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Lunes, 30 de junio de 2014
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Julieta Carrera, entre Othelo y Edipo en Ezeiza

Metamorfosis para plantarse en escena

La actriz marplatense sorprende con sus actuaciones en dos éxitos del circuito independiente. Es capaz de transmitir la gravedad de las grandes actrices dramáticas, también la liviandad y el delirio de las mejores comediantes.

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Carrera tiene 32 años y desde hace diez está radicada en Buenos Aires.

Tiene una presencia tan fuerte que, desde que pisa el escenario, es difícil dejar de mirarla. Su voz grave y profunda, su capacidad para transformarse en una anciana temblorosa, una enamorada ingenua, un hombre poderoso o una mujer desatada. Julieta Carrera, 32 años, de Mar del Plata y desde hace diez radicada en Buenos Aires, tiene un aplomo y un dominio de su cuerpo y de su voz poco frecuentes en las actrices de su generación. Como si hubiera nacido para desplegarse en escena, para encarnar personajes intensos sin que resulten forzados ni impostados. Es capaz de transmitir la gravedad de las grandes actrices dramáticas, también la liviandad y el delirio de las mejores comediantes. Se acercó al teatro de manera casual. “Mi familia no tenía la costumbre de ir al teatro. Me acuerdo de que un día, a los trece años, caminaba con mi mamá y vimos un cartel que decía ‘clases para chicos’. Le pedí que me anotara y desde ese momento no paré”, cuenta en diálogo con Página/12. Una versión en clave de clown de La casa de Bernarda Alba, de Toto Castiñeiras, la conmovió tanto que a los dieciocho años se puso a estudiar con él. Cursó también la licenciatura en actuación en la Facultad de Artes de Tandil, la dejó para seguir trabajando (daba clases de teatro para chicos) y se vino a Buenos Aires para nutrirse de otros maestros. Más clown con Cristina Moreira y Claudio Martínez Bell y teatro con Pompeyo Audivert: “Me atraía mucho el teatro no vinculado con el humor y con Pompeyo lo podía experimentar”, asegura.

Actualmente, Carrera deslumbra en dos éxitos del circuito independiente. Protagoniza Othelo, en versión de Gabriel Chamé Buendía (uno de los máximos referentes del clown, ex Clú del Claun y Cirque du Soleil); y Edipo en Ezeiza, de otro grande de la escena, Pompeyo Audivert. Desde su estreno el año pasado, Othelo va por su segunda temporada a sala llena en La Carpintería (Jean Jaurès 858), los jueves a las 21, y los viernes, a las 20. En esta puesta traducida, adaptada y dirigida por Chamé, un elenco de sólo cuatro actores sin nariz roja da vida a los más de quince personajes del drama shakespereano. Carrera es Desdémona, la novia del protagonista; Brabancio, el padre de ésta; Bianca (la prostituta) y un viejo militar. Pasa de uno a otro en segundos y con naturalidad: una tela o un objeto le bastan para modificar la forma de plantarse en escena. Todos (salvo el actor que hace de Otelo) asumen varios roles y la historia de celos, traición y envidia avanza a un ritmo cada vez más vertiginoso durante una hora y media, gracias a un puñado de intérpretes muy talentosos y de unos pocos elementos que, combinados, generan diferentes contextos. En esta puesta camaleónica en permanente mutación, ni la historia ni la tragedia se desdibujan y el humor se cuela casi contantemente. La poesía original se mantiene, se articula con gags, juegos de palabras, referencias a otros tiempos, espacios y códigos estéticos. Los actores terminan agotados, empapados de sudor y hasta uno de ellos, ya harto, bromea sobre la cantidad de personajes que tiene que asumir. “Tenemos un público muy variado. Viene gente grande que conoce la obra y muchos adolescentes que la descubren desde una perspectiva distinta. Hacemos un Shakespeare para todo el mundo, popular y nada solemne, como él era”, opina la actriz. En el proceso de creación primaron la experimentación y el juego. “El límite fue siempre el texto. Había que respetarlo porque si improvisamos mucho, la obra se hace muy larga. Entrás en un ritmo en el que ya no hay tiempo para nada más, tenés que seguir adelante aunque nos permitimos algunos chistes sobre el texto. Además el clown tiene que dar respiros al espectador, si no lo satura. Y en esta obra hay momentos que no son nada graciosos”, comenta. En efecto, todos (incluido el público) saben que Desdémona va a morir, salvo ella. Yago (una increíble labor de Hernán Franco) es el maquiavélico alférez que teje los hilos para ascender en el ejército y quedarse con el puesto de Otelo, a cargo de las tropas venecianas. Logra que él crea que ella ama a Casio (el tercero en discordia) y, enfermo de celos, la mate. Carrera asegura que la actualidad del planteo los sacudió: “Cuando ensayábamos hubo muchos casos de mujeres quemadas por ex novios; además del tema de la discriminación que aparece en el padre de Desdémona, que se opone al casamiento de su hija con un negro”.

Los sábados a las 23 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) se sumerge en otro código, aun más denso aunque con toques de humor grotesco y negro que lo vuelven soportable. En Edipo en Ezeiza es la madre y la hija de una familia cuyos otros integrantes (padre e hijo) acaban de volver de Ezeiza el día del regreso de Perón, cuando se produce el enfrentamiento entre la derecha y la izquierda peronistas con un saldo trágico de muertos y heridos. El registro actoral es muy distinto al del clown: hay un profundo extrañamiento en esta familia cuyas identidades se han alterado al punto de que no se reconocen tras la masacre, y creen ver en la madre a una infiltrada. Interrogatorios entre los mismos miembros de la familia, mucha aspereza en los vínculos, personajes desconcertados, agresión y un humor oscuro que da respiros.

El relato se construye por fragmentos y superposición: pasado y presente se mezclan, la hija muerta regresa, campea el incesto y se suma un simulacro actoral (acaso todo es ficción y los personajes estarían actuando). El drama y la violencia se codean con el absurdo y la exageración y, en este marco, Julieta compone mujeres muy intensas. Por momentos se permite algunos guiños históricos (como cuando parece Evita hablando a las masas) y por otros aparece algo de su formación clownesca (cuando la madre vieja se tambalea y está siempre al borde de la caída). “Es como un piedrazo en el espejo. Ves partes rotas, fragmentos y los vas uniendo. No te presenta una realidad íntegra ni tiene un registro cotidiano. El espectador tiene que relajarse porque el devenir de la obra permite ir reconstruyendo la historia”, explica la actriz. La pieza fue invitada a cerrar el Ciclo Teatro por la Identidad (el 28 de septiembre próximo en el Teatro San Martín) y no es casual. El desconocimiento, la falta de certezas y las confusiones identitarias sobrevuelan toda la obra. Desde su mirada, el humor está presente en los dos trabajos que protagoniza, aunque en el de Pompeyo está más ligado a la incomodidad. Y señala: “En Edipo... puedo recurrir a más herramientas dramáticas. En Othelo el ritmo va creando una atmósfera liviana a pesar de la tragedia que se cocina. Pero como actriz la paso muy bien en los dos trabajos”.

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