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Jueves, 26 de febrero de 2015
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Comienza el Festival Novísima Dramaturgia Argentina

“Es valioso multiplicar las voces, producir una dialéctica”

El año pasado, el investigador teatral y dramaturgo Ricardo Dubatti se propuso combatir la idea de que no existe la dramaturgia de la posdictadura y lo logró con este ciclo, que desde hoy y hasta el 22 de marzo tendrá su segunda edición en distintas sedes.

Por Paula Sabatés
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Celina Rozenwurcel, Ricardo Dubatti y Sebastián Kirszner, entre otros, forman parte del Festival Novísima Dramaturgia Argentina.

Son la otra generación del ’80: creativos, despiertos, con ganas de cambiar la realidad a través del arte. Lo de estos jóvenes –oriundos de una de las ciudades teatrales más importantes del mundo– es amor por las tablas, pero también un modo de vida. Directores y dramaturgos nacidos entre 1981 y 1990 se agruparon por primera vez el año pasado en el Festival Novísima Dramaturgia Argentina, que tuvo su primera edición en el Centro Cultural de la Cooperación (CCC). En ese entonces, el propósito de Ricardo Dubatti, investigador teatral, dramaturgo y curador del encuentro, fue combatir la idea de que no existe la dramaturgia de la posdictadura, una creencia largamente extendida entre académicos y públicos. Convencido de que sí la hay –la cantidad de teatristas que reunió lo demuestra–, puso en marcha este ciclo, que desde hoy y hasta el 22 de marzo tendrá su segunda edición en distintas sedes. “La idea es armar algo que permita formular una serie de testimonios pensando en el futuro. Nos interesa que esos documentos estén y permitan aproximarse, ya sea en 15 o 50 años, a algo de lo que pasa hoy”, cuenta a Página/12 el investigador, que ya tiene publicadas tres compilaciones que reúnen obras de autores de esa generación.

Durante el mes que dura el festival se verán seis obras: Paraíso, de Mariano Rapetti; Chinitos, de Juan Pablo Galimberti; Actriz, de Bárbara Molinari; Rats, casi un musical, de Sebastián Kirszner; Vos me decís que esto no es morir, de Diego Faturos, y Mecánicas, de Celina Rozenwurcel. Todas ellas ya fueron estrenadas y harán, en este marco, una función cada una (ver aparte). Dependiendo del formato que requieran, se presentarán en el Centro Cultural de la Cooperación, el Beckett Teatro, Timbre 4 y hasta en un taller mecánico cuya dirección se consigue sólo por mail. La inclusión de estas nuevas sedes es una novedad de esta edición. La elección de estas piezas, curadas especialmente por Dubatti, se debe, según el también joven teatrista, a que “combinan variedad y excelencia”, dos de los ejes centrales del festival.

Además de los espectáculos, durante este mes se harán mesas debate con los propios dramaturgos y directores, y también con críticos e investigadores nacidos en la década abarcada. Además se presentará el libro Jóvenes. Novísima Dramaturgia Argentina, publicado por Ediciones del CCC, que reúne las obras de esta segunda edición. La compilación sucede a Off! Novísima Dramaturgia Argentina, editado por Interzona, y a Nuevas Dramaturgias Argentinas, de la Editorial de la Universidad Nacional del Sur, de Bahía Blanca. Ambas ediciones, a cargo de Dubatti, fueron presentadas en la edición 2014 del festival, así como también en Gualeguaychú, Paraná, Tandil y Montevideo. “La idea es que las obras circulen y que se multipliquen en muchas puestas, que lleven consigo nuevas formas de actuar, de dirigir, de escribir. En lugar de esperar a que los autores se decanten solos con el tiempo, nos parece que es realmente valioso generar testimonios, multiplicar las voces, producir una dialéctica”, sostiene el curador.

Autores de ayer y hoy

Si bien los novísimos dramaturgos sienten una identificación con el grupo que los nuclea, admiten influencias y deudas con aquellos maestros, de una o dos generaciones anteriores, que los formaron e inspiraron. Para Celina Rozenwurcel, autora de Mecánicas, una de las propuestas más innovadoras que ofrece el festival, dramaturgos como Mauricio Kartun, Tito Cossa, Eduardo Rovner, Javier Daulte, Rafael Spregelburd, Alejandro Tantanian, Emilio García Wehbi y Ricardo Bartís (la lista es larga, casi interminable) “son referentes, personas con las cuales directa o indirectamente empezamos, y aprendimos a ver y hacer teatro”. La también actriz, protagonista de su propia obra, asegura que viendo o leyendo sus obras aprendió “lo variopinto que puede ser el lenguaje teatral y lo importante que eso es para crear un lenguaje propio”. Sebastián Kirszner, por su parte, agrega que aquellos autores “son como padres del teatro para nuestra generación, de los cuales en algún momento soltaremos la mano, como buen pichón que sale a volar”. “Creo que en esta instancia donde estamos comenzando a transitar nuestras poéticas es muy difícil desprenderse por completo de los modelos de los cuales nos formamos. A veces me pasa dirigiendo que me veo impostando la voz como Bartís”, se ríe el responsable de la sublime Rats, casi un musical.

Desde su doble rol de dramaturgo y analista de la dramaturgia de su generación, sin embargo, para Dubatti las obras de sus colegas son propias y personales. Si bien también él mismo reconoce la grandeza de los autores que los antecedieron (la mayoría de los cuales, afortunadamente, están vivos y siguen produciendo), asegura que la tarea de esta otra generación ochentosa “no es tratar de escribir como alguien más sino buscar un recorrido atravesado por las vivencias personales, en lo que juega un rol importante la tecnología”. Según él, en las obras que seleccionó tanto para la primera edición del festival como para ésta, aparecen muchas influencias de novelas, poesía, televisión, series y música, todo un material que llega a los jóvenes escritores gracias a los medios tecnológicos.

Además, según él, hoy se vive otra experiencia, nueva, en relación con el teatro: “El arte de las tablas aparece mucho más como forma de reflexión sobre la realidad y la teatralidad que como influencia directa. Es cada vez más claramente una zona de experiencia, una zona de indagación. No se anuncian ya grandes verdades sino que se buscan los interrogantes”, asegura el autor de Azulejos amarillos, que se vio hace dos años en El Camarín de las Musas.

Un modo de vida

Otra cosa que caracteriza a esta generación de dramaturgos, además de su heterogeneidad en pos de lograr una voz y estética propia, es la de sentir el teatro como una forma de vida. ¿Ven como una posibilidad factible vivir del teatro, al menos en un futuro? “Ojalá, porque dejé la carrera de medicina para no volver”, bromea Kirszner. “Creo que se trata de vivir haciendo teatro, más que vivir del teatro. O sea, pegarle la vuelta a la cosa. Muchos dan clases de actuación, otros tienen trabajos no teatrales que dan lo justo para sobrevivir a cambio de pocas horas de esclavitud, otros tratan de zafar con alguna otra publicidad cada tanto. De eso se trata, de no dejar de hacer teatro”, agrega el director, que dice que tiene “algunos planes para burlarse del sistema y así poder seguir haciendo teatro, aunque no le paguen las expensas”.

Rozenwurcel, por su parte, cuenta que tiene un presente laboral en el teatro y que planea también tener un futuro en él. “El tema es cuando lo laboral se mide con relación a lo económico. A veces eso se confunde con el nivel de profesionalización porque si no da plata el pensamiento común es que es un hobby –dice–. En mi caso, aunque siempre necesité otra fuente de ingreso para poder estudiar, formarme y producir, éste es mi trabajo. Creo que esta cuestión obliga a repensar las formas de producir teatro.”

Pero, como en muchas otras cuestiones, estos jóvenes no transan ni se traicionan, y su búsqueda está lejos de perseguir un eje comercial, como puede suceder en otras esferas de la actividad teatral, sino que está orientada a transmitir al público una concepción propia y sincera del mundo, basada en su propia experiencia. “La verdad es que trato de escribir sin especular con el público que puede llegar a ver la obra así como trato de no especular con ningún otro factor. Trato de ser genuina y poder encontrar y desarrollar un lenguaje propio y siempre ser muy honesta con el material. Y después abrir ese material a la mayor cantidad y variedad de público que se pueda”, asegura la dramaturga, en sintonía con sus compañeros, que reafirman la idea del recorrido propio, basado en las vivencias e influencias de una generación como la suya, tan marcada por la historia reciente de la Argentina. Y es que después de todo, para ellos, de lo que se trata es de construir una identidad –la propia, la que aún buscan– también en las tablas.

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