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Lunes, 26 de mayo de 2014
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El adiós a Elio Gallipoli

Voz y arte en escena

Por Hilda Cabrera
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El dramaturgo y novelista Elio Gallipoli falleció el viernes, a los 70 años, de un paro cardíaco, cuando estaba en marcha la presentación de un nuevo libro y un estreno teatral para 2015. Autor de escritura creativa y clara, supo mostrar en tiempos de dictadura que tenía voz y arte. Fue uno de los artistas que trabajó en la organización del movimiento cultural Teatro Abierto 1981 y defendió su libertad de pensamiento ante todo tipo de imposiciones. Un aprendizaje de vida que supo reforzar en contacto con los que, como él, aceptaban ese desafío. Nacido en Italia, fue traído siendo un niño a la Argentina. Estudió actuación y dirección, y fue un apasionado de la escritura, importante en su trayectoria, no sólo por cantidad sino por meritoria. Entre sus obras, varias de éstas premiadas, figuran Y ahora qué (repetición y diferencia), de 1968; Hola, hermanito, de 1970, metáfora sobre la eliminación del otro a través de la lucha de unos hermanos siameses; De nosotros (1973/74); ¿Dónde está Génica? (finalista en el concurso Tirso de Molina 1976); El 16 de octubre, presentada en el primer ciclo de Teatro Abierto, con dirección de Alberto Ure (en realidad, versión de la primera escritura de 1979 que había titulado

Y si...; La ñata contra el tiempo, ofrecida como Varón V, también con puesta de Ure, en TA 1982; Para amarte mejor, dirigida por Gallipoli en 1983; Botánico, de 1998, inspirada en un texto de René Girard (La violencia y lo sagrado); La Loly (relato directo), de 2001, y muchas más. En los últimos años desempeñó tareas en el Instituto Nacional del Teatro –donde comprobó que algunos grupos “están rompiendo la cerrazón histórica entre Capital y provincias– y en Argentores. Allí su intención fue “consensuar opiniones sobre temas relegados”.

Sus trabajos fueron espejo de la fidelidad que prodigaba a su pensamiento. Se autocalificaba de tozudo, carácter que evidenció también en los años de TA, cuando no había acuerdo sobre el tono que en democracia debía darse a las obras del ciclo: “Unos proponían festejarla y otros no querían entrar en esa fiesta sin pasar antes, por lo menos, por dos duelos: el que produjo la represión militar, con sus muertos y desaparecidos, y la guerra de Malvinas”. Gallipoli no dudó. Su opinión era “la necesidad del duelo”. Y por eso estrenó Para amarte mejor y escribió Construyendo, Después de la lluvia y Duelo y después. En relación con estos temas, decía que le costaba ver sobre el escenario toda parodia o ridiculización de los asesinos.

Gallipoli tuvo amistades que solía recordar en las entrevistas: los dramaturgos Alberto Adellach y Osvaldo Dragún, y otros autores, directores y actores con los que trabajó. Para todos tenía una palabra solidaria. En las poesías de su libro Vísperas y ausencias se refiere a esas amistades y al poeta Jorge García Sabal. Personalidad sencilla y de apariencia serena, no parecía arredrarse ante los inconvenientes, así como tampoco lo hizo en el período de terror generado por López Rega y la Triple A. Por entonces fue docente en la Escuela de Teatro de Lomas de Zamora y, junto a otros prestigiosos creadores, intentó reformular los planes de estudio. Tampoco decreció su interés por “relacionar la política con una determinada forma de vida y de poder”, de modo que pudo reflexionar sin palabras huecas sobre el pasado y el presente: “La alineación política fue una de las características del ’70, y no desapareció; tampoco ahora, aunque con otros colores”.

“Construir un suceso dramático con las palabras y darle entera libertad al director” era la ambición de este dramaturgo que consideraba al teatro un instrumento valioso al momento de rescatar hechos y actitudes que revelan sensibilidad. Sus textos y piezas teatrales dan cuenta de la importancia que le daba a la escena, y en general a los movimientos sociales y artísticos. La relación con los otros estaba entre sus prioridades y valoraba el trabajo realizado por los creadores anteriores. Desechaba las “verdades” afirmadas con ligereza y las manifestaciones de intolerancia. Era a un mismo tiempo cordial y firme, y por eso hoy su muerte conmueve y duele a quienes lo han tratado. Sería difícil en este presente filosofar con los siameses de Hola, hermanito, tan enemigos en su lucha por salir a la luz, y argumentar que “la muerte no tiene importancia”. Lo extraño y cierto es que también dicen que “ella sola se encarga de alcanzarnos”.

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