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Martes, 30 de diciembre de 2014
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Carlos Gorostiza habla de Distracciones, su nueva obra

“A los seres humanos nos cuesta cambiar”

El dramaturgo y director estrenará en abril en el Teatro Nacional Cervantes un espectáculo que será interpretado por cinco jóvenes de entre 19 y 22 años. La pieza encierra “una tácita acusación, también necesaria, contra nosotros, los ‘grandes’”.

Por Hilda Cabrera
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“El ser humano necesita, además de la ética y la estética, investigar sobre sí mismo”, señala Gorostiza.

La interacción entre las personas y el devenir histórico de la Argentina y de otros países forman parte de las inquietudes de Carlos Gorostiza, dramaturgo y director de teatro, actor y titiritero en sus inicios, novelista y autor de cuentos y libros de memorias. Su mirada siempre abarcadora recoge aspectos del presente en Distracciones, su obra más reciente a estrenar en la temporada 2015 del Teatro Nacional Cervantes. En esta entrevista, realizada en su departamento de Palermo, donde el suave campanilleo de un antiguo reloj de carillón se percibe como llamada, Gorostiza reflexiona acerca de lo que vendrá. Inquietud que –dice– no es nueva ni individual. Y decide partir de la descolonización. La gran pregunta del hombre libre es entonces “qué hago conmigo”. Ese hombre o esa mujer se agitan y el entorno “bulle”. Se produjeron avances y retrocesos hasta llegar a este tiempo, que este autor afirma ser el del “gran interrogatorio”. “En otra época, el cambio y la meta eran la revolución social comunista, y para los fascistas, la revolución nazi fascista.”

–¿Cuál sería hoy una meta?

–Una democracia socialista es un cambio, y una meta es lograr que la gente pueda vivir en paz y progresar. Pero mi impresión es que a los seres humanos nos cuesta cambiar. Acostumbro hacer un chiste –que en realidad no es chiste– sobre la marcha del ser humano y de las sociedades. Y digo que ese caminar, a veces tambaleante, en el que adelantamos primero una pierna y luego la otra para no perder el equilibrio, nos va llevando siempre adelante. Esto, a pesar de algunas detenciones, vacilaciones y resbalones. Así lo demuestra la historia con mayúscula. Pasa en nuestro país y en todos aquellos países que se interrogan sobre qué nos espera.

–¿Por qué titula a su obra Distracciones? ¿Acaso nos estamos distrayendo?

–¿Distraernos? Parcialmente. En este caso creo que les cometo una pequeña jugarreta a los espectadores. La obra, que puede considerarse grata, porque los elementos que contiene causan gracia, es interpretada por cinco jóvenes entre 19 y 22 años. ¿Y cuál es la jugarreta? Todo lo tremendo que ocurre en la vida no sucede en la escena, pero espero que sí suceda en la mente del espectador. Eso que sucede es producto de nuestras distracciones, que a veces son inconscientes y otras completamente conscientes. El proceso creativo de Distracciones no se inició con el concepto claro que tuvo definitivamente. Primero fue el juego con los muchachos –cuya juventud extraño mucho–, preocupados ellos sólo en los problemas de una banda musical. Después fue jugar, poniendo y quitando alternativas, y ahí apareció la palabra distracción, señalándola como elemento utilizado por los mayores en perjuicio de los jóvenes. Es así como, en medio del juego, surgió de improviso, desde el fondo inconsciente de la obra, la necesaria defensa de una juventud distraída y una tácita acusación, también necesaria, contra nosotros, los “grandes”.

–¿Cómo fue la elección de los intérpretes?

–Ese fue un fenómeno que me ha hecho muy feliz. El conjunto se llama Jóvenes por Ahora. Cuando vi sus trabajos, el grupo tenía otro nombre. Lo dirige Mariana Gióvine, hija de la actriz Virginia Lago y del actor Héctor Gióvine. Me invitaron a ver la puesta que habían hecho de A propósito del tiempo, una obra que estrené en 1997 en la Sala Carlos Carella, con Cipe Lincovsky, Juan Carlos Gené y Ulises Dumont. Cuando vi a estos muchachos con ropas, movimientos y narices de payasos buscando en el público la mirada cómplice, diciendo la letra original y respetando las escenas, descubrí que eran mis personajes vistos por dentro. Después, hicieron Hay que apagar el fuego, una obra mía de 1982. Entonces los invité a mi casa, les leí la obra, y después la entregué para que opinaran. Ellos son jóvenes y la obra es para jóvenes actores. Les gustó, pero eso no fue todo. Quedaron impresionados cuando les pregunté si querían actuarla. Le presenté la obra a Rubens Correa (director del Teatro Nacional Cervantes), que aprobó mi idea: la de un veterano autor escribiendo para un grupo de jóvenes actores. El resultado es que vamos a estrenar en la Sala Orestes Caviglia.

–¿Qué le produce la puesta de obras suyas de otra época? El puente fue otro reestreno de 2014.

–Allí aparecía la camaradería y la solidaridad que se da en una barra de amigos, y el abismo entre la clase popular y la clase alta. La escribí en 1948. Me alegra de que sobreviva al paso del tiempo y me entristece comprobar que los contenidos no se han echado a perder. La puesta de 2014, con el grupo que dirigió Leopoldo Minotti, en el Teatro del Pueblo, fue una versión interesante. Tenía una coreografía especial y palabras agregadas. Cuando en 1998 la programó Osvaldo “Chacho” Dragún, en el Teatro Cervantes, y la dirigió Daniel Marcove, no pude ver la reacción del público. Ahora sí, y me dije: ésta es la tragedia argentina.

–¿Se refiere a los enfrentamientos? En nuestra historia se produce a veces una confluencia, cierta euforia...

–¿Euforia? Sí, cuando gana Boca o gana River. Medio país se pone contento y la otra mitad, todo lo contrario. El argentino no está contento. El ser humano no está contento cuando no avizora el futuro. Este es un fenómeno universal, pero eso no nos consuela. Necesitamos un futuro. Tuve oportunidad de viajar, invitado a dirigir obras, presentar otras mías y dar clases, y en esos regresos me sorprendía la cordialidad de la gente de Buenos Aires, las ganas de compartir ideas... Recuerdo mi regreso de Venezuela, adonde me había invitado la actriz Juana Sujo para incorporarme como docente en la Escuela de Arte Dramático que ella había fundado. Hoy es todo lo contrario, y no sólo porque han desaparecido mis viejos amigos, porque siempre se hacen nuevos amigos. Tengo amigos más jóvenes que yo, a los que aprecio, aunque la amistad es distinta cuando uno es mayor. Me gusta compartir aquello que me hace feliz y tengo con quien compartirlo, con Teresa, mi mujer, con mi hijo Leonardo y mis amigos, pero añoro a la barra de adolescentes en la que yo era un adolescente más.

–¿Qué se supone nos espera como sociedad?

–Dedico tiempo a esos temas. Acabo de recibir un libro sobre los acontecimientos que siguieron a la Guerra Civil Española, donde los bandos enfrentados hicieron cosas tremendas. Uno trata de entender, y si no entiende, intuir al menos cuál es esa fuerza que el ser humano pone en el mal. Pienso en el genocidio nazi y el argentino. Cómo puede ser que el mal prospere en países que han tenido y tienen hombres de ciencia, grandes músicos y filósofos. En este momento, en el que parece no haber una meta, la esperanza es que aquello que ocurra sea bueno. Para eso estamos trabajando y luchando.

–En una entrevista anterior se refirió a la falta de ética y al auxilio de la estética. Una reacción que acaso explique situaciones semejantes.

–Sigo pensando lo mismo, y también que el ser humano necesita, además de la ética y la estética, investigar sobre sí mismo.

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