Además de porque es dificultoso trabajar con actores de esas edades, ¿hay alguna otra razón por la cual decidió no incluir a los chicos en escena?

–Me parecía que lo más rico era dejarlos en el extra-escena, que el público pudiera imaginárselos a través de sus padres, de sus comportamientos, sus votaciones y su manera de relacionarse con el resto. Por eso, para mí en realidad los niños están todo el tiempo en la obra, pero no físicamente sino en el imaginario que tiene el espectador de ellos, que creo que es mucho más fuerte y poderoso. Además, en este caso, los padres terminan siendo un poco niños por su comportamiento. Esa contradicción le da mucho humor a la pieza porque presenta un juego en el que los adultos vencen la vergüenza de sacar para afuera a su niño interno y ponerse a jugar o dibujar con crayones, una faceta que a cierta edad tendemos a tapar.

–Dice que trabaja con mundos que conoce y que la atraviesan. Además del de jardín de infantes, ¿cuál otro se ve en esta obra?

–En la obra aparece en una de las mamás todo el mundo de la homeopatía, de los partos en el hogar y de la no vacunación. Eso es parte de mí, de mi familia, y también algo que veo que está apareciendo cada vez más en la sociedad, aunque todavía sea tabú. Lo establecido y lo que está bien es que te trates con medicina llamada tradicional y que tengas a tu hijo en una institución de la salud, mientras esto otro es visto como raro. Es como si no se pudiera estar en el medio. Eso es lo que quiero plantear en la obra, por qué algunos no pueden parir en la casa y otros en el hospital, y que esté todo bien.

–La directora del jardín finalmente nunca aparece. ¿Es ésa una referencia a Esperando a Godot?

–No puedo negar la relación y, de hecho, es algo que todos piensan. Pero no trabajé con Renata pensando en Godot. Es más: cuando empecé a escribir la obra, tampoco sabía si iba a terminar apareciendo o no. Pero es inevitable que las referencias que uno tiene aparezcan a la hora de crear. Indefectiblemente, todo el material que leemos o vemos en la vida nos atraviesa al momento de escribir el propio, soy consciente de eso.

–Hay algo en la escenografía que llama la atención: las paredes están cortadas horizontalmente a cierta altura. ¿A qué se debe?

–Siempre en los jardines de infantes hay una guarda en la pared, más o menos al metro y veinte de altura, que es hasta donde los chicos pueden llegar. Entonces se nos ocurrió con Magalí Acha, la escenógrafa, cortar las paredes por esa línea para generar dos cosas: por un lado, personas más grandes de lo que son, porque al ser un espacio enano quedan con cuerpos como de gigantes; por otro, lograr una puesta realista pero que a la vez tenga algo de extrañamiento, tal como lo que sucede con la identificación del público con los personajes.

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