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Martes, 19 de enero de 2016
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Entrevista a los protagonistas de Jugadores

“Esta obra tiene su poética, no está llena de estridencias”

Roberto Carnaghi, Daniel Fanego, Luis Machín y Osmar Núñez nunca habían trabajado juntos. Aceptaron protagonizar la obra, que narra desde el humor historias de fracaso e incertidumbre, en parte por el placer de cruzarse con los demás sobre el escenario.

Por Candela Gomes Diez
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“La obra siempre es un punto de partida que concluye con la formación del elenco”, coinciden Carnaghi, Machín, Fanego y Núñez.

En pocas horas más los espera una nueva función, pero en plena sesión de fotos posan y bromean: no hay duda de que estos actores se divierten juntos, y esa complicidad, que no es impostada y fluye naturalmente, es la misma que despliegan sobre el escenario a la hora de la ficción. Roberto Carnaghi, Daniel Fanego, Luis Machín y Osmar Núñez son el cuarteto protagonista de Jugadores, escrita por el dramaturgo catalán Pau Miró y dirigida por el director local Nelson Valente. La obra se presenta en el teatro El Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857, con funciones de miércoles a domingos, a las 20.30.

Los personajes de esta historia no tienen nombre ni apellido, ni un lugar en el mundo, pero la esencia de cada uno es justamente esa falta de identidad. Hombres incompletos, insatisfechos, que viven por inercia y encuentran en la adicción al juego un goce que no hallan en sus vidas. Distintos en sus miserias y fracasos personales, comparten el vicio de apostar hasta lo que no tienen por el sólo hecho de hacerlo. Son jugadores, como los define el propio autor, “con unas vidas de mierda enfocadas a aquellas milésimas de segundo en las que la carta que decide una partida da la vuelta”. Ellos son un peluquero (Carnaghi), que está al borde de la quiebra económica y cree que su mujer lo engaña; un sepulturero (Machín), que está enamorado de una prostituta ucraniana para la que él es un cliente más; un actor (Núñez), que es rechazado en cada una de las audiciones de las que participa; y un profesor de matemáticas (Fanego) que no puede superar la muerte de su padre.

Un hecho fortuito será el que motive el reencuentro de estos cuatro personajes, que alguna vez supieron ser buenos amigos, y será el disparador de un conflicto a resolver y el marco en el que se diriman las diferencias entre los protagonistas. De vastas trayectorias en cine, teatro y televisión, los actores se reúnen por primera vez en un escenario con este proyecto, para ser dirigidos por Valente, director del Banfield Teatro Ensamble y reconocido en la escena teatral por su obra El loco y la camisa (ver recuadro), un suceso del circuito off. Entusiasmados desde un primer momento con la propuesta de actuar juntos, y pocos días después del estreno, coinciden en que la clave del éxito de la obra está en el trabajo colectivo del elenco. “Esta es una pieza inimaginable sin el trabajo de mis compañeros. Es una pieza absolutamente coral. Es como un teatro de cámara, con cuatro chelistas que no pueden tocar solos”, señala al respecto Fanego.

Sobre el escenario, y sentados en la misma mesa en la que horas más tarde se desarrollarán algunas de las escenas más desopilantes de la puesta, revelan su interés por el texto que hoy les toca interpretar y su pasión por el oficio. “Cada vez nos escuchamos más en escena, estamos más tranquilos, y podemos trabajar más distendidos y divertirnos, sin buscar resultados –cuenta Carnaghi–. De eso se trata la obra. Es parte del juego también, porque cuando uno va al casino no sabe cómo le va a ir. No se trata de ganar o perder, sino de jugar.”

–¿Cómo desembarcó cada uno en esta obra?

Roberto Carnaghi: –El productor Sebastián Blutrach me convocó y me dijo que tenía una obra y que estaba interesado en que la leyera. Después de hacerlo, le dije que me interesaba, y fui uno de los últimos en contestar porque ya tenía otro proyecto anterior y tenía que definirlo. Luego, me reuní con el director para hablar sobre este material, sobre el personaje, y sobre el elenco, porque una obra se hace, fundamentalmente, con buenos actores.

Daniel Fanego: –Cuando me convocaron, ya supe que existía la idea de incorporar a Roberto y a Osmar, y con Luis me cerró la idea del proyecto. Me dije: “Tengo que estar ahí”. Creo que nos pasó a todos eso de sentirnos tentados por los compañeros con los que teníamos que trabajar.

Luis Machín: –La obra siempre es un punto de partida que concluye con la formación del elenco, como dice Roberto. Al que menos conocíamos era a Nelson Valente. Pero entre los actores ya nos conocíamos, aunque esta es la primera vez que trabajamos juntos en teatro. En esta oportunidad, se combinaron las posibilidades de interpretar un texto que tiene dificultades y material para trabajar –lo cual es bueno–, de trabajar con un director que empezamos a apreciar a partir de su dirección de El loco y la camisa, y con un productor como Sebastián Blutrach, con quien ya había trabajado, y finalmente de compartir el escenario con estos monstruos.

Osmar Núñez: –Me pasó lo mismo. Trabajar con ellos era muy atractivo. Ya los conocía y seguí la carrera de todos; me parecía que actuar con ellos iba a ser una fiesta y, de hecho, lo es. No me pareció que fuera una obra típicamente comercial sino que tenía muchos matices y que no es machista a pesar de hablar de hombres maduros con vidas, trayectos y sueños postergados. Lo que me atrajo mucho es el camino que se percibe en cada uno de los personajes durante la historia, quienes son jugadores de cartas y de casino, pero también de la vida. Y creo que como actores podíamos estar afinados para interpretar este texto.

–¿Qué les interesó del texto y de los personajes?

D. F.: –La obra es singular. Como dice Osmar, no se trata de una obra que uno pueda leer linealmente; tiene su poética, no está llena de estridencias. O, en todo caso, esas estridencias tienen que ver más con la búsqueda de los trabajos actorales de la mano del director. Es un material que se puede tocar de muchas maneras. Le hemos encontrado un registro emparentado con el neorrealismo italiano, que el actor argentino, por su condición, lleva impreso en su lenguaje, y por eso la obra se puso más apasionada. Jugadores habla sobre cuatro hombres que no están discutiendo su hombría sino su existencia, una existencia de una gran soledad y un gran patetismo, y eso en algún momento se torna risible y sumamente hilarante.

O. N.: –En los diálogos hay muchas escenas de a dos y es ahí donde se potencia más la soledad. A los personajes les resulta difícil comunicarse, y recién después de la mitad de la obra comienzan a entenderse. Hay un desencuentro entre ellos, y eso me parece muy rico y atractivo. Cada espectador seguramente va a ver algo distinto respecto de lo que sucede entre ellos.

L. M.: –Los personajes de esta obra son seres que se necesitan, más allá de su adicción al juego, y hay algo vincular, sentimental y emocional entre ellos. Como actores, hace mucho tiempo ya no pensamos las obras solamente por el recorrido o las particularidades que tienen los personajes que nos ofrecen. Uno ya ve al personaje en el actor que va a interpretarlo y ahí imagina el mundo que se puede producir. Se empieza a hacer cada vez menos atractivo para nosotros pensar a nuestros personajes como algo aislado. Lo rico del material que uno tiene para trabajar es poder imaginarlo en el otro.

R. C.: –Esta es una obra contemporánea, y no se podría decir exactamente cuál es su hilo conductor, pero sí podemos decir que existe porque existimos nosotros como actores. Nosotros hacemos teatro de cada una de las escenas. El hecho teatral se cumple más allá de lo que diga el texto. Y lo interesante para mí justamente era que no es una obra donde cada personaje cuenta su historia y tiene un final preestablecido, porque el autor no dice cómo tenemos que terminarla.

–Jugadores, de alguna manera, habla de la frustración...

O. N.: –Sí, el fracaso, como el hecho de haber dejado en el camino sueños que no se han cumplido, son temas importantes en la puesta, pero hay otras cosas que sobrevuelan, como la posibilidad de cambiar. Para algunos espectadores el final puede ser esperanzador, maravilloso, y para otros puede ser terrible. El público se divierte mucho, pero también se conmueve. Lo que me gusta de la obra es que no es complaciente así porque sí, y esa subjetividad hace que cada espectador se lleve su propia historia de aquello que vio.

D. F.: –El jugador opta por el azar; y el azar es frustrante porque no hay una voluntad que intermedie. Lo dice el personaje de Osmar: “No jugamos para ganar. Jugamos por ese instante en que una carta se da vuelta en el aire”.

R. C.: –Como nosotros, en tanto actores que apostamos a esta profesión porque nos gusta, los personajes también apuestan, y luchan de cualquier manera por lo que a ellos les gusta...

D. F.: –Sí, y a la vez hay algo oscuro en ese acto de apostar, porque en la adicción al juego hay una negación de la voluntad, una zona donde el ser se entrega al caos de la carambola y el azar.

–¿Y cuál creen que es el lugar que ocupa esa adicción al juego en la puesta? ¿Es un intento de escape o de salvación de esa frustración?

L. M.: –Los personajes no pueden hacer otra cosa. Hay algo de autocondena en eso. Uno entra y sale de la adicción en la medida que puede, si es ayudado, y no parece ser el caso de estos cuatro hombres. Y curiosamente el juego nunca aparece en escena, como si entre ellos se hubieran dicho en algún momento: “No vamos a jugar. Aunque tengamos ganas, no lo vamos a hacer”. No se consuma el hecho adictivo, y entonces se produce la sensación de que los personajes están en abstinencia, lo que permite ver a los personajes desnudos en su emocionalidad desde otro lugar que no es el de la adicción al juego. Están, sí, en un estado de inminencia permanente ante el hecho que no se termina de consumar.

O. N.: –Y mientras sucede eso, los personajes se encuentran y se desencuentran con sus propias historias...

–La obra cuenta historias de fracaso e incertidumbre y, sin embargo, lo hace desde el humor. ¿Cuál es la importancia que le otorgan al humor desde su rol de actores?

D. F.: –La esencia de nuestra construcción teatral está en el grotesco criollo, que es la humorada que luego da lugar a la aparición del rostro real; es esa cosa tragicómica que tiene el actor argentino. La tradición literaria dramática argentina me parece que está en la base de la actuación del actor que se siente identificado con una línea histórica. Yo me siento un poco teñido por mis antecesores.

L. M.: –En algún momento, somos Pablo Podestá o Pepe Arias, porque ésta es una obra catalana, pero nosotros somos actores argentinos. A mí me gusta poder manejar al público y llevarlo hacia el territorio nuestro, y no que la gente, con sus estallidos, te lleve al territorio que te fagocita casi siempre para el lado de la comedia. En general, la gente quiere venir al teatro a reírse de todo.

–¿Por qué cree que sucede eso?

L. M.: –Creo que la gente quiere justificar lo que paga y pasar un momento agradable (risas).

D. F.: –Hay algo de distensión en la risa. Una vez que el cuerpo se distiende con el momento risible, el dolor, la fractura del drama, la palabra que duele y el gesto que espanta entran de otro modo.

R. C.: –La obra tiene una cantidad de cosas que hace que el público se pueda llevar algo, y aquel que no se lleva nada...

D. F: –Y aquel que no se lleva nada, qué se joda, que vaya a ver otra cosa (risas). Como decía El Negro Carella: “Si le gustó la obra, recomiéndela a los amigos, y si no le gustó, recomiéndela a la gente que le caiga mal”.

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