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Sábado, 15 de agosto de 2015
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ALBERTO AJAKA PRESENTA EL HAMBRE DE LOS ARTISTAS

“En el teatro, los problemas no siempre tienen solución”

Popular por sus trabajos en televisión, el actor, autor y director prefiere en teatro los desafíos: “Me divierte enroscarme con una obra con doce actores y doce personajes con más o menos la misma importancia”, dice de su nuevo espectáculo.

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“El teatro es lo que acontece”, dice Alberto Ajaka, que en la obra introduce música, fantasmas y escenografías móviles.

Alberto Ajaka no puede parar de hablar de teatro. Lo había hecho en ¡Llegó la música! y El director, la obra, los actores y el amor, sus dos trabajos anteriores, y ahora vuelve a hacerlo en El hambre de los artistas, posiblemente su pieza más compleja y acabada, que estrenó recientemente en el Teatro Sarmiento. Será que descubrió la actuación de grande –a los 28, después de trabajar diez años en la imprenta familiar– y que en aquel momento lo desesperó el tiempo perdido y desde entonces intenta recuperarlo. Sus hipótesis son varias. Esa es una. Otra es que hablar de lo que hace para él es como “una terapia”, algo que lo tranquiliza. También algo que lo divierte. “Igual prometo dejar de hacerlo. Para la próxima hablo de otra cosa”, se ríe el actor, autor y director, que pese a la fama que ganó sobre todo en el último año, cuando interpretó un recordado papel en la tira Guapas que le valió un Martín Fierro, sigue diciendo que “su capricho” es el Colectivo Escalada, compañía de teatro independiente que fundó hace 15 años.

En El hambre de los artistas, que es protagonizada por Alberto Suárez, Karina Frau, Leonel Elizondo, Rodrigo González Garillo, Sol Fernández López, Andrés Rossi, Gabriel Lima, Georgina Hirsch, Julia Martínez Rubio, Luciana Mastromauro, Luciano Kaczer y María Villar, el director oriundo de Ramos Mejía presenta el choque de dos mundos: el de “Los antiguos”, un grupo de actores de circo que están transitando el duro camino de ser desplazados por el público, y el de “Los nuevos”, una troupe de artistas irreverentes que secuestran a coleccionistas de arte y planean revolucionar el mundo con acciones poco claras. En el encuentro de unos con otros, lo que nace es el teatro. “Porque el teatro es lo que acontece”, dirá Ajaka, que en la obra introduce música, fantasmas, escenografía móviles y una gran cantidad de elementos que abren múltiples significados.

–En el programa de mano dice que la obra es “un intento más de encontrarse con los problemas teatrales”. ¿Qué es un problema teatral para usted y cómo se resuelve?

–En la obra, por ejemplo, hay un secuestro de uno de los personajes. El problema teatral es pensar cómo se resuelve escénicamente eso, si por elipsis, por apagón o por otra convención teatral. Personalmente creo que no tienen solución. Es decir, en algún momento de los ensayos convenimos en que los resolvemos, pero porque hay que estrenar. Para mí lo teatral es lo que está ocurriendo, de modo que hay ciertos “logros”, o ciertas convenciones de logros, mejor dicho, que tal vez funcionan en un momento y después ya no, porque los gastamos nosotros mismos como espectadores o porque con el paso del tiempo dejan de ser poderosos.

–Pero suele quedar satisfecho con esas aparentes resoluciones, ¿no?

–No, nunca. Ya te digo, tengo mis días, pero no, sobre la totalidad nunca. Es un problema mío eh, no lo digo como un valor. No quiero mariconear, pero es algo que me hace sufrir. Por suerte es una de cal y una de arena, un trago amargo y una copa de champagne. Pero nunca quedo del todo satisfecho. Es que hay tantas cosas. Y es muy clásico en teatro que venga alguien y te diga que ni se notó que algo salió mal, que es algo que solo vi yo. Yo sé que es una cosa interna, pero para mí es importante. Por supuesto que especulo con una cantidad enorme de miradas, pero al fin y al cabo yo hago las cosas por capricho. Y por capricho también las evalúo.

–Viendo su trabajo, de todos modos, pareciera que usted mismo se busca los problemas. ¡Sus obras tienen tantas cosas!

–(Risas.) Es verdad eso. Ya de por sí es un problema hacer una obra con doce actores y doce personajes con más o menos la misma importancia. Si querés rastrear en ese punto obras similares te va a costar, porque en general están estructuradas piramidalmente. A mí me divierte enroscarme con esas cosas, encontrarme esos problemas o sí, si se quiere, creármelos.

–El sábado pasado, antes de la función, se lo veía muy inquieto deambulando por los pasillos del teatro. ¿Lo pone nervioso la función?

–Nervioso no, pero me importa mucho la pasada del día. Yo creo mucho en la presentación y no en la representación. Para mí tal día se presenta El hambre de los artistas. Y la obra tiene un guiño sobre eso, porque empieza con un personaje diciendo “Venga a ver un espectáculo único”. No hay teatro antes de que empiece. No existe. Lo que hay es un edificio, actores, un texto, un tacho de luz y una secuencia de marcas. Entonces siempre estoy inquieto a ver qué es lo que va a ocurrir.

–A propósito del título de la obra, eligió una palabra muy fuerte como es “hambre”...

–Es el mejor título que se me ocurrió y se me ocurrirá nunca jamás. Si bien en general me gustan mis títulos y es algo que pienso, acá fue una especie de revelación. Leí bastante sobre el hambre, y claro que es toda una elección esa palabra. Está muy ligada a esa terapéutica que te decía, a ese devenir mío y la compañía, esa necesidad de hacer y hablar de teatro, a la pregunta del porqué y sus retribuciones. No creo que el hambre de los artistas sea un hambre superadora de otras hambres. Lo que me interesa es ese sentimiento en sí. Yo tenía un amigo que tenía un taller mecánico y, cuando terminaba el sábado después de haber trabajado toda la semana, se quedaba armando un auto. Y yo le preguntaba qué era lo que lo llevaba a estar a las doce de la noche del sábado a probar un carburador. Y sí. Hay algo ahí vinculado a pensar alrededor del deseo que me resulta atractivo, no hay vuelta que darle.

–Usted siempre tiene ofertas laborales. ¿Qué le genera poder vivir de la actuación?

–Es una novedad para mí. Yo estaba muy tranquilo, no visionaba ni fantaseaba con esto. Tenía mi economía más o menos resulta y no había en mí una preocupación porque me paguen como actor. En el momento en el que corté con la desesperación de sentir que había empezado tarde me di cuenta de algo que fue una revelación: de que mientras tuviera ganas de actuar lo iba a seguir haciendo, más allá de que laburara de otra cosa. Parece una pelotudez enorme pero tuve que enterrarme en la mierda para entenderlo. Y cuando me di cuenta de eso estuve zen, e incluso empecé a actuar diferente. Y en ese estado estaba hasta que a alguien se le ocurrió que me podían empezar a pagar por hacer eso.

–¿Piensa que hoy podría volver a vivir de otra cosa?

–Y bueno, lo que pasa es que hoy me levanto más tarde también. La vida del artista te arrima un poco más a la bohemia y eso gusta. De todos modos sí, si es alguna otra cosa para la que no me tuviera que levantar tan temprano, sí. Yo no soy boludo, pienso en el sostenimiento de la compañía pero entiendo perfectamente que hoy es esto y después volvemos al llano. No es que hay otros cinco teatros que están esperándonos para que estrenemos nuestro próximo espectáculo. No somos De La Guarda. Somos muchos, nos somos festivaleros y no nos llevan a ningún lado porque somos quince. Sí lo que pienso, cada vez que pienso en un nuevo trabajo para la compañía, es que tiene que ser algo que nos pare la pija, que sea algo que nos haga estar enloquecidos con ese mambo. Luego hay que hacer funciones y hay que ver dónde. Y recién luego hay que ver si te queda para la pizza y para el taxi. Hoy yo cobro un cachet y a los actores les queda más que para eso también. Pero mañana cuando terminemos con esto probablemente volvamos a intentar la pizza y el taxi y está bien, porque primero está nuestro capricho. Ojo, tampoco soy ingenuo, sé que hay retribuciones simbólicas pero también concretas. Muchos más actores me dijeron que no de los que me dijeron que sí. Muchos más se fueron de los que se quedaron. Quizás me decían que les gustaría quedarse, pero que con otro proyecto tenían un viaje u otra guita. Y yo lo entiendo perfectamente. De verdad lo entiendo.

–¿En su caso, el Martín Fierro por su papel en Guapas fue una retribución concreta o simbólica?

–Diría que más concreta que simbólica, porque me coloca en un lugar de figuración que se traduce en posibilidades de criterio al momento de elegir laburo, es decir, en tener más de una oferta. Otros premios quizás en su momento fueron mas simbólicos porque significaban mostrar un logro a la familia. Hoy un premio alivia más que otra cosa, pero por un rato. Alcanza por un rato, es como un placebo.

* El hambre de los artistas se ve jueves, viernes y sábado a las 21 y domingos a las 20 en Teatro Sarmiento, Av. Sarmiento 2715.

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