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Viernes, 29 de agosto de 2014
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ALLENDE, LA MUERTE DE UN PRESIDENTE, CON DIRECCION DE NORBERTO GONZALO

Diálogos imaginarios de un líder

Dentro del ciclo de unipersonales Rebeldías, que se desarrolla en el Centro Cultural Raíces, la obra de Rodolfo Quebleen recorre, con la actuación de Jorge Booth, las últimas horas de la vida del ex presidente chileno.

Por María Daniela Yaccar
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El espectáculo dirigido por Norberto Gonzalo se presenta además todos los jueves en La Máscara.

“Sacamos del mármol a Salvador Allende: eso es lo que tenemos que hacer con nuestros líderes”, sugiere Norberto Gonzalo, quien dirige Allende, la muerte de un presidente. La obra, de Rodolfo Quebleen, y con la actuación de Jorge Booth, recorre las últimas horas de la vida del ex presidente chileno. “Es casi una autocrítica: él se asume en escena con sus temores, dudas y fantasmas. En un momento reconoce que no pudo ser presidente de todos los chilenos, pero que siempre fue de frente. Se asume como un luchador, un tipo con dudas y aciertos. Esto tiene un gran valor desde lo humano, lo político y lo histórico”, sostiene el director. Este espectáculo forma parte de la programación de un ciclo de unipersonales llamado Rebeldías, en el Centro Cultural Raíces (Agrelo 3045), donde se la podrá ver hoy y mañana a las 21. Además, se presenta todos los jueves en La Máscara (Piedras 736, a las 21).

El autor es un rosarino que vive en Estados Unidos hace más de 45 años. Trabajó como periodista en medios estadounidenses y de Europa desde los ’70. Conoció y entrevistó a Allende en 1971 y 1972, cuando expuso en las Naciones Unidas. La obra se estrenó primero en Nueva York, en 2006. Aquí, en Buenos Aires, fue Booth el primer interesado. Le acercó el texto a Gonzalo y él quedó encantado. En Buenos Aires estrenó en septiembre del año pasado. También la mostraron en Santiago de Chile, en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, con apoyo de la Fundación Salvador Allende, y en Maracaibo, Venezuela. Hace unas semanas fue declarada de interés cultural por el Ministerio de Cultura. Gonzalo mantuvo reuniones con Quebleen, quien viajó al estreno en Buenos Aires y volvió a hacerlo este año, para el reestreno. “No ha contado mucho de la intimidad de Allende, sí detalles charlados en distintas entrevistas. Recibimos algunas referencias del autor, sobre esas trajinadas entrevistas que le inspiraron la decisión de plasmar este relato y transformarlo en teatral”, dice.

–¿Qué lo impulsó a dirigir este trabajo?

–Tras leerlo varias veces me pareció realmente atractivo e interesante, a pesar de las dudas que a uno le acometen cuando tiene la oportunidad de tratar estos personajes. Con dudas y temores decidimos encarar esta aventura y estamos contentos con el resultado. El proceso fue difícil y duro, pero muy atractivo. A pesar de ser un unipersonal, aparecen distintos interlocutores, a través de sus recuerdos: adversarios, seguidores, pueblo, ideología... todo esto está en juego en el texto. Se consiguió un resultado muy atractivo, estamos conformes con el traslado al teatro de esas horas de Allende, que dialoga, incluso, con la bandera de su país, escena que surgió como parte del trabajo.

–¿Cómo trabajaron la composición del personaje?

–A partir del texto fuimos trabajando diferentes aspectos de su vida. Aparecen recuerdos familiares, compañías y soledades, presencias y ausencias en lo político y lo ideológico. Hay diferentes matices que hacen a la personalidad de este hombre. Hay evocaciones permanentes hacia sus mujeres, tanto a su esposa como a la que fue su compañera y secretaria, Payita. Hay evocaciones de todos estos personajes, sus hijas, compañeros de militancia y adversarios. La obra recurre a los diferentes diálogos con esas personas, seres que acompañaron su vida familiar y política. Siempre habla Allende, monologa. Lo que sucede es que esos seres están tan presentes a partir de sus evocaciones que prácticamente están corporizados en el escenario. Jorge ha sido un laburante muy importante porque ha aceptado todas las reglas de este juego dramático, se ha metido en una carnadura muy difícil de conseguir, sin siquiera apelar a un acento particular. Apenas está insinuado el acento chileno. Se produce una sincronía, una similitud que sorprende.

–¿La obra puede entenderse como un homenaje a Allende? ¿Es una biografía?

–Es, más bien, una evocación. Una aparición. El homenaje surge como resultado de esta puesta: transmitir este personaje implica homenajearlo. El público lo recibe así.

–¿Desde qué lugar la figura de Allende nos interpela hoy?

–De la mejor manera, porque su figura tiene un correlato más que nunca en este momento, con la integración de una patria grande soñada. Tuvieron que pasar más de 40 años para que esto empezara a ser una realidad o por lo menos un camino transitable. Ahora más que nunca estamos hablando de una patria grande real, integrada por los gobiernos populares de América latina, entonces Allende vuelve a erigirse como factor unitario de toda esa ideología. ¿Dónde estaría ubicado Chile con Allende en este momento? La respuesta es obvia, de esa manera nos interpela, renovando nuestra convicción de la Patria Grande, que empieza a ser posible, más allá de las dificultades, con los buitres de adentro y de afuera.

–La trama tiene un elemento bien presente, actual, ya que en enero la Corte Suprema chilena determinó que Allende se suicidó.

–No concordamos con eso, que entra en materia ideológica, de discusión. Para nosotros fue un asesinato. Varias veces durante la obra, él declara públicamente que no va a rendirse. Para nosotros recibe esa ráfaga mortal que termina con su vida. Estamos seguros de que es así.

–¿En qué favoreció que la obra sea un unipersonal y qué dificultades tuvieron?

–Todo unipersonal tiene dificultades y aciertos. Las dificultades son la necesidad de encontrar interlocutores. Pero no creo que sean espectáculos de una sola persona. Son hechos colectivos, el actor forma parte de un equipo. En cuanto a aciertos, cuando hay un autor accesible, permeable, comprensivo y flexible, es interesante lograr su adhesión. Muchas veces tenés que meterle mano al material para moldearlo a circunstancias que exige la puesta, para convertir en creíble ese personaje. Es el temor que producen los unipersonales, sobre todo cuando son sobre este tipo de personajes, tan históricos, reconocibles, idealizados.

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