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Miércoles, 19 de noviembre de 2014
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Jorge Eiro y Facundo Aquinos, director y actor de Sudados

Relaciones entre ladrillos, cal y arena

Esta obra intimista, de cámara, revela casi en tiempo real una fracción de la jornada laboral de dos albañiles, uno argentino y otro recién llegado de Perú. Creación colectiva, va por su cuarta temporada a sala llena en Timbre 4 y ya recorre América latina.

Por Carolina Prieto
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“Está bueno sentirte descolocado, tener que repensar y salir de tu comodidad”, dicen Eiro y Aquinos.

Opera prima de Jorge Eiro como director, Sudado va por su cuarta temporada a sala llena (sábados a las 21 y a las 23 en Timbre 4, Boedo 640); viene de presentarse en Chile, España y Portugal; y dos de sus artífices ganaron premios en la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires. Antes de fin de año harán funciones en San Pablo y ya están imaginando un nuevo proyecto. El joven equipo, que junto a Eiro integran los actores Facundo Aquinos, Julián Cabrera y Facundo Livio Mejías (todos treintañeros), no imaginaba nada de esto cuando empezó a experimentar, a comienzos del 2010, tan sólo con la idea de “tirarse al vacío y probar un acercamiento al mundo de la construcción, a las relaciones que se dan en una obra”. Paul Romero, el asistente de dirección y escenógrafo, era el único que tenía un contacto directo con ese universo. Ingeniero además de teatrista, trabajaba en una empresa constructora y fue un buen guía para sus compañeros.

Sin un texto previo, como sucede en toda creación colectiva, se lanzaron a improvisar, a probar ideas e intuiciones mientras se sumergían en clases tutoriales de YouTube sobre procedimientos varios relativos a la construcción. Al terminar los ensayos en el Abasto, solían comer en los restoranes peruanos que pueblan ese barrio. De a poco, el mundo peruano –o, al menos, el que se conoce en Buenos Aires– se fue colando en el proceso creativo. Trabajaron durante un año y medio antes de estrenar, grabando todo el material que generaban y sintiendo también algo de angustia. “De a ratos, querés que haya alguien desde afuera que funcione como organizador o un texto del cual agarrarte. Pero a pesar de la incertidumbre, para nosotros es mucho más vital trabajar así”, confiesa Eiro a Página/12.

El resultado es una obra intimista, de cámara, que revela casi en tiempo real una fracción de la jornada laboral de dos albañiles. Uno es argentino (Ricky, a cargo de Facundo Mejías) y otro recién llegado del Perú (Lalo, interpretado por Aquinos), en plena remodelación de un local de comida peruana del Abasto. El dueño de la constructora para la que trabajan acaba de fallecer y su hijo llega para llevar adelante la obra y ocupar su lugar. La distancia entre escena y platea es mínima, los espectadores están cerca de los personajes, perciben sus rostros, sus mínimos gestos; también el sonido de la sierra que usan, el impacto de las luces de neón, la imagen imponente del Machu Picchu que cuelga de una pared, la música de Chayanne, de Néctar y del Grupo 5 que escuchan para matizar las horas.

El espacio escénico adquiere una presencia tan contundente como los protagonistas. Sin caer en estereotipos ni en caricaturas del obrero, los actores componen criaturas muy creíbles y queribles con sus claroscuros y sus debilidades. Asoman sus vidas sentimentales: Lalo es más picaflor; Ricky, en cambio, hasta se hace cargo de su hermana y su sobrina y está ilusionado con la chica que trabaja en el galpón donde compran los materiales. Todo se tensa con la llegada del hijo del dueño (Cabrera) y con un duelo que los afecta de manera diferente. El nuevo patrón es un personaje mucho más medido y reservado: como si no quisiera estar allí pero a la vez ocupa un lugar que por herencia le corresponde, junto a dos trabajadores que lo enfrentan con un mundo que él desconoce y con una imagen de su padre también nueva. De pocas palabras, su mirada, sus silencios, su rigidez corporal, todo en él expresa un malestar raro. Y así se articulan actuaciones muy sólidas sin ser sobreactuadas con matices y zonas intrigantes; un ritmo variable con diálogos que producen un aceleramiento y pasajes más calmos y silenciosos; humor y tensión.

“Tenía ganas de meterme con el mundo de la construcción, ver qué pasa en una obra, pero sin ponernos en un lugar de realismo social, sino pensándolo a través de lo teatral. La obra muestra una situación en tiempo real, un trozo de ese día de trabajo. Es como espiar la intimidad”, señala Eiro. Aquinos agrega: “Lo peruano se fue colando naturalmente. Al ensayar en el Abasto, estábamos muy rodeados de ese mundo. Es un barrio que es la meca del teatro independiente y que está repleto de restaurantes peruanos. Yo me fijaba mucho cómo hablan los mozos, anotaba cosas. Conocimos a un empresario gastronómico que hoy tiene varios locales, pero que vino del Perú para trabajar como albañil. Me ayudó muchísimo a delinear mi personaje que, como él, se vino solo y de a poco empezó a mandar plata a su país con la idea de traer a sus familiares. Nos ayudó a hacer las postales de la obra. Se sintió reflejado y nos quiso apoyar”.

Los temores eran muchos: caer en la parodia del albañil, del peruano, hacer el ridículo, faltarles el respeto, pero también resultar ingenuos y mostrar una visión idealizada. Sin embargo, encontraron sutilezas, descubrieron tensiones entre ellos, no sólo motivadas en la mayor experiencia de trabajo de Ricky. “Nos hicimos cargo de la xenofobia que existe, de las dificultades de laburar con una patrón nuevo, y también de un aspecto medio chanta que puede tener cualquier persona”, advierte. Obtuvieron el apoyo de la Embajada de Perú y la prueba de fuego llegó en el festival Peruba. “Nos vio la comunidad peruana de Buenos Aires, teníamos bastante miedo y la obra terminó con un debate genial. Se engancharon mucho, me preguntaban de qué parte de Perú era”, recuerda Aquinos.

Llevan más de cientoveinticinco funciones y en todo este tiempo, la obra crece y se mantiene joven. Nada de piloto automático ni de achancharse. “Como el eje son las actuaciones, van surgiendo pequeñas cosas que la enriquecen. No digo que sea otra obra que la del momento del estreno, pero sí que cambió mucho. El único conflicto concreto que se arma, la falta de materiales, se resuelve y nos permite cada vez más tensionar líneas de actuaciones, de vínculos. Y que quede flotando esa tensión, ese malestar, todo lo no dicho. Y que el espectador complete. Esto nos interesa, porque hay una tendencia a querer resolver todo desde la actuación, a nombrarlo todo por miedo al abismo, al vacío.” Eiro y equipo parecen no temerles. Al contrario, se animan a un mundo ajeno que los obliga a salir de lo conocido, a incursionar en un terreno que los moviliza. “Leímos y nos informamos muchísimo. Y está bueno sentirte descolocado, tener que repensar y salir de tu comodidad”, concluyen.

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