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Sábado, 15 de julio de 2006
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ENTREVISTA CON GRISELDA GAMBARO Y ALICIA ZANCA

“Nos acostumbramos a la violencia”

La dramaturga y la actriz y directora analizan la nueva puesta de De profesión maternal, una obra sobre el desamparo.

Por H. C.

Reconocerse madre es tarea compleja cuando algunos hechos demuestran rechazo a esa condición. La novelista y dramaturga Griselda Gambaro decidió abordar ese conflicto en De profesión maternal, estrenada en 1999 por un elenco de excepción. Lo componían María Rosa Gallo, Catalina Speroni y Alicia Zanca, entonces en el papel de la hija que durante años nada supo de su madre. “Pensé reponer esta obra en honor a María Rosa, a quien tuve de maestra en el Conservatorio Nacional”, destaca ahora Zanca, directora de esta pieza breve que en aquella première condujo Laura Yusem. “Es otra manera de decir lo que ya se dijo”, apunta Gambaro durante un ensayo general en el Teatro Payró, de San Martín 766, donde a partir de hoy se ofrecerán funciones a las 21 y los domingos a las 18. Las actrices son esta vez Sabrina Arias, Alejandra Flores y Silvia Ramos.

Dominar la profesión es una aspiración natural para Gambaro, autora de novelas, cuentos, ensayos y piezas teatrales admiradas aquí y en el extranjero, como Las paredes, El desatino, El campo, La casa sin sosiego, Es necesario entender un poco, Decir sí, Antígona furiosa, Penas sin importancia, Nada que ver, Puesta en claro, Lo que va dictando el sueño y La señora Macbeth. Una creadora que no se desentiende de la realidad ni de las carencias. El desamparo es un tema en sus obras, en esta versión que se reestrena en el Payró y en un próximo título, La persistencia, pieza que dirigirá Cristina Banegas en el Teatro San Martín. “Un trabajo muy concentrado sobre las guerras y lo que pasa con los chicos pequeños en las guerras –adelanta–. La escribí después del ataque terrorista a una escuela de Breslan, en Rusia, porque las guerras no se libran sólo entre soldados: se han instalado en las ciudades, y ahí no se distingue entre quienes usan las armas y quienes intentan sobrevivir siendo civiles. Estos son siempre víctimas. No tienen adónde ir ni cómo escapar.” Otro tanto ocurre con Zanca respecto de su trabajo. Decidida a continuar en la dirección, llega a esta puesta con sólidos antecedentes: El zoo de cristal, Sueño de una noche de verano, Romeo y Julieta, Aplausos, Pedir demasiado, de Griselda Gambaro, y Chicas católicas (en cartelera). Afirmada con originalidad en este métier planea otro proyecto inspirado en Los Tres Mosqueteros. Una propuesta dirigida a un público amplio y básicamente adolescente, donde intentará referirse al poder mezclando suspenso y aventura para estar a tono con el gusto de los más jóvenes. Será cuestión de conjugar entretenimiento y reflexión para interesarlos en asuntos serios: “los contubernios y disparates de las corporaciones políticas”.

–¿Qué opinan de la actitud de “profesar”?

Alicia Zanca: –Mi experiencia con mi madre ha sido difícil. Me impresiona comprobar cómo a partir de esta obra logré modificar ese vínculo. Me pregunté qué significaba “profesar” la maternidad y entendí cuántos prejuicios existen acerca de esto. No se es madre desde que se nace. Es algo que se aprende. Siento mucho amor por mis hijos y puedo decir que sí profeso la maternidad. En mí es un acto de fe y de trabajo muy profundos. Llevé esta reflexión a mis clases, donde tengo la suerte de encontrarme con gente muy talentosa, que tiene una carrera hecha y sigue estudiando. Me di cuenta de que es también necesario “profesar” el escenario. En este sentido, la obra es un canto a ese deseo que nosotros acompañamos con música, con interpretaciones al piano de Nicolás Bacal.

Griselda Gambaro: –Yo tuve muy buena relación, salvo durante la adolescencia. Apenas pasé esa etapa, comprendí que mi madre pertenecía a otra época. Yo le había reprochado su sumisión, algo que en la obra no se plantea. No hay mujeres sumisas. Me importaba instalar esos desencuentros dentro de una familia atípica, donde la pareja estuviera formada por mujeres.

–¿Dónde queda el padre?

A. Z.: –No está en escena, pero es el que la crió. La madre se fue, quedando pendiente el compromiso de restablecer la relación madre e hija en una familia no convencional.

G. G.: –Esos vínculos no se reconstruyen simplemente con buena voluntad. Es necesario superar temores y ansiedades, comprender y asumir responsabilidades.

–¿Hubo modificaciones para este montaje?

A. Z.: –La diferencia es que en la puesta de 1999 habían pasado cuarenta años de distanciamiento entre madre e hija, y aquí, veinte. Otra, claro, la escenografía y el vestuario, que es de Marianela Gómez, el diseño de luces de Gonzalo Cordova y la producción de Rubén Cantelmi.

–¿La obra surgió de un pedido de María Rosa Gallo?

G. G.: –Alguna vez lo hablamos por teléfono, pero no fue una insistencia superlativa de María Rosa.

A. Z.: –Yo la admiraba. La recuerdo mucho en Las troyanas. Me quedaba quieta a un costadito de la sala, impactada con su trabajo. Cuando la tuve de compañera en 1999, sentí un gran placer, también estar junto a Catalina y Laura, quien me acercó a Griselda.

–¿Se aprecia socialmente la “profesión” maternal?

G. G.: –No veo que haya demasiada preocupación sobre cómo se articula la maternidad en nuestra sociedad. Las preguntas básicas no tienen respuesta: Qué pasa con el aborto, por qué se acepta la marginación y la miseria, por qué se ha vuelto costumbre ver a chicos que carecen de lo mínimo para vivir. Todo esto se emparienta con una maternidad que no está en ejercicio y no le interesan al poder ni al gobierno. Ignoran este desamparo, aun sabiendo que pone en malas condiciones el futuro de la Argentina.

A. Z.: –Es cierto, nos acostumbramos a la violencia, a que todos los días mueran chicos y grandes. No se protege a los ciudadanos. De profesión maternal es la historia de un desamparo, pero, como todas las obras de Griselda, va más allá de lo particular y de la anécdota.

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