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Martes, 15 de septiembre de 2015
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Andrés Mangone dirige Puente roto

Historia y desmesura

El director montó la obra escrita por Pompeyo Audivert. El resultado es un cóctel desquiciado, disparado por referencias a ciertos pormenores de la historia argentina.

Por Cecilia Hopkins
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Puente roto se estrenó en el C.C. de la Cooperación.

El acontecer múltiple, la mezcla de tiempos y alocadas referencias a ciertos pormenores de la historia argentina, todo eso define la puesta de Puente roto (Sainete Nacional metafísico), obra de Pompeyo Audivert que está dirigiendo Andrés Mangone en el Centro Cultural de la Cooperación (Av. Corrientes 1543). Enrarecida desde un comienzo, la situación de arranque muestra al incauto Esteban entrando por primera vez a la casa de su novia Damasita para conocer a la que será su nueva familia. El ámbito rural que rodea a los personajes no tardará en volverse hostil y, resquebrajada la cadena de causas y efectos, el espectador comprenderá que el tiempo del relato obedece a una lógica propia. El novio, finalmente, será acusado de un crimen, en tanto que el fantasma del general Lavalle deberá vérselas con el del asesinado Coronel Dorrego. Actúan Hernán Bustos, Juan Manuel Correa, Milagros Fabrizio, Fernando Ritucci, Gustavo Saborido, Martín Scarfi, Adrián Túfolo y María Zubiri.

El montaje, que cuenta con la adaptación del director es, según define en la entrevista con Página/12, “el resultado de una investigación sobre actuaciones entregadas a un ritmo vertiginoso de acontecimientos que se cruzan y se mezclan, generando chispas en las expresiones y en los temas”. Aclara también que la obra presenta una trama en la que pueden distinguirse episodios cotidianos con otros entresacados de la historia nacional, dando por resultado lo que él define como “una ofrenda físicoexpresiva de una representación caótica, en un territorio de apariencias de sueño”. Según apunta Mangone, en la familia de Damasita “imperan el delirio y la desfachatez, la inestabilidad del tiempo y los vínculos y las identidades fluctuantes”. Un cóctel que, según subraya, “deviene en una provocación que obliga a la carcajada”.

–La alusión a la muerte de Dorrego y su correlato actual en la obra, ¿hablan de un movimiento circular de la historia?

–Los elementos histórico nacionales puestos en juego en la obra invocan una circularidad, pero también una pertenencia concreta a la actualidad. El fusilamiento de Dorrego es una tragedia que nos constituye. Es uno de los episodios que componen una suerte de ADN de nuestra sociedad. Entonces sucede que sentimos aún el golpe y continuamos experimentando hechos similares en distintas escalas. La violencia contra el pueblo trabajador forma parte de esta organización social.

–¿Por qué la historia argentina le resulta un motivo inspirador para generar teatralidad?

–Veo en los hechos significativos de nuestra historia materiales altamente radiactivos para la producción de teatralidad. Estos hechos quedan finalmente sintetizados en expresiones poéticoteatrales, fenómenos artísticos particulares que luego son ofrecidos como resultantes dramáticas con fines atractivos, emotivos, curiosos. Versiones posibles y vitales de situaciones que están muertas y vacías en la representación social, oficial, museológica. En Puente roto el tiempo se vuelve inestable, el paisaje cambia y unitarios y federales reactivan su conflicto. Pero todos estos elementos también están desquiciados, en el orden del sueño. No sabemos quién sueña, pero entendemos claramente que estamos ahí, que estamos dormidos, que lo social se repliega y que por un rato todo es aparente, fantasmal, deseoso, atrevido.

–¿Qué función tienen el humor y la desmesura que se desprenden de las situaciones?

–El delirio y el vértigo convocan a la carcajada. El sainete aparece aquí como fuente de pertenencia, aunque distorsionado, metafísico. En Puente roto estamos en un punto crítico: lo sagrado y lo bestial son convocados al acto al mismo tiempo. Caemos vertiginosamente en un devenir onírico de país. Actuar es la única alternativa. La intensidad expresiva es la única esperanza.

–¿Se espera que la incertidumbre de Esteban funcione como un espejo en el espectador?

–Siempre sentí que Esteban podía funcionar como la experiencia de alguien del público dentro de la escena. Y de alguna forma, todos somos él. El público, como casi siempre, entra a la sala y queda atrapado e indefenso ante unos procedimientos ensayados, perpetrados con animosidad, para serles ofrecidos.

* Puente roto, Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), viernes y sábados, a las 22,30.

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